Silencios que hablan: Leonard Cohen

24 noviembre, 2016

Joseph Hodara
“La libertad llegará pronto. Entonces volveremos de las sombras”.
Una de las frases que componen El Partisano, canción que Leonard Cohen difundió en múltiples escenarios, y palabras que deben recordarse en estos días, al saber de su muerte en la misma semana en que un equívoco personaje ingresa a la Casa Blanca. Poeta, novelista y cantautor, Cohen confesó en alguna oportunidad: “Qué bueno saber que mis canciones han durado treinta años como si fueran un automóvil Volvo…” Fresca pero impuntual ironía pues las voces de su trayectoria se escucharán un largo tiempo si la sensibilidad y el buen gusto no se rinden a la gris rutina.
Al lado de sus padres y abuelos, con la asistencia de un rabino y de sus familiares cercanos, Leonard fue enterrado en el cementerio Shaar Hashamaim en Montreal, Canadá. Y aquí nació en 1934, hijo de un padre polaco y de una madre lituana que como muchos judíos de Europa oriental buscaron nuevo hogar en el joven país. De su abuelo, rabino por formación y ministerio, recibió temas y motivos que se repetirán en sus canciones, desde el Rey David a Jesús, desde el Alleluya a los versos en Marianne.
Junto con Bob Dylan, pero con singular voz y sonidos, Cohen se insertó en los nuevos ritmos que singularizaron a la década norteamericana de los setenta. No obstante, atinó a distanciarse de ellos aportando una forma de vida y de versificación singulares. Para descubrirse a si mismo buscó y encontró refugio en la isla griega de Hidra, inclinación reflexiva que se repetirá más tarde conduciéndole a aislarse durante cuatro años en un templo budista-zen en Los Ángeles, tregua que renovó su capacidad creativa.
Con grave voz, con estrofas que parecen divorciarse entre si, Cohen canta y recita palabras que inducen reflexión y serena melancolía. En Pájaro en el cable, por ejemplo, se confiesa: “como un niño aún no nacido, como una bestia con su cuerno, he destrozado a quien se acercó a mí…” Y en otro ensamble dice: “Creo que te lo dije todo en los días del Viet Nam…” Sugerencias apenas, afirmaciones que se ondulan en el espacio, que invitan a quien le escucha a reinsertarlas en su propia experiencia vital.
La influencia de Federico García Lorca se hace oír de múltiples maneras. A su hija le dará el nombre del poeta granadino, y en Suzanne se insertan palabras y escenas que recuerdan el romancero gitano: “…. Suzanne te lleva abajo a su sitio junto al río… Y ahora te toma de la mano y te conduce al río…” Y allí se prometen y buscan el íntimo diálogo.
En los días ingratos de la Guerra de Yom Kipur (1973), Leonard Cohen llegó a Israel. Se unió a los soldados que luchaban en el Sinaí, y en los momentos de calma cantó para y con ellos. Expresión solidaria que quedó en la memoria de amplias audiencias. Varios años más tarde, en 2009, apareció en noche memorable en el estadio de Ramat Gan. El multitudinario público le aplaudió repetidamente conmovido por las plegarias que enhebró en hebreo.
El discurso que pronunció en España al recibir el Premio Príncipe de Asturias en octubre  2011 -homenaje que Youtube reproduce debidamente traducido al castellano- Cohen reconoce su deuda no sólo con Lorca. Apunta también que en sus años de adolescencia conoció en las calles de Montreal a un español que le impresionó por su puntual instrumentación de la guitarra. Le pidió clases particulares, y así se inició en el ritmo gitano. Pocos días después supo del suicidio del maestro; el motivo y su nombre quedaron en el silencio. Pero su imagen se le clavó en la memoria.
Para resumir el carácter y la evolución de su vida, uno de sus mejores amigos le endilgó esta definición: “Eres un narcisista que se odia”, definición que a Cohen le pareció acertada. Y abrumado por un impío cáncer compuso una de sus últimas canciones que vocea: “Ya estoy listo- mi Dios…” El arte le ayudó a morir, y por su arte quedará entre nosotros.

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