¿Por qué el «Califato» de Baghdadi debe ser destruido?

11 septiembre, 2016

Raqqa Delenda Est

Coronel (retirado) Dr. Eran Lerman

Mientras que Irán sigue siendo la mayor amenaza para la región; la continua existencia del Estado Islámico fortalece más que enerva la búsqueda de Irán por la hegemonía. La destrucción del Estado Islámico debe ser el primer paso de una campaña diseñada en última instancia, para aislar y contener a Irán.

En un reciente artículo, el Prof. Efraím Inbar sugiere que sería un error estratégico destruir a la organización Estado Islámico (EI) y arrancar completamente de raíz su base territorial. Plantea un punto convincente y ofrece una perspectiva seria, dura y realista. Su punto de vista refleja la angustia de muchos en Israel, y en toda la región, que ven cómo el gobierno de Estados Unidos y otros entienden mal sus prioridades, al definir a Irán como un recurso y un potencial aliado en la guerra contra el denominado califato del Estado Islámico.

Inbar está en lo correcto acerca de que Irán es un estado poderoso con ambiciones nucleares, una base industrial fuerte, y graves reclamos de hegemonía regional y sobre el hundimiento del orden global existente. Por el contrario, los hombres de Baghdadi -a pesar de su pornografía de la muerte y su influencia sobre los atacantes del tipo «lobo solitario» en Occidente– no tienen nada de eso.

A pesar de ello, una estrategia que deje al Estado Islámico vapuleado, pero vivo, plantearía serios peligros.

Para comenzar, la norma de que el terror no puede ser tolerado es preciosa. Durante años se ha dejado de lado. Incluso Israel se ha visto con la necesidad de aceptar un inquieto modus vivendi con Hezbollah y Hamas, en vista de las amplias invasiones de tierra que se requerirían para destruirlos.

Sin embargo, ambos grupos han jugado un papel en la reducción de las tensiones en los últimos años; mientras que el Estado Islámico permanece tan asesino como siempre. Dado el legado del 11 de septiembre; eso ya no es una realidad aceptable.

Los principales actores de Occidente, encabezados por EE.UU. y ahora Francia, se han unido en apoyo a un esfuerzo militar sostenido, con planes para liberar Mosul, destruir al Estado Islámico en el enclave de Sirte a lo largo de la costa de Libia, y en última instancia tomar Raqqa y destruir el «estado» de Baghdadi. Este es un desarrollo que los israelíes y otros deberían acoger con satisfacción, no menospreciar.

Beneficios políticos e ideológicos específicos pueden esperarse como resultado de la caída de Mosul y en última instancia de Raqqa; no importa lo que le sucede al pretendido califa Abu Bakr al Baghdadi. (Su verdadero nombre es Ibrahim al Samarai). Esto tiene que ver con la naturaleza misma del radicalismo islamista.

El islamismo es una versión (o perversión) del Islam, y los intentos por parte del presidente Obama y otros de desvincularlo han degradado el discurso sobre la «lucha contra el extremismo violento». Pero el islamismo no es la única versión posible del Islam. Es una ideología política relativamente nueva que pretende competir con otros «ismos», incluyendo el nacionalismo, el comunismo y otras manifestaciones de la modernidad.

El reclamo de supremacía de los islamistas no depende de la calidad de su interpretación religiosa; sino de la fuerza de sus acciones. Mientras que las tradiciones chií santifican a los perdedores en la batalla; los sunitas no. La derrota total en el campo de batalla conduciría, por lo tanto, al colapso de las ideas que defiende el Estado Islámico.

En cuanto a Irán, la continua existencia del Estado Islámico y sus horrores es un regalo para Khamenei. Él lo utiliza para atraer a Turquía, culpar a los sauditas, y justificar los estragos infligidos a los sunitas en Irak y Siria por los agentes de Irán.

La destrucción del Estado Islámico y su reemplazo, no por la represión respaldada por Irán, sino por elementos sunitas más ilustrados (como lo hizo el general estadounidense Petraeus cuando estableció el Renacimiento Sunita, o Sahwa, en el oeste de Irak), iría mucho más lejos para socavar la apelación de Irán que lo que un Estado Islámico dañado y debilitado puede seguir infligiendo.

¿Se sentirá Hezbollah seguro como para ir detrás de Israel una vez que el Estado Islámico haya desaparecido? No es probable. Todavía habrá muchos sunitas enfurecidos en Siria y el Líbano que no estarán dispuestos a olvidar quién derramó su sangre en nombre de Assad.

También hay un elemento regional que merece nuestro apoyo y simpatía, así como la asistencia abierta de las potencias occidentales. Estos son los kurdos, y más aún, los yazidis, que están marcando el segundo aniversario de las masacres perpetradas en contra de ellos por los carniceros de Baghdadi. Dejarlos con el Estado Islámico como su vecino permanente no es justo ni prudente. Ellos resistieron y combatieron bien. Tienen derecho a ver esta batalla terminada.

En el caso del Estado Islámico, los imperativos morales y los cálculos realistas no tienen por qué contradecirse. Es la teoría «realista» cruda del «equilibrio extraterritorial (off-shore)», presentada por el presidente Obama y sus asesores más cercanos, que sentó las bases para el gran intento de atraer a Irán a la nueva fórmula en la región. Cualquier intento de retratar a Irán y al Estado Islámico como rivales equilibrados jugará solamente a favor de ese problemático estado de ánimo.

En su lugar, sería mejor para Israel, codo a codo con nuestros socios regionales del «campo de estabilidad», unirse a aquellos dentro del establishment político y de seguridad de Estados Unidos que aún ven a todos los islamistas -Irán, Estado Islámico, y Ikhwan (Hermanos Musulmanes)- como enemigos. Juntos, estos socios deben elaborar una campaña por etapas que comienza con la destrucción del Estado Islámico, pasa por la marginación de la Hermandad Musulmana, y en última instancia aísla al régimen iraní y retoma el avance que hizo en nombre de la lucha contra el Estado Islámico.

Mientras tanto, nos corresponde evitar posiciones que socaven nuestra postura moral. Esto es lo que llevó al presidente Ronald Reagan a la operación Irán-Contra, su único gran error. Es lo que nubló el juicio de los que vieron un socio digno en Yasser Arafat, el hombre detrás de la profanación asesina de los Juegos Olímpicos de 1972.

La claridad moral es esencial para que las sociedades occidentales, y en particular EE.UU., sigan permaneciendo comprometidas. Y más aún cuando se trata del aliado más importante de Israel, la comunidad judía estadounidense, para quien el Estado Islámico es la encarnación del mal.

Parafraseando al senador romano Catón, tiene sentido estratégico y moral decir: Raqaa Delenda Est, es decir, la capital del Estado Islámico debe ser tomada y la organización destruida.

Fuente: BESA Centro Begin-Sadat de Estudios Estratégicos

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