Parashat Devarim

26 julio, 2017 ,

Rab. Gustavo Surazski *
Yes, we can
Los primeros versículos de Parashat Devarim nos plantean un interesante interrogante.
Sefer Devarim –el quinto y último libro de la Torá- contiene los discursos de despedida de Moshé previos a su muerte.
La Torá (Devarim 1, 3) atestigua que dicha despedida tuvo punto de partida en Rosh Jodesh Shevat (el primer día del undécimo mes, de acuerdo al dictamen bíblico). De acuerdo a la tradición hebrea, Moshé murió el día 7 del mes de Adar. Por ende, aquellos discursos de Moshé se fueron hilvanando a lo largo de treinta y seis días (No es casual que la primera palabra de Parashat Devarim –Elu (אלו)- sume también 36 en gematria).
¿Cómo es posible que Moshé -hombre “lento de habla” e “incircunciso de labios”-logre hablar durante treinta y seis días seguidos?
De acuerdo al libro Guiness de los records, el discurso más largo de la historia fue pronunciado por el indio Krishna Menon ante la ONU en 1957, defendiendo la posición de su país respecto al territorio de Cachemira durante aproximadamente ocho horas.
Aquí estamos hablando de un hombre que se despide de su pueblo con un discurso de ¡treinta y seis días! Ésto es algo extraordinario, pero más increíble aun es que aquel que habla –de acuerdo a la Torá- ¡es tartamudo!
Al respecto, existen dos opiniones divergentes en Devarim Rabá.
La primera de ellas sugiere que no existía impedimento alguno en Moshé.
El midrash compara a Moshé con un comerciante que vendía tejidos de lana púrpura.
Vino un rey y preguntó al comerciante la naturaleza de su mercancía. El hombre le respondió que no vendía mercancía alguna. «¡¿Cómo es posible?!», le preguntó el rey. “Escuché tu voz diciendo que vendías tejidos de lana púrpura…”. “Es cierto”, dijo el comerciante. “Vendo tejidos de lana púrpura, pero para su alteza es como si fuera nada”.
Así dijo Moshé: “Ante Di-s -quien creó la boca del hombre- No soy hombre de palabras”. No así ante Israel.  (Devarim Rabá 1, 7).
El Midrash sugiere aquí que la limitación de Moshé no era objetiva. Sólo ante Di-s se sentía incapacitado para hablar. Ante Israel no sentía limitación alguna.
Sin embargo, el Midrash también plantea una opinión antagónica a este comentario.
De acuerdo a un segundo comentario en Devarim Rabá, la tartamudez de Moshé era real y sólo quedó curada luego de la entrega de la Torá (Devarim Rabá 1, 1).
Deseo ofrecer hoy un tercer abordaje a este interrogante.
Opino que Moshé superó su tartamudez al momento de comenzar su misión ante el faraón.
Todo hombre esté cargado de limitaciones. Sin embargo, quien está convencido de su misión en este mundo, logra sobreponerse a ellas.
Nos encontramos a las vísperas de Tishá BeAv, día en el que rememoraremos la destrucción del Primer y Segundo Templo de Jerusalén.
Mucho se ha escrito acerca de los pecados que han desencadenado en estas tragedias.
Se dice que el Primer Templo fue destruido por el pecado del derramamiento de sangre, la idolatría y las relaciones sexuales prohibidas. Se dice que el Segundo fue destruido por el pecado del odio gratuito (Iomá 9b).
Sin embargo, de acuerdo al Talmud, dichas tragedias quedaron decretadas el mismísimo día en que los espías regresaron al campamento de Israel luego de su periplo por la Tierra Prometida.
La historia de los meraglim (espías) también es leída cada año el Shabat anterior a Tishá BeAv.
Cuarenta años después de aquel suceso, Moshé rememora que aquellos hombres hicieron derretir el corazón de Israel (Devarim 1, 28). Aquella tierra de ensueño, se transformó, del día a la noche, en una tierra de pesadilla.
Los gigantes y las ciudades fortificadas terminaron marcando el tono de su informe: “No podremos subir contra el pueblo, porque es más fuerte que nosotros”, dijeron (BeMidvar 13, 31).
Sin embargo, lo más grave de este triste episodio, es que aquellos espías terminaron contagiando su pesimismo a todo Israel, transformando el llanto de aquella noche en un llanto que atravesaría generaciones (Taanit 29a).
¿Qué es lo que produjo –finalmente- la destrucción de los Templos de Jerusalén?
No sólo el odio gratuito, las relaciones sexuales prohibidas, la idolatría o el derramamiento de sangre. Esos fueron los desencadenantes.
Los Templos de Jerusalén comenzaron a destruirse en aquel momento en el que un pueblo –el nuestro- se creyó sin fuerzas para llevar a cabo su misión.
La auténtica razón de aquellas tragedias fue la errónea percepción del «no podremos». Los Templos de Jerusalén comenzaron a destruirse aquella misma noche en el que un pueblo bajó sus brazos.
Tal vez éste sea uno de los mensajes más poderosos que nos haya dejado Moshé Rabenu.
A la hora de la verdad, incluso aquel hombre que se percibía limitado y sin poder de palabra, demostró que sí podía.
Finalmente, no existe obstáculo que pueda interponerse ante la fuerza de voluntad.
* Rabino de la comunidad Netzach Israel – Ashkelon

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