La cambiante arquitectura regional del Oriente Medio

26 febrero, 2017

Asher Susser

Las dos últimas generaciones han sido testigos de la decadencia constante de los países árabes, al grado tal de que algunos ya ni siquiera existen como las entidades unitarias que alguna vez fueron, como Siria, Irak, Yemen y Libia. En términos generales los árabes no han logrado modernizarse con éxito. La mayoría de los estados árabes (excluyendo a los países ricos en petróleo y menos poblados Países del Golfo) sufren de una forma u otra de un desequilibrio crucial entre la población y los recursos, lo que resulta de forma consistente en malos resultados económicos. El mundo árabe no puede sostener a su población que crece rápidamente (280 millones en el año 2000; 380 millones en la actualidad, y alrededor de 460 millones dentro de una década o menos). La presión para emigrar de los países árabes a las partes más prósperas del mundo se encuentra en el nivel más alto que nunca.

Durante más de un siglo era habitual referirse a Oriente Medio y el mundo árabe como prácticamente uno solo y lo mismo. Sin embargo, eso ya no es políticamente cierto. Los árabes, por supuesto, siguen siendo el grupo étnico más grande en la región; pero los estados no árabes de la zona son los que se han convertido en sus principales actores políticos. Ni uno solo estado árabe es actualmente una potencia líder en el Oriente Medio. Los que antiguamente movían los hilos como Egipto, Siria e Irak no son ni siquiera la sombra de lo que eran.

Algunos podrían argumentar que Arabia Saudita es la excepción de esta regla. Pero eso no es realmente así. La percepción del poder y la influencia regional saudita se deriva de la inmensa riqueza de Arabia Saudita (Riyalpolitik, tal como fue bautizada una vez cínicamente [riyal: moneda oficial del reino saudita]). Sin embargo, esta riqueza no se tradujo efectivamente nunca en influencia regional decisiva. Por otra parte, con los bajos precios actuales; los sauditas son considerablemente menos ricos de lo que alguna vez fueron.

Arabia Saudita estuvo mayormente a la defensiva durante el apogeo del nasserismo, y la conducta de la política regional saudita en tiempos más recientes, no tiene tampoco mucho para mostrar. Arabia Saudita necesitó del ejército de Estados Unidos para proteger al país del expansionismo iraquí durante la era de Saddam en 1990-1991. La campaña aérea que los sauditas han emprendido desde principios de 2015 para someter a los huthíes y frenar la influencia iraní en Yemen no ha logrado mucho, más allá de la muerte de miles de yemeníes inocentes.

En la lucha por Siria, los sauditas han fracasado una vez más. En la década de los cincuenta la lucha por Siria era por su lugar entre Oriente y Occidente, durante la Guerra Fría. En los últimos años la lucha ha sido fundamentalmente sobre si Siria seguirá siendo un estado dominado por los alauitas de los Assad y un eslabón clave en el campo de los chiís de Irán, o será gobernado por su mayoría sunita como parte integral del campo árabe sunita. La intervención saudita en la guerra civil siria resultó ser bastante inútil y sus adversarios, Assad y los iraníes, han tenido considerablemente más éxito, aunque con la ayuda crucial de los rusos. Hasta ahora, los sauditas, en general, han fracasado en sus esfuerzos por limitar los planes hegemónicos iraníes.

El vacío dejado por la debilidad árabe ha sido llenado por los países no árabes de la región: Irán y Turquía, y en menor grado por Israel. Irán y Turquía, en contraposición con la mayoría de los estados árabes, no son entidades de reciente creación y a diferencia de muchos estados árabes no son creaciones artificiales, sino grandes países de alrededor de 80 millones de personas cada uno. Tienen una larga historia como naciones soberanas, con identidades lingüísticas y culturales únicas propias, mucho antes del advenimiento del imperialismo europeo que ha sido la sirviente de muchos de los países árabes. Los nacionalismos turco e iraní han demostrado en consecuencia  ser considerablemente más cohesivos y políticamente más exitosos que el nacionalismo árabe.

El nacionalismo árabe, especialmente en su formulación revolucionaria nasserista, era la panacea que prometía a los árabes un renovado poder, prestigio y prosperidad. Pero no hizo nada de eso y resultó ser un falso mesías, tal como fue expuesto en la más humillante de las derrotas frente a Israel, hace exactamente medio siglo, en 1967. Derrotado, el nacionalismo árabe dejó un enorme vacío ideológico que fue llenado rápidamente por la política islamista. Después de 1967, los islamistas podían argumentar con mucha más credibilidad que «el Islam es la solución». Después de todo, el nacionalismo secular árabe y el socialismo árabe habían demostrado simplemente que nunca serían la solución.

Sin embargo, si el nacionalismo árabe había tratado de sustituir el sectarismo religioso en el mundo árabe, para unir a todos los parlantes de la lengua árabe como una sola nación; el islamismo tuvo el efecto contrario al exacerbar las diferencias sectarias. Para los islamistas, la religión era, obviamente, el marcador clave de la identidad colectiva. En la visión del mundo islámico hay divisiones y distinciones muy claras y significativas entre sunitas y chiís musulmanes, y entre musulmanes y no musulmanes. En tanto que la radicalización suní y chií puso de relieve sus identidades únicas; las diversas minorías no musulmanas se quedaron sin otra opción que retirarse al santuario de protección de sus respectivas comunidades. Las sociedades árabes se dividieron en sus componentes sectarios, erosionando la integridad y cohesión de los países árabes multi-sectarios.

El sectarismo también promueve alianzas regionales interestatales. Si en los años cincuenta y sesenta las repúblicas «progresistas» pro-soviéticas se lanzaron en contra de las monarquías «reaccionarias» pro-estadounidenses; todos estos términos se han vuelto obsoletos, y han sido suplantados por la división sectaria entre suníes y chiís. Los países árabes sunitas y Turquía están en el lado suní de la línea de divisoria regional. El Irán chií y sus aliados árabes en el Irak chií, en Siria, dominada por los alauitas, y la milicia chií libanesa, Hezbollah, han formado lo que el rey jordano Abdallah ha llamado la «Media Luna Chií». Más recientemente Irán ha aumentado su influencia en Yemen también, a través sus lazos con los chiís huthíes en Yemen, lo que lleva a algunos árabes suníes preocupados a quejarse de que la «Media Luna» se ha convertido en una «Luna Llena».

Desde la caída de Saddam y el fortalecimiento de la mayoría chií en Irak, Irán ha aumentado su influencia regional en el mundo árabe. La destrucción del Irak, dominado por los sunitas de Saddam, el guardián del Oriente árabe, realzó la posición regional de Irán. La influencia iraní ha alcanzado nuevas alturas tras la victoria parcial del régimen de Assad en Siria. La supervivencia de Assad fue en buena medida gracias a la implicación de Irán y Hezbollah, apoyado en la fase más reciente y decisiva de la guerra por la intervención rusa. La lucha de Teherán en Siria fue crucial para la preservación del impulso hegemónico de Irán. La derrota de Assad habría sido un retroceso regional insoportable para los iraníes. Su victoria en Siria es en cambio un gran revés para el campo sunita. También trae la presencia militar iraní más cerca de Israel que nunca.

La intervención de Rusia en Siria fue en muchos aspectos una reminiscencia de la histórica penetración soviética a mediados de la década de los cincuenta cuando la URSS saltó por encima del línea norte de la OTAN hasta Egipto con un pionero acuerdo de armas con ‘Abd al Nasser’, en el apogeo de la Guerra Fría. Ahora, sin embargo, la proyección de poder de Rusia se vio facilitada por el retraimiento regional de Estados Unidos bajo el presidente Obama, que se produjo a raíz de las muy costosas intervenciones y en gran medida sin éxito de Washington en Afganistán e Irak.

Alepo siria

El retraimiento estadounidense ha añadido una sensación de vulnerabilidad a los aliados suníes de Estados Unidos, sobre todo después del acuerdo nuclear con Irán. El acuerdo nuclear entre Irán y una coalición de grandes potencias (China, Francia, Alemania, Rusia, Reino Unido y Estados Unidos) fijó límites importantes sobre el programa nuclear de Irán, pero fracasó en imponer limitaciones a la búsqueda de hegemonía regional iraní por otros medios, para decepción de los aliados de Estados Unidos en la región.

La debilidad relativa árabe también allanó el camino a las decisiones de Egipto y Jordania para hacer las paces con Israel. La retirada de Egipto del orden de batalla árabe dejó a los estados árabes sin la opción de la guerra con Israel. Israel y los países árabes no han entablado una guerra desde hace más de cuarenta años. Si el conflicto árabe-israelí fue una vez el corazón de la política regional de Oriente Medio; no ha sido así desde hace décadas. La guerra Irán-Irak de la década de los ochenta y la invasión de Kuwait eran indicativos de los cambios de lugares del centro y la periferia en la geopolítica del Oriente Medio. El Golfo, que había sido considerado durante muchos años como la periferia de la región, surgió como el nuevo centro; en tanto que el conflicto entre Israel y los árabes perdió su centralidad regional. En consecuencia, la importancia regional de Irán aumentó de por sí, una tendencia que sólo se ha intensificado con el perfil regional cada vez más expansionista de Teherán.

En este nuevo Oriente Medio, Israel no está solo. En el pasado más distante Israel estaba aislado, frente a casi todos los países árabes en tanto que enemigos activamente hostiles. Eso ya no es así. Israel tiene ahora aliados árabes. Ha hecho la paz con algunos países árabes claves y tiene intereses comunes con otros, ya que todos ellos comparten profundas preocupaciones por el retraimiento estadounidense y los planes hegemónicos de Irán. Estas «alianzas», sin embargo, seguirán siendo bastantes limitadas y se mantendrán en secreto hasta que Israel y los palestinos hagan progresos reales hacia algún tipo de solución política mutuamente aceptable.

Fuente: Moshe Dayan Center for Middle Eastern and African Studies

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