Roberto Arlt – Un plebeyo en Buenos Aires

29 diciembre, 2016

Joseph Hodara

En contraste con escritores de alta jerarquía literaria y social como Jorge Luis Borges, modelados por la fina cultura inglesa y por aires aristocráticos, el argentino Roberto Arlt (1900-1942) conoció una formación plebeya y desordenada como hijo mal querido de inmigrantes. Su padre Karl llegó a Buenos Aires desde la entonces Prusia, e impuso al hijo una impía rigidez que lo condujo a abandonar prematuramente el hogar y la escuela primaria. Apenas adolescente Arlt ensayó múltiples oficios, desde burdo pintor de paredes a portero de algún maltrecho edificio. La biblioteca del barrio fue su refugio preferido; allí descubrió a Gorki y a Dostoievski, escritores rusos que estarán presentes en no pocas de sus páginas.
Su modesto origen como hijo de inmigrantes y el credo anarquista que penetró en la capital argentina en los años veinte lo condujeron a tomar parte en el Grupo Boedo que, por su composición y aspiraciones, contrastó filosamente con el Grupo Florida que reunía a la aristocracia literaria argentina. El juguete rabioso, publicado en 1926, fue su primer intento literario. El desorden gramatical, el anárquico hilvanamiento de las ideas, los pensamientos deshilvanados de sus personajes: serán rasgos que caracterizarán su estilo y explican el magro reconocimiento que conoció en su juventud. Por añadidura, incursionó con escaso orden y lucidez en las ideologías – desde el afiebrado fascismo hasta el culto dogmático a la Revolución rusa- que agitaron a Buenos Aires antes y en el curso de los gobiernos militares de los años treinta.
Su texto de superior relieve es Los siete locos. Mereció múltiples ediciones, y en 1973 conformó la trama de una película y, más tarde – en 2015 – de una serie de televisión. Se inspiró en un relato escrito por el ruso-judío Ilya Ehrenburg titulado Julio Jurenito, que vio la luz en 1929. El protagonista principal es Remo Augusto Erdosain, imaginativo ideólogo de una revolución financiada con los ingresos de los burdeles bonaerenses. Un intento frustrado pues Erdosain apenas acierta a superar angustias existenciales y un afiebrado desorden psicológico e intelectual. Como en otros de sus escritos – El jorobadito, Aguafuertes porteñas, Saverio el cruel – el orden gramatical se disloca frecuentemente. A menudo fracasa en insertar comas y puntos conforme a las normas convencionales; incurre incluso en errores ortográficos. Sin embargo, describe con fidelidad la filosa angustia de sus protagonistas y los sueños desvariados de la marginada clase media porteña.
El inicio del relato muestra su estilo y gramática: “Al abrir la puerta de la gerencia, encristalada de vidrios japoneses, Erdosain quiso retroceder; comprendió que estaba perdido, pero ya era tarde… Lo esperaban el director, un hombre de baja estatura, morrudo, con cabeza de jabalí”. Erdosain padeció esta primera humillación propinada por el señor Gualdi, cuyo credo socialista tenía sólo valor retórico y ceremonial.
Para ganarse el sustento cotidiano, Arlt se consagró al periodismo y al teatro.
El periódico El Mundo fue uno de sus escenarios, y la obra Trescientos millones le concedió algún nombre en los medios bonaerenses. Los dramáticos sucesos en los años treinta – el nazismo, el fascismo, los regímenes militares argentinos y latinoamericanos – se filtraron repetidamente en sus textos.
Juan Carlos Onetti fue uno de los pocos escritores que tempranamente celebraron su talento.
Marginado durante largo tiempo, Arlt empieza a ser apreciado en los círculos literarios en los años sesenta. La obra de Roberto Bolaño es un desprendimiento arltiano, y Julio Cortázar será uno de los primeros escritores que reconocerá su valor como testigo y escritor del ambiente marginal argentino.
Un infarto selló tempranamente su vida. Fue incinerado en el cementerio de La Chacarita, y las cenizas dispersas en el río Paraná. ■

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