Foto: Pikiwiki Israel

El defecto de la cigüeña

Rabino Gustavo Surazski *

Una extensa sección de Parashat Sheminí que leemos este Shabat se ocupa de las leyes del kashrut, en general, y de la clasificación de los animales impuros en particular.
Según se nos cuenta, Adam -el primer hombre- observó con profundidad la esencia de cada animal y llamó a cada uno de ellos por su nombre. Y ocurre algo maravilloso en el idioma hebreo al respecto.
El burro (Jamor), por ejemplo, se caracteriza por llevar a cuestas pesadas cargas. El nombre “Jamor” deriva de la raíz hebrea “Jomer” (materia). El burro representa el universo de la materia, el mundo físico.
El perro (Kelev) es otro buen ejemplo, al respecto. Este animal se caracteriza por su generoso corazón y de hecho su nombre contiene la palabra “Lev” (corazón). Un tercer ejemplo -y muy interesante a la vez- tiene que ver con el cerdo (Jazir). Dicen nuestros rabinos que el nombre “Jazir” (Cerdo) procede de la raíz hebrea J.Z.R. (volver) ya que en el futuro este animal se tornará rumiante y volverá a estar permitida su ingestión (Or HaJaim a Vaikrá 11, 7).
¿Y qué hay respecto a la cigüeña (Jasidá)?
El Gaón de Vilna explica que la cigüeña se llama Jasidá (Piadosa), ya que siempre se sumerje en el agua después del apareamiento. RaSHI, por su parte, explica que se llama así debido a la piedad que demuestra al compartir la comida con sus pares.
Si esto es así… ¿por qué la Torá califica a la cigüeña como impura? ¡No tiene sentido! ¿Acaso existe algo más kasher que realizar actos piadosos?
Rabí Itzjak Meir de Gur, trae una excelente observación al respecto. La piedad y generosidad de la cigüeña se limita sólo a su círculo inmediato y hace caso omiso de los que no son parte de su pequeño grupo. Ésta no es la clase de piedad en la que cree la tradición judía. Por esa razón, el ave es impura. Rabí Itzjak Meir de Gur dice que piedad y rectitud no son necesariamente la misma cosa.
Quince años atrás fui capellán judío en la cárcel de Villa Devoto, el principal centro penitenciario de la Ciudad de Buenos Aires. Semanalmente -durante casi tres años- visité a los internos judíos proporcionándoles apoyo espiritual.
Una de las mayores lecciones que atesoro de aquella experiencia es que la lealtad y la generosidad del hombre no conoce límites, incluso en situaciones como aquellas.
Recuerdo haber llegado en una oportunidad al Penal en Jol HaMoed Pésaj. Teníamos programada una comida festiva junto a los internos judíos para la cual había llevado a prisión matzot y alimentos típicos de Pésaj preparados especialmente para la ocasión.
Sin embargo, al llegar se me hizo saber que uno de los presos estaba haciendo huelga de hambre. Ninguno de los internos quiso comer como señal de identificación con la lucha de su amigo.
Posiblemente hacía meses (¡sino años!) que no participaban de semejante banquete en prisión. Se trataba de criminales, que habían robado, engañado e incluso asesinado. Muchos de ellos siquiera mostraban signos de arrepentimiento. Sin embargo, supieron ser compasivos y leales con su par en desgracia.
Hace un tiempo leí un interesante artículo sobre la vida de los vampiros.
Un vampiro que tiene éxito en la búsqueda de su “víctima”, succiona una cantidad de sangre que representa del 50% al 100% de su peso corporal (y su naturaleza le exige esa cantidad todas las noches). Sin embargo, si al regresar a su nido encuentra un compañero hambriento, dará parte de “su” sangre hasta que su compañero pueda encontrar a su propia víctima.
Se trata de un instinto básico para su supervivencia. Y aún con toda esa lealtad y compasión a cuestas, el vampiro seguirá siendo cruel y sanguinario.
Ocurre que rectitud y piedad no son la misma cosa. Ese es el defecto de la cigüeña.

* Rabino de la comunidad Netzach Israel – Ashkelon

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