Las elites occidentales no están listas para enfrentar el terrorismo islámico

7 agosto, 2016
Kerry deja flores en Luxemburgo en memoria de las victimas del atentado en Niza. Foto: Departamento de Estado de EE.UU.

Jonathan Spyer

Los ataques terroristas en Niza, Wurzburgo y Normandía son las últimas manifestaciones de lo que debe ser visto ahora como una insurgencia islamista aún de bajo nivel que tiene lugar en varios países de Europa occidental. El hecho de que a esta insurgencia se le ha permitido encenderse y emerger lentamente antes de estallar representa un profundo fracaso de la cultura política de Europa Occidental y de las élites del continente.
Esto no es simplemente una cuestión de políticas pobres o de un paupérrimo trabajo de inteligencia. Más bien, es la culminación de un largo proceso de debilitamiento. La insurgencia islamista es una enfermedad que ataca a un cuerpo ya debilitado, y que carece de medios para defenderse.
¿Qué es lo que ha provocado el declive de Europa Occidental hasta este punto?
En primera instancia, por supuesto, uno puede señalar la decisión de admitir a decenas de miles de refugiados de Oriente Medio. Está claro ahora que un número considerable de los refugiados guarda lealtad a los grupos militares islámicos violentos que dominan gran parte de Siria. Pero la cuestión más profunda se refiere a la visión del mundo de las élites políticas e intelectuales de Europa occidental que produjeron esta decisión. La decisión, después de todo, es tan sólo la última manifestación de una política de larga data de sonambulismo hacia la amenaza del Islam político.
En los últimos años, ha tenido lugar un vaciamiento de la cultura europea. Las élites del continente están unidas por un conjunto de percepciones mixtas derivadas de una experiencia de vida compartida. Ellas son transnacionales, cosmopolitas, escépticas de las creencias apasionadas, y reflexivamente seculares. Su experiencia compartida del mundo es de un lugar seguro, en el que un cierto conjunto de actitudes y conexiones permite que la vida sea vivida de una manera agradable y libre.
El conflicto entre civilizaciones, el compromiso ideológico religioso y apasionado, incluso el patriotismo fervientemente experimentado no registran muy alto en el radar de la élite. Tales sentimientos han de ser descartados con una sonrisa, o tratados con el miedo y la aprensión prepleja si parecen ser persistentes y potentes.
Se trata de una élite que acoge representantes tanto de la izquierda tradicional europea como de la centro derecha -liberales de libre mercado y socialdemócratas-. De hecho, uno puede discernir fácilmente una especie de variación ligeramente más a la izquierda y ligeramente más conservadora dentro de su tipo básico. Sí, se trata de una élite global, con sus potentes representantes en EE.UU., Europa del Este, Asia y etcétera – pero es en Europa occidental, donde su influencia en la cultura y en la atmósfera, en la cual se elabora la política, ha alcanzado su apogeo.
Hasta hace pocos años -en todos los principales países de Europa Occidental- los elementos más importantes de los principales partidos políticos, instituciones académicas y los medios de comunicación eran claramente representantes de este grupo.
El problema con esta élite no es que sean malos o decadentes. Es que su visión del mundo es insuficiente para comprender la naturaleza del tiempo en el que están viviendo. Son una generación fácil, hecha para las épocas de prosperidad, para la gestión fría de sistemas, para las épocas de abundancia.
Pero los tiempos de abundancia se han ido.
El Oriente Medio está en medio de una masiva convulsión histórica. El Islam político, en sus muchas variantes, ha capturado las mentes de millones y está conduciendo ahora a la guerra y la fragmentación del Estado en el Oriente Medio. Y a través del proceso mediante el cual los refugiados del Oriente Medio tratan de salir de la región y entrar en Europa, estas ideas entran en ese continente, acarreadas por algunos de los jóvenes que hacen su camino detrás de los muros, como el bacilo de la peste.
El resultado es la actual insurgencia. El estallido furioso de partes de la sociedad e insospechadas por la élite. La respuesta es la negación. Se encuentren maneras para afirmar que los insurgentes de hecho no son en absoluto islamistas o jihadistas.
Se requieren absurdamente altos niveles de conocimiento y compromiso religioso para que el perpetrador sea considerado un islamista, como si tales pruebas de conocimiento hayan sido alguna vez exigidas, en el pasado, para determinar la filiación de los terroristas.
Mohammed Lahouaiyej Bouhlel conduce un camión contra una multitud de transeúntes gritando «Allahu Akbar». Se concluye que eso no tiene nada que ver con el Islam debido a su pobre registro de asistencia a la mezquita. Y así sucesivamente. Sería cómico si no fuera tan grave.
La élite intelectual y política europea actual no está preparada para entender lo que está ocurriendo. No está en absoluto preparada para comprender la naturaleza de la guerra santa sectaria; tales cosas están completamente fuera de su experiencia. Lo que se está desarrollando con claridad ante sus ojos -una insurgencia islamista en gran medida autóctona marchando con el combustible de las ideas que salen de Oriente Medio- no puede estar sucediendo. Por lo tanto no existe. Su solución es taparse los oídos.
¿Quiere decir eso que Europa Occidental está condenada y debe resignarse a ver sus ciudades convertirse permanente en campos de batalla de la insurgencia islamista? Tal como aparecen actualmente las cosas, la respuesta es «no necesariamente».
Cuando enfrentamos amenazas y pruebas externas; las culturas pueden hacer una de dos cosas.
Si son pasadas de moda, decadentes y añejas; pueden admitir la derrota. Sin embargo, si aún permanece algo de vitalidad; la cultura producirá anticuerpos, voces alternativas y modos de resistencia. La historia está repleta de ejemplos de ambos.
Hasta el momento, el crecimiento de las voces y de los partidos políticos fuera de la corriente principal que están preparados para hablar abiertamente sobre el desafío atestigua una voluntad residual para la supervivencia en una serie de países europeos.
Sin embargo, dado que el lado islamista está arraigado, bien financiado, y lleno de deseo salvaje de lucha; debemos asumir que los esfuerzos de resistencia no presagian un rápido retorno al orden, sino más bien la perspectiva del conflicto civil más extenso y creciente en Europa occidental en los próximos meses.
Fuente: PJmedia

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