La Luz de Jánuca

21 diciembre, 2016

Rabino Carlos Alberto Tapiero *

Jánuca celebra la milagrosa victoria militar del pueblo judío sobre el poderoso reino seleucida[1]. Celebramos ese hito histórico evocando otro milagro, el milagro de la luz[2], en la re-inauguración del Gran Templo, el Beit-Hamikdash, y el restablecimiento de su servicio con el encendido de su eterna luz.
235 años después de la liberación macabea de Judea (año 165 a.e.c.), la luz eterna del Beit Hamikdash fue momentáneamente extinguida – en la destrucción del Segundo Templo, en manos del Imperio Romano.
La responsabilidad de mantener esa luz y propagarla en el seno de las comunidades judías del mundo pasó, como en la época de la destrucción del Primer Templo [3], a las sinagogas del mundo – especialmente a partir del gran Exilio judío de su Tierra Ancestral, impuesto en el 135 e.c. con la caída de Beitar en la derrota de la última y final revuelta contra Roma y su poder. La luz de Janucat Beit HaMikdash – la Luz de la Re-Inauguración del Gran Templo – debía mantenerse en un pueblo expropiado de su patria histórica, condenado por siglos a la voluntad de otros, sufriendo persecuciones, expulsiones y muerte. La luz de Jánuca recordaba al pueblo judío la esperanza de un futuro mejor: un futuro de vida, de creación nacional, de multiplicación de obras, de niños y novias cantando nuevamente en las calles de Jerusalén con alegría [4].
En 1700 años de Exilio, el pueblo de Israel logró mantener encendida la antorcha de vida judía en sus comunidades, sostenida en el inconsciente colectivo judío por su esperanza nacional, retornar a su Tierra Ancestral, a su Heredad; al lugar donde se desarrolló la vida más completa y multidimensional del pueblo de Israel. Cada encendido de Jánuca recordaba a toda una Nación la Patria perdida y el férreo deseo, milenario, de recuperarla. Aun en las épocas más adversas; aún frente a la destrucción y al desamparo, la luz eterna supo imponerse al alma de un pueblo que seguía, obstinada pero tenazmente, esperando su redención. Un pueblo que nunca permitió que su llama se extinguiese.
Cuánto más significativo es, entonces, el encendido de la Antorcha que por 72 años ininterrumpidos Macabi Tzair Israel porta en Jánuca a cada uno de los rincones del renacido Estado de Israel; la antorcha que, este año, anticipa también la tan próxima Macabeada y sus 32.000 judíos de más de 85 países reunidos en el Estado de Israel. Pocos símbolos más poderosos, más impactantes, más conmovedores, que la luz eterna de Jánuca mantenida por siglos de persecuciones y despojo, y, ahora, muestra de la experiencia nacional reestablecida de un pueblo que nunca olvidó a su Dios y que nunca fue olvidado por Él.
Jánuca hoy y el encendido de su luz, son el renovado grito de cada uno de los judíos del mundo por el derecho de una vida nacional como pueblo; por el sostenimiento de la vida judía individual, familiar, grupal y nacional. Jánuca recuperó en esta etapa que nació a partir de la creación del Estado de Israel sus múltiples dimensiones y definitivamente es hoy una expresión de alegría frente al gran logro de la vida nacional recuperada. Es nuestro deber, entonces, tal como lo enseña la Ley Judía[5], multiplicar las luces de Jánuca y anunciar el milagro de la vida judía completa recuperada – en una época en la que miembros del pueblo judío eligen en forma consciente o inconsciente desmembrarse de él. Nuestro deber es propagar la luz eterna de la existencia judía multidimensional para nosotros y para cada uno de los miembros del pueblo de Israel.
Antes de encender las candelas de Jánuca, démosle la bienvenida a la luz que proviene de nuestro ser macabeo, renovado y fortalecido en el mensaje judeo-sionista de nuestra Macabeada, y en el espíritu de reunión y unión que despierta ese maravilloso encuentro de almas, corazones y brazos en el marco de nuestro reconstruido Estado Judío.
Que este Jánuca lleve a todos Ustedes la luz de nuestro Macabi, y de la antorcha de los Macabeos con su milagrosa victoria libertadora.
Con nuestros mejores deseos
¡Jag Jánuca Saméaj, Macabim, y Jazak ve’ematz!

* Vice-Director General & Director de Educación de la Unión Mundial Macabi

[1] El reino seléucida -greco-sirio- estaba conducido por Antíoco Epifanes (“el resplandeciente”); se trató de una de las escisiones de las conquistas de Alejandro Magno en Medio Oriente (la otra fue el reino Ptolomeo, con base en Egipto).
[2] El más conocido de los milagros de Jánuca. Cuando Yehudá haMacabí liberó el Beit Hamikdash (el Gran Templo), encontró que todo había sido profanado por los griegos… salvo un pequeño recipiente que contenía aceite de oliva puro -sellado con el símbolo del Sumo Sacerdote- destinado al encendido de la Menorá del Templo. La cantidad de aceite contenido alcanzaba para el encendido de un solo día; no obstante, la llama por él alimentada duró ocho días -exactamente el tiempo que tomaba preparar nuevo aceite de alta pureza para la Menorá del Templo-. D’s trajo Su luz a Su Casa, y a la Casa y los corazones de los Hijos de Israel (Talmud Babilónico, Shabat 21b).
[3] En el 586 a.e.c. Nabucodonosor destruyó el Primer Templo de Jerusalén y condujo a buena parte del pueblo judío al exilio babilónico.
[4] Yirmiahu (Jeremías) XXXIII, 10-11.
[5] Shulján Aruj, Hiljot Jánuca.

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