La verdadera cara de Mahmoud Abbás

Foto: Kremlin

Samuel Auerbach
Natania

Mahmoud Abbás acaba de congelar todos los contactos con Israel debido a las medidas de seguridad que su gobierno tomó en el Monte del Templo. Después que tres terroristas ametrallaron a fuerzas de seguridad israelíes que patrullaban el área del Monte del Templo matando a dos de ellos, la policía israelí instaló detectores de metales en sus accesos. Haciendo caso omiso al motivo de su instalación, la presencia de filtros en las entradas del lugar donde se encuentra la importante mezquita de Al-Aqsa sagrada para los musulmanes, fue muy bien aprovechada por Abbás. La usó para salir del compromiso que tenía con el resto del mundo, como abanderado de los palestinos en la tarea de llegar a un acuerdo de paz con Israel. Es un poderoso motivo de carácter religioso que tendrá el apoyo seguro del mundo musulmán.

No hay duda que se sentía muy incómodo en su dual conducta como Presidente de la Autoridad Palestina. Por un lado estaba obligado a reconocer al Estado de Israel con el que trataba llegar a un acuerdo  de paz, y por el otro apoyaba a los terroristas que sueñan con destruirlo.

Quiso su suerte que llegaran los mencionados detectores de metales, un poderoso motivo que le permitió volver a ser lo que siempre fue. Nunca quiso a los judíos y aún menos a Israel. Nunca cambió su manera de pensar desde que dio a conocer su tesis de doctorado, en la que afirmó que el sionismo y el nazismo se basan en los mismos principios. No se debe olvidar sus brazos en alto junto a líderes terroristas, dando la bienvenida a asesinos de israelíes. No se debe olvidar el apoyo monetario con el que premia a las familias de los terroristas suicidas, y el subsidio que otorga a los criminales palestinos presos en Israel. No menos importante y repudiable es su reciente llamado a reconciliación con el grupo terrorista Hamas, acérrimo enemigo de Israel.

Como Presidente de la Autoridad Palestina, muy bien le quedaba a Abbás una política internacional acorde con los deseos de las democracias occidentales, pero el cosquilleo que le producía la opinión de sus correligionarios terroristas que vibraba en resonancia con la suya, era fuerte en demasía.

 

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