Sigue las leyes de la guerra

25 enero, 2017
Foto: Btselem

General (retirado) Yaakov Amidror

Es obvio que la gente que cuestiona la condena por homicidio involuntario en el caso del sargento Elor Azaria, aparte de sus abogados, no está familiarizada con los detalles del incidente y los testimonios durante el juicio.

También es obvio que el equipo de los abogados defensores no puede aceptar el veredicto, en el que los tres jueces explicaron por unanimidad por qué habían rechazado la versión de los hechos presentada por la defensa. Sería mejor que las altas figuras políticas y de defensa se abstuvieran de expresar sus opiniones antes y durante el juicio; pero no todos los que gritan tienen razón y al final son los jueces, y nadie más, quienes deciden a quién creer y si deben condenar o absolver.

Se supone que confiamos en el sistema legal y sus jueces. Si los juicios fueran decididos por la muchedumbre o por los medios de comunicación, nos pareceríamos a los peores países del mundo, lugares en los que no querríamos vivir. No hay ninguna cuestión real para cualquiera que quiera lo que es mejor para el país y la sociedad: El veredicto debe ser aceptado, y puede y debe apelarse de manera aceptable. Cualquiera que quiera cambiar las reglas es bienvenido a hacerlo a través de la legislación de la Kneset (Parlamento), no con manifestaciones. Es así como opera un país en funcionamiento; de lo contrario, nos convertiremos en Sodoma y Gomorra.

Y ahora sobre el acto en sí mismo. La acusación principal de los que critican que Azaria haya sido sometido a juicio es que no se debe permitir que los terroristas sobrevivan a un ataque, por lo que los detalles no son importantes; y que un soldado que mata a un terrorista no debiera ser condenado. Dicen que si condenamos a un soldado por homicidio por disparos en la escena de un incidente terrorista, será imposible que los soldados se protejan a ellos mismos o a nosotros.

El tribunal tuvo razón al dejar en claro que piensa lo contrario, y comparte la opinión de la gente civilizada de todo el mundo. El destino de un terrorista que intenta cometer un ataque es la muerte. En la gran mayoría de los casos en los que los autores de actos de terrorismo son abatidos durante el incidente, nadie parece quejarse de los soldados o los ciudadanos que actuaron. Pero la muerte del atacante le corresponde solamente mientras él o ella sea un terrorista. En el momento en que se rinden, son prisioneros, y si están tirados en el suelo, heridos e indefensos, son heridos que necesitan tratamiento.

Este no es un procedimiento estándar en todas partes. El grupo Estado Islámico, por ejemplo, no considera detalles tales como si alguien se ha rendido o si un enemigo ha sido sometido por una herida. Sólo permite vivir a un pequeño número de personas que se entrega: prisioneras femeninas, para que puedan ser usadas, y prisioneros masculinos, para que puedan ser negociados o ejecutados tan horriblemente como sea posible, para que el Estado Islámico pueda publicitar su brutalidad en todo el mundo.

Israel es diferente. Se ha adherido a las reglas de la guerra que distinguen entre una persona que sigue siendo una amenaza y alguien que es un prisionero o un herido. El primero puede ser abatido; los demás deben ser mantenidos vivos. Como miembros de un pueblo cuyas leyes de la guerra se encuentran en la Torá, incluyendo la prohibición de cortar árboles frutales durante un asedio -una exigencia que va en contra de los intereses y la lógica del ejército que lleva a cabo el asedio- podemos estar orgullosos de que sigamos escrupulosamente estas leyes. En Israel, un terrorista puede sobrevivir a un ataque, si él o ella se rinde o es herido e inmovilizado. Esa es la orden estándar, y es así como nos comportamos.

Aquí es donde debemos subrayar la cuestión de las órdenes y cómo son tratadas. Un ejército es una organización cuyo propósito es utilizar una fuerza considerable. Es una organización violenta por definición, porque no hay otra manera de llevar a cabo misiones militares. Por eso es vital que los soldados y oficiales cumplan las órdenes a lo largo de la cadena de mando. Eso es lo que diferencia a un ejército bien organizado de un grupo de matones sin restricciones.

Si las órdenes no son cumplidas y todo el mundo hace lo que considera conveniente, la situación en el terreno se volverá incontrolable. Cuando las personas en uniforme adquieren una gran fuerza sin limitaciones; existe un peligro claro e inmediato de caer en la anarquía. En situaciones como estas, sólo una cosa impide que los militares se desmoronen y se conviertan en una colección de pandillas: cumplir las órdenes a la pié de la letra.

El fracaso en hacerlo fue la segunda cuestión que el tribunal se suponía que debía deliberar, y es bueno que haya tomado la postura apropiada. Quien desobedezca las órdenes, será castigado.

Fuente: Israel Hayom

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