La bandeja de plata de Abbás

Pablo Sklarevich

La patética disertación del presidente palestino, Mahmud Abbás, en la reunión del Consejo Central de la OLP, en Ramallah, sugiere que la Primavera Árabe no solamente ha arruinado a Siria, Irak y el Yemen sino también a los palestinos. Durante décadas, habían convencido a Occidente de que su conflicto con Israel era el nudo gordiano que desatándolo resolvería todos los problemas del Oriente Medio. Hoy es imposible ocultar que se trata de una pugna secundaria magnificada, tal vez, por la desproporcionada densidad de corresponsales en la zona y su relativa ausencia en los países vecinos, donde corren verdaderos ríos de sangre.
El único logro de Abbás ha sido el de poner fin, con la ayuda de Israel, a la anarquía de las milicias palestinas bajo el control de un solo aparato de seguridad, algo que ni siquiera su antecesor Yasser Arafat, se había propuesto iniciar. Pero durante su mandato, perdió Gaza, a manos de Hamás, quedando los palestinos efectivamente divididos entre el emirato islamista en la Franja y las tierras controladas por Fatah en Cisjordania.
Abbás está usando el reconocimiento, por parte del presidente norteamericano Donald Trump, de Jerusalén como capital de Israel como excusa para descartar la mediación de Washington. Ello aunque el mandatario norteamericano haya jurado que no estaba “tomando una posición sobre ninguna de las cuestiones del estatus final, incluyendo los límites específicos de la soberanía israelí en Jerusalén”.
Pero la debilidad de los palestinos ha crecido en forma directamente proporcional al fortalecimiento de la posición de Israel a nivel internacional, militar y económico.
Aparentemente, la estrategia de los líderes palestinos desde Arafat hasta ahora se ha basado en buscar que la comunidad internacional obligue a Israel a entregarle “un Estado en bandeja de plata” y esa es la razón que les ha llevado a rechazar sistemáticamente una solución de compromiso en las negociaciones.
Si desde hace ochenta años, los líderes palestinos vienen leyendo mal las “correlaciones de fuerzas”, el discurso recalcitrante de Abbás le confirma al primer ministro, Biniamín Netanyahu, que puede seguir confiando que no hay razón para que no sigan haciéndolo.