Nobel de Química israelí explica en Chile la revolución de la medicina personalizada

9 abril, 2017
Aaron Ciechanover Foto: Festival Puerto de Ideas vía Facebook

«La revolución más grande que estamos experimentado es la de la medicina personalizada», una forma de encarar las enfermedades que además es «predictiva, preventiva y participativa», explica el médico israelí Aaron Ciechanover, premio Nobel de Química 2004 por sus descubrimientos sobre la degradación de las proteínas.

Los avances más impactantes de la historia de la medicina han sido puras y simples serendipias, hallazgos afortunados que se producen de manera inesperada, por casualidad la mayoría de las veces, como sucedió con la penicilina.

En otras ocasiones ha sido el avance de las nuevas tecnologías el que ha hecho posible el procesamiento de ingentes cantidades de datos y el análisis de enormes bibliotecas químicas.

Sin embargo, la medicina actual ha llegado a la conclusión de que no todos los pacientes afectados por las mismas enfermedades respondan de igual forma a los tratamientos. Es así como nace la revolución de la medicina personalizada, explica el doctor Ciechanover.

Nacido en Haifa, la ciudad del norte de Israel, sede de la religión Bahai, Ciechanover es doctor en Ciencias Biológicas y experto en el estudio de los procesos neurodegenerativos que puede acarrear el mal funcionamiento de la degradación proteínica.

Y también un teórico de la llamada «medicina a la medida», la que se hace dependiendo del perfil molecular de cada paciente, una nueva forma de ciencia que está revolucionando la investigación y los tratamientos, pero que también suscita complejos dilemas bioéticos, como la protección de la información genética de los pacientes.

«Todos queremos ser jóvenes por siempre y al mismo tiempo permanecer sanos. ¿Qué pueden hacer la medicina y la ciencia al respecto? Mucho», reflexiona el doctor Ciechanover.

Hace un siglo, la esperanza de vida era de 55 años, no había antibióticos, no se conocían los tipos sanguíneos, y muchas mujeres morían durante el parto.

En la época de los faraones egipcios, la gente moría a los treinta años, Hoy, la esperanza de vida en los países desarrollados supera los ochenta.

«En un siglo, la humanidad ha ampliado la esperanza de vida más que en los 4.000 años anteriores. El siglo XX trajo consigo investigación y tecnologías que nos ayudan a tener una vida más saludable, de mejor calidad», subraya. «Pero también estamos pagando el precio por vivir más», advierte.

Y ese precio son las enfermedades del mundo moderno, como el cáncer (sólo el 2 % de los que lo padecen tienen menos de 40 años), las dolencias cerebrales o los ataques cardíacos. De tal manera que el 85 % de los gastos en salud se concentra en los tres o cuatro últimos años de la vida de cada individuo.

«Esto plantea un dilema bioético -sostiene el Nobel de Química-, porque la medicina está cambiando en varias direcciones».

Una de ellas es la ingeniería y los dispositivos (válvulas, microcámaras, articulaciones de titanio), otra es la medicina regenerativa (células madre) que puede ayudar a tratar enfermedades como el parkinson, y la tercera son las medicinas, una industria que mueve cientos de miles de millones de dólares.

«¿Cómo fue que llegamos a esta revolución?», se preguntó el doctor Aaron Ciechanover durante una conferencia dictada en el marco del festival de ciencia Puerto de Ideas Antofagasta 2017.

La primera revolución (1930-1960) fue la de los descubrimientos incidentales, como la aspirina, una droga que ya se empleaba hace 4.000 a las orillas del Nilo, donde los egipcios masticaban la hoja de sauce para aliviar el dolor, y que un día fabricó un grupo de científicos franceses y alemanes que trabajan en la farmacéutica Bayer.

Con el tiempo, también se llegaría a saber que la salicina puede evitar los coágulos sanguíneos (y por lo tanto, el infarto) y tiene efectos inflamatorios, lo que contribuye a prevenir ciertos tipos de cáncer.

La segunda revolución (1970-2000) fue la del procesamiento masivo de sustancias químicas cultivadas en grandes laboratorios como Johnson & Johnson o Novartis, que usan robots y aplican inteligencia artificial.

Un ejemplo de este avance son las estatinas, que reducen el colesterol y el riesgo de infarto. Esta droga, descubierta en 1970 por el bioquímico japonés Akira Endo, fue desarrollada por los laboratorios Merck y hoy mueve miles de millones de dólares.

La tercera revolución es la medicina del siglo XXI, una medicina personalizada, predictiva, preventiva y participativa.

«La ciencia ya no puede seguir avanzando por coincidencia», explica el doctor Ciechanover. «Los seres humanos pensamos que somos idénticos entre nosotros, pero realmente somos mucho más diferentes que similares».

Hasta hace poco, la medicina carecía de la capacidad de predecir cómo iban a responder los pacientes a un determinado tratamiento, pero hoy eso cambió.

Cuando en 1990 en un laboratorio de Estados Unidos se logró leer por primera vez el ADN de una persona, la investigación demoró nueve años y costó miles de millones de dólares. En breve se hará en treinta minutos y costará menos de 1.000 dólares.

«La tecnología no conoce límites», asegura el premio Nobel de Química. Sin embargo, hay un pero.

«Las farmacéuticas están en contra de la medicina personalizada. A ellas no les importa la salud de la gente, les importa la plata», concluye Aaron Ciechanver de manera lapidaria. EFE

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