“Se partió en Nicaragua”: no hay soluciones políticas mágicas

28 agosto, 2016
Silvio Rodríguez Foto: Alex Briseño - Flickr

Daniel Liberman *

“Se partió en Nicaragua otro hierro caliente” comenzaba diciendo la canción. ¡Cuba, Cuba, Cuba, el pueblo te saluda! Cantaba la gente en el Luna Park esperando la salida a escena del cantante estrella de la isla, Silvio Rodríguez, allá por la década del ochenta del siglo pasado.

Eran tiempos felices en Argentina, después de décadas de inestabilidad política y alternancias entre gobiernos civiles y dictaduras militares, habiendo sido la última la peor de todas, Argentina parecía finalmente encaminada hacia la democracia y el progreso tan postergados.

Es en ese contexto que la mayoría del país se hermanaba con los sufridos pueblos latinoamericanos que habían vivido muchos años sumergidos bajo dictaduras interminables y falta de libertad política.

El caso de Nicaragua, aunque lejano, era emblemático. No tanto por haberse liberado de la dictadura somocista que había durado cuatro décadas, ya que muy cerca de Buenos Aires estaban todavía en el poder dictadores como Pinochet en Chile o Stroessner en Paraguay, sino porque se trataba de un “símbolo de victoria” en la lucha contra el capitalismo y el imperialismo norteamericano. Por eso era Cuba, a través de sus artistas, la que le cantaba a Nicaragua en Argentina que a la sazón era la cuna del Che Guevara.

No parecía haber contradicciones aparentes en ese momento sobre la legitimidad de aquel canto. Bueno, digo aparentes porque cualquiera que tomara una mínima distancia ideológica de las corrientes llamadas por entonces “progresistas” hubiera notado que también Fidel Castro llevaba ya como treinta años en el poder en la Habana.

Una buena parte de la juventud argentina, sin embargo, creía por entonces que el Sandinismo era una causa justa y Daniel Ortega, su legítimo líder.

La Juventud Comunista Argentina reclutaba por aquel tiempo, en eventos como “la Ferifiesta” a jóvenes entusiastas que quisieran viajar a Nicaragua a ayudar con la cosecha en el campo, muy a la manera en que la Sojnut enviaba jóvenes judíos argentinos para trabajar algunas semanas en los kibutzim de Israel. Claro está, que ni a unos ni a otros se les hubiera ocurrido jamás ir a levantar la zafra a Tucumán, pero “eso es otra cosa” hubiera sido en cualquier caso la respuesta.

Lo cierto es que Nicaragua tenía “onda” y para los jóvenes de aquel tiempo representaba mucho más que un pequeño país centroamericano en lucha por su libertad.

Pasaron los años y algunas cosas fueron cambiando: la Perestroika trajo el final del Muro de Berlín, la caída de la URSS y el comienzo de una etapa de incertidumbres ideológicas para muchos.

Hubo quienes se adaptaron mejor que otros a los tiempos de cambio: un ejemplo europeo de este tipo de transformaciones fue quizás Daniel Cohn – Bendit, al que llamaban “Dani el Rojo” durante el Mayo Francés en 1969 que se convirtió en diputado europeo. Del otro lado de la extinta Cortina de Hierro también hubo grandes aggiornamientos como el de Vladimir Putin que encontró su camino desde la desaparecida KGB hasta la presidencia de Rusia.

Volviendo al Caribe, hubo cosas que nunca cambiaron: Fidel Castro en Cuba no se movió ni un milímetro aunque los paradigmas del mundo que lo vio surgir se desmoronaron en pedazos. En Nicaragua, sin embargo, donde las cosas nunca habían sido tan cerradas, comenzó un proceso de democratización que estaba en sintonía con los vientos de cambio y además fue necesario para recomponer un país agotado luego del mal gobierno de Daniel Ortega.

Inaugurando el siglo XXI, cuando ya hacía rato que los modelos de economía socialista habían quedado en el arcón de los recuerdos de la historia, surgen algunos líderes trasnochados en Sudamérica como Hugo Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador y algunos más no tan notoriamente alineados a la izquierda, que pretenden vender a precio de oferta ideologías que en otras latitudes ya habían sido descartadas.

En realidad, de estos modelos sólo tomaron lo que les convenía ya que, a pesar de los alineamientos y la ideología manifiesta, ninguno se declaró abiertamente comunista como Cuba.

En 2007 Ortega logra volver al poder en Nicaragua junto a su mujer Rosario Murillo pero con la cara lavada de sandinismo y alejado del viejo liderazgo de la agrupación. Su aggiornamiento a los nuevos tiempos no pudo ser más oportuno, por no decir oportunista, pues supo ganarse la presidencia gracias al empuje de viejos sectores poderosos de su país vinculados al somocismo.

En 2011 buscó la forma de legalizar la reelección que estaba prohibida por la constitución y fue reelegido en medio de denuncias de la oposición.

Nunca abandonó por completo su retórica antinorteamericana pero ya no tuvo que rendirle cuentas a ningún Movimiento Sandinista por el engrosamiento de su billetera.

La izquierda como relato y el discurso de barricada, mientras los dirigentes corruptos “ganan” y se enriquecen, nos suena a una época muy reciente y tristemente conocida en Argentina y en Brasil.

Yo no sé si las ideas socialistas de otros tiempos que defendieron con su vida muchos militantes idealistas en la década de 1970 alguna vez hubieran llegado a buen puerto en Sudamérica. Lo que sí sé, es que el comunismo según se lo practicó en el siglo XX hizo mucho para quitarle a este concepto toda su legitimidad democrática.

En cualquier caso, el modelo ya había llegado corrupto a Cuba y de allí, hacia el continente, no fue sino empeorando. A lo que sea que haya decantado por la cloaca venezolana no sé ni cómo llamarlo pero seguramente no contiene nada que pueda denominarse “justicia social”. De allí en más, todo el resto fue una parodia: una pose para la foto como las que se sacaron los corruptos de todas las épocas y de cualquier signo político.

Mucha gente pensante y de la mejor calidad humana apoyó, sin embargo, a algunos de estos gobiernos que tanto han defraudado a la sociedad. Esto es muy difícil de explicar puramente en términos racionales, sobre todo, cuando estamos hablando en ciertos casos de personas que han pasado por la universidad. La única manera de entender este fenómeno que yo encuentro es la de quien no se resigna a desprenderse de sus ideales de juventud y se autoengaña, pensando que alguno de estos trasnochados oportunistas representaron de alguna forma la concreción de sus aspiraciones políticas de toda la vida.

Pero la vida no tiene vuelta atrás y la historia no se detiene mientras Latinoamérica se queda pensando…

A Latinoamérica “Nicaragua le duele”, parafraseando de nuevo a Silvio Rodríguez, “pues le duele el amor” y le duele que el niño no esté sano ni vaya a la escuela, a ninguna escuela.

El estado de postergación social, emergencia sanitaria y falta de educación e inseguridad en todo el continente son más que evidencias claras de cuán ilusoria fue la confianza depositada en estos líderes de discursos huecos.

Quizás ya va siendo tiempo en Latinoamérica de tomar conciencia de que no existen soluciones mágicas ni salvadores milagrosos que lleguen cabalgando en inmaculados corceles ideológicos. El esfuerzo de todos los sectores sociales y la honestidad en el trabajo son el único camino para crear infraestructura perdurable. También es imprescindible comprender que sin invertir en ciencia y educación no se puede salir nunca del círculo vicioso que, tarde o temprano, lleva a los pueblos siempre de regreso a la demagogia.

 

* Antropólogo social, Universidad de Buenos Aires

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