No hay almuerzos gratis

26 octubre, 2016

Pablo Sklarevich
La reciente entrevista que el ministro de Defensa, Avigdor Liberman, ofreció al diario palestino Al Quds, con sede en Jerusalén este, no fue un evento usual. Muchas de las críticas palestinas, sobre todo de aquellos medios identificados con el islamista Hamás y el marxista Frente Popular de Liberación Palestina (FPLP) se centraron en el hecho de que rompe con el tabú de la “normalización” con Israel. También la Autoridad Palestina intentó impedir su publicación;  pero se chocó con la desobediencia de los editores.
El principal mensaje de Liberman fue para tranquilizar a Hamás. Israel no tiene interés en una guerra en Gaza; pero advirtió que si se desata podría ir hasta el final.
La idea de tratar directamente con Hamás, pasando por encima de la Autoridad Palestina (AP), ha sido siempre una gran pasión para la coalición gobernante. Después de todo, desde el punto de vista del Gobierno, la AP desarrolla un perturbador doble juego. Por un lado, coopera con las fuerzas de seguridad israelíes –entre otras cosas para impedir que su liderazgo en Cisjordania (Judea y Samaria) sea derrocado por los islamistas, como sucedió en Gaza-. Mientras que por el otro, le hace la vida imposible a Israel en los foros internacionales como en la FIFA, la Unesco, la Corte Penal Internacional y el Consejo de Seguridad.
Recientemente, los funcionarios de la AP anunciaron una campaña por los cien años del “crimen” de la declaración Balfour, que comenzará el 2 de noviembre próximo. En 1917, el secretario de Exteriores de Gran Bretaña,  Arthur James Balfour, anunció la intención de su gobierno de establecer “un hogar nacional para el pueblo judío” en la Tierra de Israel.
Absurdamente, la AP busca al parecer explotar el complejo de culpa judeocristiano de Occidente.
Por eso, ¿quién puede culpar a Liberman y a otros funcionarios del Gobierno por sus fantasías sobre un eventual reemplazo al presidente palestino, Mahmud Abbás, o sobre el trato directo con Hamás? Este último nunca podría ir a la Unesco ni al Consejo de Seguridad.
Mientras tanto, la valiosa coordinación de seguridad con Ramallah es aparentemente el precio que el Estado judío debe pagar.
Como dice la máxima popular: No hay almuerzos gratis ni cafés inocentes.

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