La Shoá jamás debió entrar a la política

19 febrero, 2019
Campo de concentración de Auschwitz. / Foto: Haim Zach GPO

En lo que ya puedes catalogarse como una crisis diplomática abierta, el gobierno de Polonia anunció su retirada de una conferencia convocada próximamente en Jerusalén, donde se iba a reunir el gobierno de Israel junto a representantes de Hungría, Polonia, Eslovaquia y la República Checa, en lo que se considera como un intento de Netanyahu de consolidar un bloque favorable a Israel en la Unión Europea con ejecutivos de derecha nacionalista.

El motivo del cambio de opinión de Varsovia fueron las palabras pronunciadas este lunes por el recién nombrado ministro en funciones Israel Katz, que emulando la cita del ex mandatario israelí Yitzhak Shamir, afirmó que “los polacos beben el antisemitismo con  la leche de sus madres”. La polémica empezó ya el pasado viernes, cuando Netanyahu, tras finalizar una cumbre sobre Oriente Medio en la capital polaca, acusó al país europeo de haber colaborado con el nazismo, aunque luego sus portavoces aclararon que no quiso referirse al pueblo polaco como colectivo.

La reacción fue dura. El primer ministro polaco, Mateusz Morawiecki, lo catalogó como “una muestra de racismo anti-polaco. Esperamos una firme reacción contra estas inaceptables y racistas afirmaciones del recién nombrado ministro de exteriores”, amenazó.

No es el primer fuego que se aviva entre ambos estados a cuenta de la barbarie que culminó con el exterminio de seis millones de judíos. Yad Vashem, el memorial del holocausto en Jerusalén, emitió en el pasado un comunicado crítico con Netanyahu, tras su visto bueno al gobierno polaco en la aprobación de una ley que prohíbe vincular a Polonia con el colaboracionismo nazi.

Mientras tanto, en Polonia, Francia y demás países europeos el antisemitismo sigue creciendo sin freno. Y ese es el verdadero problema de fondo. En lugar de discusiones políticas partidistas y disputadas sobre terminología, a los gobiernos de Israel y las naciones europeas deberían centrar sus esfuerzos en condenar aquellos que pintan esvásticas en tumbas judías, marchan en capitales europeas blandiendo simbología neonazi o siguen expandiendo los mismos prejuicios que derivaron en la Shoá.

En  Israel, y otros lugares del mundo, siguen viviendo decenas de miles de supervivientes del nazismo. Por ellos, los vivos, y sobre todo por los que fueron exterminados, el gobierno israelí y el polaco deberían mostrarse mucho más cautelosos antes de avivar otra innecesaria e irrespetuosa polémica.

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