Los encantos de la locura: Erasmo de Rotterdam

7 septiembre, 2016

21josephJoseph Hodara
En los primeros pasos de la humana reflexión- en China, India y Grecia- filósofos, historiadores y artistas se sirvieron de la buena lógica y del articulado razonamiento para encontrar alguna verdad o esculpir un monumento. Sócrates es un puntual ejemplo. Recorría las calles de Atenas – a veces para irritar con sus preguntas a transeúntes en la calle o en la plaza pública, y, más a menudo, para fugarse de los aullidos altisonantes de su mujer. En estos encuentros simulaba ignorar las cuestiones que intrigaban a los ciudadanos; y paso a paso, a través de un bien articulado diálogo, procuraba conducirlos a lo que la buena lógica impone. Aristóteles perfeccionará el método que lleva a un limpio y bien articulado razonamiento. Para ambos, la lúcida y equilibrada inteligencia es el instrumento obligado hacia la verdad  en tanto que los idiotas y los mentalmente desequilibrados ineluctablemente vivirán en el perpetuo engaño.
Doctas premisas que para el rebelde espíritu de Erasmo resultaron inaceptables. Tal vez las circunstancias de su nacimiento explican en parte su postura. Fue hijo bastardo de un sacerdote católico que entre rezo y rezo no descuidó su atención a la sirvienta de la casa. Circunstancia que jamás olvidó; fue para él un hecho que revelaba la gran distancia entre la palabra pública y la privada conducta, distancia que la lógica formal  impuesta en su tiempo por el Vaticano resultaba incapaz de entender o explicar.
Nació en Rotterdam en 1466, tiempo y lugar que empezaban a conocer las insurrecciones del pensamiento crítico en oposición a los dogmas de la Iglesia y a los postulados neoaristotélicos.
El Renacimiento, por un lado, y, la Reforma, por otro, trastornarán radicalmente el escenario europeo.  Erasmo será actor e intérprete en este escenario. Los estudios de teología en la Universidad de París le concedieron un perfecto dominio del latín que bien usó para traducir al inglés y al alemán el Nuevo Testamento.  Circunstancia que facilitó la subversiva actividad de Lutero en contra de Roma y dio lugar a un abundante intercambio de misivas entre el líder de la Reforma protestante y Erasmo. Pero éste, enemigo de militancias que podrían alejarlo de su tranquilo gabinete, se limitó a saludar desde lejos a las nuevas e innovadoras posturas.
Prefirió en cualquier caso a su buen compañero Tomás Moro, quien en el andar del tiempo esbozará una utopía, fantástica invención que enseñará a los que bien saben leer, las injusticias y distorsiones de la realidad social en aquel y en otros momentos. El lúcido y frecuente diálogo con Moro condujo a Erasmo a enhebrar sus elogios a la locura. Al hacerlo reveló que no estaba excesivamente desequilibrado.
«¿Qué sería la vida sin la locura?» –  se pregunta. La respuesta: «triste, aburrida, insípida, ingrata»… Y agrega: » se puede hacer todo lo loco que se quiera, con tal de reconocerlo». Al cabo: «la vida es una obra de teatro».
Para Erasmo, la locura nace cuando la ebriedad copula con la ignorancia, y tiene como amigos al narcisismo, la adulación, el olvido, la pereza y la irreflexión. Fantástico ensamble de cualidades que conduce a inesperados descubrimientos más allá – y en contra – de los «guarismos de Pitágoras».  Así escribe: «Vamos a ver, ¿quién se ofrecería mansamente al yugo del matrimonio si hubiera pensado – como lo hacen los sabios- en los inconvenientes de la vida conyugal? ¿Qué mujer consentiría a un varón si meditara en los dolores del parto? Sólo la  Demencia y el Olvido explican estas decisiones…» Y en nota de pie de página recuerda al lector que el poeta Horacio menciona a un hombre que se enemistó con sus amigos cuando le curaron de su locura. Sin ésta – insiste- apenas podríamos entender la humana conducta. A su  sombra ocurren actos aparentemente lúcidos y razonables.  Se pregunta: «¿Por qué una nación adopta las enseñanzas de Platón  o Aristóteles? ¿Qué fue lo que movió a los Decios, padre e hijo, a sacrificarse por su patria? ¿Qué fue lo que condujo a Curcio a arrojarse al abismo? Pues nada más que la locura».
Erasmo encontró aquí y así  una manera de censurar a las instituciones y valores de su época sin ser castigado. Cuando el Concilio Papal de Trento resolvió tardíamente  prohibir  todos sus escritos, él  pudo sonreír desde la lejanía. Y después de cinco siglos de ver la  luz, su Elogio a la locura no ha perdido puntería y sensatez.
www.josephodara.com

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