¿Podrá cambiarse el statu quo?

8 junio, 2017 , ,
Foto: Wikipedia

Trump es aún una incógnita en Israel

Benito Roitman

No creo estar exagerando al afirmar que, a pesar del tiempo transcurrido, en Israel todo parece retumbar todavía al ritmo de Trump, Trump, Trump. Tuvimos que soportar todos los comentarios del mundo previos a su llegada a Israel, fuimos informados al detalle de sus pasos en Arabia Saudita y por supuesto estuvimos sometidos -durante su visita de 25 horas- al seguimiento y significación de cada palabra, cada mirada y cada gesto de Trump y de todo su séquito. Y en los días subsiguientes nos persiguieron -y nos persiguen todavía- los sesudos análisis que desmenuzan, interpretan y reinterpretan cada una de esas palabras, miradas y gestos. Pero lo que Trump pueda traer de nuevo, si es que trae algo -con respecto a las negociaciones de paz que conduzcan a dos estados contiguos entre Israel y la Autoridad Palestina con relación a la continuidad o no de construcciones en los asentamientos, etc. etc.- continúa siendo una incógnita.
Y sin embargo, ello no ha impedido -ni impide- el mantenimiento del culto a la figura de Trump, por parte de las autoridades del gobierno israelí, aun cuando aquel acaba de desdecirse de su promesa electoral de trasladar inmediatamente la embajada estadounidense a Jerusalén.
Porque lo que se espera de Trump es su apoyo para el mantenimiento del statu quo en Israel, lo que en las circunstancias actuales parece natural. En efecto, no se estima probable en el futuro cercano que la coalición de gobierno se deshaga y conduzca a elecciones anticipadas. Pero aún si ello se produjera, si por ejemplo las morosas investigaciones que se vienen arrastrando en áreas tan sensibles como la oportunidad y las modalidades que acompañaron las negociaciones para la compra de material bélico (los submarinos y los buques encargados a Alemania) obligaran finalmente a convocar nuevas elecciones, nada asegura que un nuevo gobierno -una nueva coalición- se aprestara a modificar el statu quo.
Pero ¿qué abarca ese tan citado statu quo? Cuando hoy se habla de statu quo en Israel, el término se aplica sobre todo al mantenimiento de la ocupación y de los asentamientos judíos en los territorios y, de manera implícita, a la continuidad de su división en las áreas A, B y C establecidas en los acuerdos de Oslo, pese a la permanente demonización de esos acuerdos por parte de los partidos de la coalición de Gobierno. Pero vale la pena recordar que ese término se aplica también a los pactos políticos existentes -de facto o de jure- entre partidos seculares y religiosos para no alterar los arreglos relativos a asuntos religiosos (y cuyo origen se remontaría a la carta enviada por Ben Gurión al partido ultra religioso Agudat Israel en junio de 1947, sentando las bases de esos acuerdos).
Se puede agregar, además, que el modelo económico-social que viene caracterizando el funcionamiento actual de la sociedad Israelí, ese que muestra orgullosamente un PBI por habitante que se sitúa en el orden de los 37.000 dólares, pero que oculta vergonzosamente sus estructuras piramidales, el carácter tortuoso de las relaciones gobierno-corporaciones, las lacras de una pobreza permanente y de una desigualdad creciente, ese modelo se inscribe también como parte del statu quo, sin que se avizoren cambios en él.
De esta manera, la apuesta del gobierno al mantenimiento del statu quo se sitúa en lo político, pero incluye también lo religioso, lo económico y lo social. De alguna manera, esto ayuda a explicar la carencia de un proyecto de largo plazo en Israel que incluya todas esas dimensiones, ya que lo que importa es que todo siga igual. Por lo tanto no tiene sentido proyectarse hacia el futuro; lo que se pretende más bien es conservarse como en el presente, y el reto es convencer a la sociedad que eso es lo que le conviene.
Y hasta ahora, esto se ha venido logrando. La sociedad israelí habría ido perdiendo a lo largo del tiempo la capacidad de reaccionar y de pronunciarse sobre el mantenimiento del statu quo. En lo político, la insistencia sobre la necesidad de priorizar la seguridad por sobre toda otra consideración, con el espectro de las “amenazas existenciales” que se ciernen continuamente sobre nosotros, se ha constituido en un instrumento central para justificar la continuidad de la ocupación de los territorios, la expansión de los asentamientos y el control de la población palestina.
En cuanto a lo religioso, esta sociedad parece incapaz de superar sus divisiones en esa materia (véase el estudio del Pew Research Center publicado en marzo de 2016 con el título “Israel’s Religiously Divided Society”; la encuesta correspondiente tuvo lugar a mediados de 2015). Y a pesar de que el 78% de la población judía no se identifica como religiosa -el 49% se declara secular y el 29% como tradicionalista (esta última categoría incluye una variedad de posiciones frente a la práctica religiosa, pero separados del 22% que se declara religioso o ultrarreligioso)- se mantiene firme la vinculación religión/estado, reforzada por la continuidad de un sistema educativo dividido en varias corrientes -todas ellas financiadas por el Estado- y orientado, desde el actual Ministerio de Educación, hacia el mantenimiento y profundización del statu quo.
La dimensión económico-social es la que mayores posibilidades podría tener de remover la abulia de esta sociedad, para volver a reflexionar seriamente sobre su futuro y actuar en consecuencia, delegando en mejores representantes que los actuales la salida del statu quo actual. Y ello incluye la responsabilidad de restaurar un espacio de convivencia democrática con un estado palestino vecino, y de mantener una saludable separación entre la religión y el estado.
En efecto, el modelo económico-social vigente descansa sobre la promesa implícita de que la no actuación beneficia a la larga a toda la sociedad. Pero esa promesa se ha mostrado vacía, no sólo en Israel sino más allá de sus fronteras. Así, el descontento con la situación económica y social se extiende en vastas regiones del planeta, y se manifiesta de formas tan diversas como la ascensión de Trump a la presidencia en los EEUU, la aprobación del Brexit en el Reino Unido, el fracaso de los partidos tradicionales en Francia, los desarreglos políticos en Brasil, para citar sólo algunos casos. Sin embargo ese descontento generalizado no parece existir en Israel, donde por el contrario el gobierno se regodea con los éxitos macroeconómicos alcanzados (sea por sus acciones, sea a pesar de ellas), y el grueso de la oposición acompaña ese regodeo.
Es cierto que el campo económico muestra algunos avances positivos: con un PIB por habitante como el ya señalado más arriba y un crecimiento económico moderado pero persistente, Israel destaca entre los países de la OECD. Pero también destaca por sus niveles de pobreza y por su desigual distribución del ingreso, indicadores ambos que lo colocan a la cola de los países de la OECD.
Además, por más promesas electorales que se hayan formulado, el costo de vida se mantiene muy alto, en términos de los ingresos de la mayoría de la población. Y el precio de la vivienda continúa siendo inaccesible para innumerables parejas jóvenes, pese a que soluciones existen, Entre ellas podría citarse la creación de un instituto hipotecario público que compita con los grandes bancos, o la construcción pública masiva de viviendas de interés social en tierras liberadas del Estado; pero son soluciones que contrarían tanto al modelo económico como a los muchos intereses creados alrededor del tema.
Por su parte, un sistema de funcionamiento económico cuyo dinamismo descansa básicamente en actividades productoras de bienes y servicios de alta tecnología, y cuyas exportaciones dependen en gran medida de la demanda externa, y/o de las políticas empresariales de transnacionales extranjeras instaladas en el país, y/o de la demanda internacional de armamentos, y/o del mercado internacional de diamantes, corre el riesgo –que ya está presente- de concentrar peligrosamente los frutos del crecimiento en una minoría, ampliando cada vez más la brecha social.
Sin abundar en otras facetas opacas del funcionamiento de lo económico y lo social en Israel –el tema del gas natural viene a la mente en ese contexto- lo anterior parecería ser más que suficiente para despertar descontentos y unir voluntades que se manifestaran contra la continuidad de estas situaciones. Y sin embargo, el statu quo se mantiene. ¿Qué podrá despertar a esta sociedad?

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