Parashat Vaiejí

11 enero, 2017

Rab. Gustavo Surazski *

La Torá, un libro de añoranzas
Existe una gran diferencia entre los cinco libros de la Torá y los libros de los Profetas.
La Torá es fundamentalmente un libro de añoranzas.
Expresiones como “Cuando entres a la tierra”, o “cuando Di-s te traiga a la tierra”, se repetirán decenas de veces a lo largo de la Torá y resaltarán el profundo sentimiento de nostalgia y esperanza que envuelve a la mayor parte de los libros de Moshé.
Sólo unas pocas secciones de la Torá se desarrollan en la Tierra Prometida. El resto de la Torá acontece en el exilio –en Egipto- y fundamentalmente en el desierto.
La situación respecto a los libros proféticos es diametralmente opuesta.
Los acontecimientos relatados en el libro de Ieoshúa, Shoftim, Shmuel y Melajim -por ejemplo- ocurrieron aquí, a la vuelta de la esquina. Detrás de cada piedra de Israel se esconde un versículo diferente. Los pies de Ieoshúa bin Nun pisaron cada uno de los paisajes de la Tierra Prometida.
Sin embargo, los libros proféticos constituyen –muy a nuestro pesar- una auténtica excepción. Se podría decir que no sólo la Torá es un libro de añoranzas, sino que la religión judía es fundamentalmente una religión nostálgica. La añoranza envuelve también la inmensa mayoría de las páginas del Sidur, nuestro libro de rezos. Mientras que en la Torá se añora la Tierra que fuera abandonada en tiempos de Iaakov Avinu -cuando sus hijos descendieron a Egipto- en el Sidur se añora al Templo de Jerusalem y a la dinastía de David.
En Parashat Vaiejí que leemos esta semana ocurre algo particularmente llamativo.
Iaakov Avinu deja este mundo y sus hijos suben a la Tierra Prometida a sepultar sus restos.
Lo interesante es que al arribar a la Tierra de Iaakov da la sensación que la ven como una tierra ajena. Los hijos de Iaakov suben a la Tierra Prometida, le dan sepultura a su padre, lo lloran, y retornan a Egipto. ¿Qué mejor para hombres de ganado que establecerse en la tierra de Goshen, descrita en las Escituras como “lo mejor de la tierra” (Bereshit 47, 6)?
Se cuenta que en tiempos de la cuarta aliá -cuando una gran cantidad de judíos polacos llegaban a la Tierra de Israel- preguntaron a Rabí Meir Shapira de Lublín por qué no iba -aunque más no sea- a visitar la Tierra de Israel.
Dijo Rabí Meir: “Para subir a Israel aún me quedan fuerzas, pero… ¿de dónde sacaré fuerzas para regresar de allí?”.
Los hijos de Israel no tuvieron ese problema. Fácilmente encontraron las reservas anímicas para desprenderse de la tierra de sus antepasados. De hecho, la Tierra de Israel se había transformado para ellos en eso: en la Tierra de su padre.
Se podría argumentar que en la Tierra Prometida había hambre y sequía y que en Egipto no faltaba la comida. Sin embargo, el hambre en Cnaan duró unos pocos años…¡Iosef vivió cuarenta años luego de muerto su padre Iaakov! ¿Por qué los hijos de Israel no regresaron a su tierra entonces?
Tal vez la respuesta a este interrogante esté sugerida por una particularidad que esconde nuestra Parashá.
Parashat Vaiejí es la única sección stumá (cerrada) de la Torá.
¿Qué significa ésto?
Significa que en el texto bíblico no existe ningún espacio entre nuestra Parashá  y la sección previa (VaIgash), cuando habitualmente se deja un espacio en blanco entre sección y sección.
El Rabino Beni Lau, siguiendo el razonamiento de nuestros Sabios, explica esta particularidad:
“En tanto Iaakov estaba vivo, alguien unía a la familia con sus raíces. Muerto el padre de familia, aquella raíz se cortó y las nuevas ramas echaron raíces en la tierra de Egipto… La familia se posesionó de la tierra de Egipto y comenzó a prosperar en ella sin experimentar sensación alguna de ´diáspora´”.
De hecho, así concluye Parashat Vaigash que leímos la semana pasada: “Y residió Israel en tierra de Egipto, en tierra de Goshen; y posesionáronse de ella; y fructificaron y multiplicáronse mucho” (Bereshit  47, 27).
E inmediatamente luego de aquel cierre, sin mediar ningún espacio, comienza la nueva Parashá -Vaiejí- una Parashá stumá (cerrada). Por lo visto, los que se cerraron fueron los ojos de los hijos de Israel. Al cabo de unos años, ni añoranzas les quedaban…En unos pocos días nacerá Moshé Rabenu. El habrá de recordarles a los hijos de Israel quién era el Di-s de sus padres; él habrá de explicarles el origen de sus raíces.
Muchos de nuestros hermanos, a los largo de nuestra historia, quedaron en el camino olvidando sus raíces. Otros se aferraron a la esperanza de que un día llegará y podrían regresar a su  tierra.
Nosotros nos contamos entre estos afortunados. Tuvimos la gracia de nacer en una generación que pudo cristalizar el sueño de millones de judíos a lo largo de la historia y podemos moldear nuestras vidas sobre la Tierra de Israel, en un Estado complejo… pero propio.
Por primera vez en dos mil años, la Tierra de Israel no es sólo añoranza sino una realidad palpable y pujante. No es sólo la Tierra de nuestros antepasados, sino la nuestra. Esto supone también un desafío dado que hoy no soñamos con la Tierra, sino que la construimos.
Leí en una oportunidad que se le preguntó al Rabino Shlomo Carlebach Z»L en qué época le hubiera gustado nacer si de él dependiera la cosa. Y él respondió que por ninguna razón del mundo cambiaría el destino que cayó en sus manos: haber nacido es ésta, nuestra generación.
La verdad, yo tampoco.
* Rabino de la comunidad Netzach Israel – Ashkelon

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