Khashoggi, un bache en el romance entre EEUU y Arabia Saudita

Donald Trump y el rey Salman en la danza tradicional ardah Foto: Shealah Craig Casa Blanca

La muerte del periodista Jamal Khashoggi será solo un bache en el romance entre EE.UU. y Arabia Saudita, que atravesaron su peor momento en la crisis del petróleo de 1973 y han acabado forjando una relación utilitaria en la que poco importa el respeto a los derechos humanos.
Expertos coinciden en que la naturaleza de la alianza entre Riad y Washington impide que el caso Khashoggi tenga un gran impacto, puesto que cada parte satisface unas necesidades estratégicas que son clave para el otro lado y para las que sería difícil encontrar un sustituto.
Hussein Ibish, analista de un centro de pensamiento de Washington especializado en los países del golfo Pérsico, describe la alianza entre EE.UU. y Arabia Saudita como «transaccional, no sentimental, ni basada en valores compartidos», sino fundamentada en el petróleo, la compra de armas e intereses en Oriente Medio.
«No espero que esta crisis, aunque sea seria, vaya a desestabilizar la relación en sus niveles más fundamentales», expresa Ibish.
La complicidad entre Riad y Washington comenzó con una reunión secreta en 1945 entre el presidente Franklin D. Roosevelt y el fundador de Arabia Saudia, el rey Abdulaziz bin Saúd, quienes acordaron que Estados Unidos daría apoyo militar al reino, a cambio de petróleo y respaldo político en la región.
Roosevelt había visto cómo los tanques de Hitler dejaron de funcionar por falta de combustible y quería cerciorarse de que EE.UU. nunca correría la misma suerte.
Desde entones, apunta el director del Centro de Oriente Medio de la Universidad de Oklahoma, Joshua M. Landis, «EE.UU. aprendió que el que domina el petróleo, domina el mundo» y, por eso, luchó para controlar el golfo Pérsico, donde se hallan algunas de las mayores reservas de hidrocarburos del mundo.
Como uno de los mayores exportadores de crudo del mundo, Arabia Saudita juega un papel fundamental en la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), que influye en los precios.
Riad dejó claro su poder en 1973 y 1974 cuando, como líder de una coalición de países árabes de la OPEP, detuvo los cargamentos de crudo hacía EE.UU. y hacia todos aquellos países de Europa que habían apoyado a Israel durante la guerra de Yom Kipur, lo que cuadruplicó el precio del barril de petróleo.
«Ese -afirma Landis- fue el momento más peligroso para la relación entre Estados Unidos y Arabia Saudita».
La relación se enturbió, de nuevo, a raíz de los atentados del 11 de septiembre de 2011 debido a que 15 de los 19 terroristas que secuestraron los aviones eran sauditas, lo que alimentó durante años especulaciones sobre un supuesto apoyo de funcionarios sauditas a la red terrorista de Al Qaeda.
La muerte de Khashoggi, en opinión de Ibish, supone ahora la «peor crisis» entre EE.UU. y Arabia Saudita desde el 11 de septiembre.
«Va a complicar las relaciones durante al menos seis meses, si no más, a no ser que lo sauditas sean capaces de cambiar la narrativa sobre lo que ha pasado», considera Ibish.
La crisis tiene un mayor impacto en la opinión pública de EE.UU. porque su presidente, Donald Trump, ha establecido una firme alianza con Arabia Saudita, país con el que ha formalizado varios acuerdos para la compra de armas y está diseñando un plan de paz entre israelíes y palestinos.
Ese plan ha sido creado por el yerno y asesor de Trump, Jared Kushner, con ayuda del príncipe heredero saudita, Mohamed bin Salman, que ahora se encuentra «en serios problemas» por el caso Khashoggi, dice Bruce Riedel, asesor de Bill Clinton (1993-2001) en sus negociaciones entre israelíes y palestinos.
«Las acciones de MBS (siglas con las que se conoce al príncipe) han alienado a mucha de la elite saudita dentro y fuera del país», avisa Riedel.
Mohamed bin Salman se ha presentado al mundo como un reformista, pero su figura ha sido cuestionada por algunos medios que le vinculan con los responsables de la muerte de Khashoggi, muy crítico con el príncipe.
No obstante, en opinión del analista Tom Lippman, del Instituto de Oriente Medio, la alianza solo sufrirá un «pequeño impacto» y, una vez que se disipe el escándalo, seguirá adelante porque las dos potencias se necesitan para contrarrestar el poder de Irán y luchar contra grupos terroristas como el Estado Islámico (EI).
«La relación -concluye- es muy importante para los dos y EE.UU. nunca, en 75 años, ha permitido que las cuestiones de derechos humanos o el destino de un individuo interfieran con ella». EFE

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