La muerte no sorprendió a Philip Roth

27 mayo, 2018
Philip Roth junto al escritor brasileño Francisco Franco Munhoz - Foto Wikipedia

Joseph Hodara

Los medios y la prolija Wikipedia puntualmente señalaron en estos días – el 22 de mayo – la muerte de uno de los justamente celebrados escritores judíos-norteamericanos: Philip Roth.

Nació en Newark, New Jersey, en 1933, de padres que conocieron crueles experiencias al vivir en la Europa oriental modelada por altibajos revolucionarios y el odio al judío. Sus estudios universitarios en las universidades de Chicago y Princeton y el servicio militar durante dos años definieron su celebrado trajín en la literatura que coloca acento en la identidad judía en un medio que a menudo le reveló ambivalentes actitudes. Al lado de Saúl Bellow y Bernard Malamud, Roth se consagró a poner al desnudo – con humor pero sin ocultar el pesimismo – las contradicciones y ambivalencias del ser judío en esa modernidad que ayudó a plasmar.

El lamento de Portnoy es una expresión cabal de esta tendencia. Enhebra allí un monólogo de un joven judío que confiesa- sin pudor alguno- a su psicoanalista la ineptitud para gozar las incursiones de la sexualidad y cómo éstas pueden con frecuencia alterar lo que el medio social considera ético y aceptable. Es materia de controversias en qué medida las íntimas aventuras de Portnoy reflejaban dilemas personales de Roth. A través de su alter ego- Nathan Zuckerman- él pondrá  al  desnudo estas ambivalencias y no dejará de multiplicar sus burlas a lectores que le adjudicaron desde entonces torcidas inclinaciones.

En sus últimos años Roth lamentó reiteradamente la reducción del público lector que prefiere otros vehículos y escenarios – como el cine, las amplias ventanas del internet- en lugar de la página bien escrita. Sostuvo sin embargo que una “alocada minoría” seguirá leyendo y tal vez – a semejanza de las reacciones a estímulos mal orientados- el gusto por la lectura habrá de retornar.

No pocas de sus creaciones reflejan la cambiante realidad política norteamericana. Por ejemplo, Me casé con un comunista que publicó en 1998 albergó la intención de  poner al desnudo las agonías de la cultura norteamericana en los tiempos de MacCarthy, y en La mancha humana revela su hostilidad respecto al gobierno de Bush.

En 2012 recibió el premio Príncipe de Asturias de las Letras, distinción que en alguna media compensa – también lamenta – la ausencia de un Nobel que bien merecía. En los últimos días una insuficiencia cardíaca le produjo la muerte en un hospital en Manattan. Definitivamente, el filoso humor de sus páginas perdurará entre quienes prefieren la página bien escrita.

 

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