Lo que no dijo Abbás en la Asamblea de la ONU

29 septiembre, 2016
Foto ONU

Joseph Hodara

En artículo anterior aludí a las banalidades que los líderes de Israel y de Palestina obsequiaron a la asamblea general de las Naciones Unidas. Puse acento en lo que Netanyahu debió decir para alejarse de lo repetido y previsible sin dejar de hacer hincapié – al mismo tiempo- en el protagonismo ascendente de Israel en el escenario regional e internacional.

Siguen ahora algunas alusiones a la gris y no menos rutinaria exposición de Abbás.

Juzgo que en lugar de sus habituales censuras a la imparable colonización judía de los territorios conquistados por Israel hace ya cinco décadas, Abbás debió reconocer, primero, que su liderazgo se ha debilitado rápidamente en los últimos meses. Frisando los 80 años, él debió anunciar el nombre de su sucesor con el fin de garantizar a la Asamblea y a los gobiernos allí representados que su postura se reproducirá, con algunas enmiendas, en una nueva figura sensible a las aspiraciones palestinas. Un líder que, corrigiendo su autoritaria conducta, no dude en enfrentar al Hamás en libres elecciones y a reconocer mesuradamente sus resultados. Este anuncio habría suscitado hondo interés, si no entusiasmo, en un auditorio ya fatigado por sus reiteradas reclamaciones.

Debió decir y reconocer, en segundo lugar, que muy poco ha hecho para mejorar la calidad de vida de los palestinos, y que si éstos no desbordan las rutas y calles para vocear una masiva protesta se debe a los servicios básicos y a las oportunidades laborales- si bien restringidas -que Israel les ofrece. Además, consciente de que apenas se sabe cómo los amplios recursos que la Autoridad Palestina recibe del extranjero – incluyendo las agencias de la ONU – son distribuidos y quienes son sus beneficiarios, Abbás debió ofrecer a la Asamblea un primer informe al respecto, susceptible de ser revisado por instancias independientes. Y como no pocos argumentan, con sólidas razones, que estos recursos benefician en realidad a un delgado estrato del liderazgo palestino, se habría creado así la posibilidad de evaluar su distribución y efectos. Abierta actitud que habría suscitado aplausos.

En tercer lugar, el jefe palestino no debió desvincularse de la sangrienta ruptura en Siria, y hoy en Alepo en particular. Contienda civil y religiosa que indica la profunda escisión en el mundo árabe y musulmán. Si sus venenosos resultados no llegan ni se conocen en Palestina se debe a un hecho singular: la presencia israelí, más allá de sus consecuencias negativas en la visión de Abbás, contiene y aleja este peligro. Paradójica realidad que este líder no puede ni debe ignorar. Le faltó valor y honestidad para aceptarla.

Finalmente – y tal vez el tema cardinal que debió presidir su exposición- en esta oportunidad Abbás debió anunciar con lucidez que el principio » dos Estados para dos pueblos » no se apega a ninguna realidad o aspiración; es una lema que Netanyahu personalmente abandera sin creerlo viable, y que muy pocas posibilidades tiene de verse auspiciado por algún gobierno israelí o por la Knesset.

En este escenario y con este supuesto debió preguntar: ¿cuál es la viabilidad de largo plazo de un país que albergará – según actuales y mesuradas estimaciones – a unos seis millones de judíos y por lo menos a cuatro millones de palestinos (es decir, los que hoy habitan en Israel y los pobladores de Judea y Samaria)? ¿Será estable y democrático? ¿Se verificarán allí elecciones libres? ¿Revelará esta población – siguiendo el ejemplo de Suiza – suficiente flexibilidad y madurez para convivir con el Otro con sus costumbres e idioma singulares? ¿Y cuáles son sus perspectivas futuras considerando el desigual incremento demográfico de cada población?

Si Abbás hubiera enhebrado estas preguntas en la Asamblea habría revelado a la opinión mundial que no es un rehén de sus gastados planteamientos; que está dispuesto a sopesar otras posibilidades, y que no es incapaz de dialogar con el rival israelí sobre la opción que éste en verdad prefiere. Y en tal caso, por lo inviable o, al menos, por los altos costos y riesgos inherentes al conflictivo escenario » un país para dos pueblos » al que las actuales tendencias conducen, Israel y Palestina deben con lucidez examinar un racimo de opciones y negociar con madurez y honestidad un arreglo provechoso para palestinos y judíos en uno o en dos estados, con o sin compartida ciudad capital. Postura que habría rejuvenecido a Abbás, al menos intelectualmente.

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