No, esto no es Weimar o los años 30

9 diciembre, 2016

Jonathan S. Tobin 

Justo en el momento en que los judíos estadounidenses necesitan un liderazgo sobrio y adulto y un modelo de diálogo civil, el jefe de la Liga Anti-Difamación ha elegido otro camino. Jonathan Greenblatt, el director general de ADL, manifestó a un grupo de legisladores israelíes que la retórica antisemita ahora es tan frecuente que está a un nivel sin precedentes desde Alemania en los años treinta. Greenblatt está en lo cierto al alarmarse por las actividades de los alt-right (el movimiento supremacista blanco “derecha alternativa”) y de sus contrapartes viciosas de la izquierda y esto merece respuestas activas de los judíos y de todas las personas decentes. Pero la noción de que estamos viviendo una reanudación de la Alemania de Weimar no es sólo una mala analogía. Eso es generar gratuitamente un ambiente de miedo y socava la cultura cívica de Estados Unidos casi tanto como algunas de las cosas que Greenblatt está intentando condenar.

Como alguien que viajó ampliamente por América del Norte en las semanas posteriores a las elecciones presidenciales, sé que los sentimientos de Greenblatt son ampliamente sostenidos por los judíos liberales, profundamente impresionados por la victoria de Donald Trump. No es la única voz que invoca el espectro del preludio del nazismo. En su columna del Washington Post el lunes, Richard Cohen afirmaba un tono similar. Cohen sabiamente condenó a los que califican a Trump como un antisemita o fascista. Afirma, sin embargo, que hay una analogía entre la situación en la inestable república alemana después de la Primera Guerra Mundial y lo que estamos experimentando actualmente. Piensa que el desprecio de Trump por la disidencia y la inclinación por la conducta errática podría sentar las bases para el colapso de la libertad en el caso de un evento terrorista importante. Cohen prevé algo similar a la forma en que Hitler utilizó el incendio del Reichstag como justificación para sus planes de reemplazar a una democracia frágil por un estado totalitario.

Admitamos que muchas de las críticas de Cohen a Trump son exactas. También es cierto que las preocupaciones de Greenblatt sobre el aumento de la retórica antisemita durante la campaña son racionales. La alt-right no es un producto de la imaginación de nadie. Tampoco debe tomarse a la ligera la amenaza del antisemitismo en un momento en que, como dijo el Departamento de Estado de los Estados Unidos, una «marea creciente» de odio a los judíos se ha extendido por toda Europa. Además, ha arribado en las costas americanas a través del movimiento BDS (Boicoteo, desinversión y sanción), que es abrazado por muchos en la izquierda.

No importa lo que alguien piense acerca de Trump o su asesor Steve Bannon (cuyo sitio web Breitbart.com ha dado una plataforma a la alt-right), el intento de comparar nuestra situación actual con el ascenso de Hitler es absurdo. Ni Trump ni Bannon están planeando el derrocamiento de la democracia o los ataques contra los judíos. La extrema derecha puede sentirse empoderada por la victoria de Trump, pero la alt-right no tendrá voz en el gobierno. Afirmar que en América en 2016, donde los judíos son aceptados en todos los sectores de la sociedad y pueblan los niveles más altos de gobierno, y donde el apoyo a Israel es parte del consenso bipartidista (aunque desafiado por la izquierda del Partido Demócrata) rememora a la Alemania de hace 80 años es un análisis infantil, no racional.

Tampoco nadie puede creer que incluso la retórica de Trump sobre los hispanos o los musulmanes es un preludio del fin de las libertades civiles en los Estados Unidos. No habrá «prohibición» a los musulmanes. Si hay más deportaciones de inmigrantes ilegales (o por lo menos más que el gran número de deportados por el presidente Obama), será un ejemplo de que el estado de derecho será mantenido, no destruido. Eso es cierto más allá de que usted piense que las leyes de inmigración deben ser más liberales o más restrictivas.

Lo que acabamos de presenciar fue una exitosa revuelta populista contra las elites políticas establecidas. Eso puede molestar a algunos de nosotros, pero es un ejemplo de cómo funciona la democracia, no el preludio de su colapso. Por otra parte, no hay ninguna analogía entre un gobierno de Trump poblado por republicanos conservadores mainstream y la llegada al poder en Alemania hace 80 años de un partido político declaradamente racista, antisemita y antidemocrático.

¿Por qué entonces oímos hablar tanto de Weimar incluso de gente supuestamente responsable como Greenblatt y Cohen?

Una respuesta es que sus comentarios reflejan la angustia de los partidarios demócratas liberales (Greenblatt era miembro del personal en las administraciones de Bill Clinton y Obama) que no pueden creer que Hillary Clinton perdiera ante Trump. También es cierto que mientras que la ADL tiene un trabajo importante que hacer en el monitoreo y la defensa contra el antisemitismo, tiene un interés financiero adquirido en apelar a la paranoia de los judíos liberales.

Aquellos que están hablando de Weimar y los años treinta están haciendo daño porque sus salvajes acusaciones hacen más difícil enfrentar el verdadero antisemitismo. También están ayudando a alejar al país en lugar de tratar de unirlo. En este momento, los líderes responsables deben decir a los estadounidenses que empiecen a escucharse entre sí en lugar de demonizar al que votó por un candidato diferente comparándolo con Hitler. Aquellos que no pueden diferenciar entre nuestra situación y la del nazismo no sólo no hacen lo correcto, han perdido nuestra confianza.

 

Fuente: Commentary

Compartir
Subscribirse
Notificarme de
guest

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

4 Comentarios
Inline Feedbacks
Ver todos los comentarios