Turismo cultural

19 octubre, 2016
Foto: Ilustración

Segisfredo Infante, Honduras
Al escritor español-catalán Terenci Moix (QEPD), conocido también como “Terenci del Nilo”, fue al primero que le leí la expresión “plaga de turistas”, allá por 1984, para señalar a aquellos viajeros (en su mayoría de tipo mochilero), que llegaban en marejadas a visitar, por unos cuantos minutos, los lugares históricos emblemáticos de Egipto, con el objeto exclusivo de tomarse unas fotografías, que cuando menos en aquellos tiempos las imprimían y a veces las publicaban. No como hoy en día que millares de fotografías se quedan “guardadas” y abarrotadas en las cámaras digitales, en los correos electrónicos o en Facebook, para “nunca sin falta”, hasta que se desvanecen y se pierden en los entresijos de la poquísima memoria histórica impresa sobreviviente.
Por supuesto que los famosos mochileros, de bajos recursos monetarios y de escaso bagaje cultural libresco, aportaban, sin embargo, divisas a Egipto y a cualquier otro destino turístico visitado, como el sur de España en las épocas de verano. Pero como ocurre que el único aporte de tales turistas ha sido el de orden monetario muy temporal o estacional, es obligado apuntar que en el plano de las relaciones humanas y del intercambio cultural, las cosas han andado por el nivel “cero”, o por debajo de “cero”, en ciertos casos. Pues varios  mochileros se han comportado como “jipis” tardíos, desfasados en el tiempo, malolientes y en algunos casos hasta malcriados, que nada saben de los sitios histórico-arqueológicos que visitan; y ni siquiera saben de sus propios países de origen. No importa que en algún momento de sus vidas hayan asistido a las aulas universitarias o a los colegios de segunda enseñanza. Por eso Terenci del Nilo los bautizó con la frase predatoria “plaga de turistas”, que en vez de aportar, en Egipto, o en otras partes, más bien destruían los pequeños detalles de los sitios visitados. Así que el único lugar conveniente para los turistas de este nivel son las playas en donde pueden purificarse, durante muchas horas, con agua salada.
También están los turistas que a pesar de su hipotético “alto nivel cultural” fingen, con desmedida arrogancia, una indiferencia glacial frente a los lugares histórico-arqueológicos singulares. Conocí personalmente a tres escritores argentinos respetables (cuyos nombres, para este caso específico, nunca mencionaré) que cuando visitamos la ciudad de Tiberíades, frente al Lago de Galilea, donde se encuentra enterrado Maimónides, ni siquiera se dieron por enterados del lugar sobre el cual estábamos parados. Luego, cuando visitamos Safed (la ciudad predilecta de los kabalistas y de algunos sefarditas), continuaron con sus ninguneos intrascendentes típicos de las “viejas” y de los “mariquitas” que asisten a ciertos bailes para censurar a todo mundo. Finalmente retornamos, desde el norte (veníamos de los Montes del Golán y de Haifa), por la ribera del Mar Mediterráneo hasta las ruinas del puerto de Cesarea. Ni siquiera se dignaron bajar a las graderías del anfiteatro; más bien se burlaron de nosotros, sus discretos acompañantes: un comerciante salvadoreño, un poeta paraguayo, un diplomático israelita y el que escribe estos renglones. Oswaldo González Real, el poeta kabalista paraguayo amigo mío, que había viajado por diversas partes del mundo, se expresó más o menos de la siguiente manera: “Así se comportan estos individuos para darse aires de superioridad que ni siquiera tienen”.
Finalmente vienen los verdaderos turistas culturales, interesados en conocer las costumbres de las sociedades y de los pueblos visitados. Buscan mapas y libros históricos, arquitectónicos y arqueológicos (en caso que los haya) para enterarse de todos los posibles detalles del pasado y del presente de la ciudad, del sitio emblemático o del país que les interesa. Por regla general se quedan varias semanas hospedados en lugares modestos porque desean compartir las experiencias interculturales. Es más, muchos de ellos al final se quedan viviendo como “pensionados” en los lugares escogidos como destino turístico definitivo. Costa Rica posee una rica experiencia en este punto, redituable para los unos y los otros. En Honduras todavía es difícil, entre nosotros, comprender la necesidad de llamar sistemáticamente la atención de los verdaderos turistas culturales acerca de la importancia histórico-arquitectónica (y humanística) de lugares claves como la red de centros históricos de Tegucigalpa, Santa Lucía, San Juancito, Comayagua, Yuscarán, Trujillo, Choluteca, El Corpus, Danlí, Gracias y la bellísima Santa Rosa de Copán. Sin olvidar el más formidable sitio maya, por su importancia artística y científica, de las mal llamadas “Ruinas de Copán”, que debieran rebautizarse como la Metrópoli de Copán.
Todos estos lugares son, o podrían ser atractivos para los turistas culturales que desean hacer vida de “pensionistas”, aportando divisas permanentes a Honduras. Por supuesto que para alcanzar este noble objetivo necesitamos reforzar el tema de seguridad ciudadana; mejorar los niveles mínimos de información cultural libresca de los habitantes, desde la primaria hasta la universidad; y cambiar algunas políticas turísticas que han venido desarrollándose como por inercia, más orientadas al turismo ocasional playero, que deja algún “dinerito”, pero ningún valor cultural agregado para mejorar la imagen de Honduras en la esfera internacional.

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