Yamir Llaguno

España

 

A mí nadie me lavó el cerebro. Nací con él, ya prelavado. En mi bella Cuba, mi orientación política venía de serie, programada en mi ADN para odiar al enemigo que me impusieran, amar valores prefabricados, y defenderlos con la vida (la mía, por supuesto). El pack incluía la no creencia en religión alguna, un férreo odio hacia los Estados Unidos, que según los programadores de nuestras mentes, eran los causantes de todos los males mundiales, incluidos huracanes, terremotos y epidemias. Y junto a otros camaradas que hoy lo niegan, lo entendimos. Así de crédulo, me gradué en 1988 como piloto de aviación de caza, listo para repeler aquel bombardeo estadounidense, que aun no ha acontecido.

Me programaron otro enemigo, Israel. Solo porque decían que era aliado de los primeros. Eso me costaba digerirlo. ¿Cómo podía ser mi enemigo, un país tan lejano al mío, difícil de encontrar en el mapa, y a sabiendas que sus aviones no tenían autonomía para bombardear mi Cuba? Además, sabíamos que los judíos fueron masacrados por los nazis, a quienes era lícito odiar en Cuba. Y eso era paradójico. Si aquel diabólico trío de nazismo,  fascismo y falangismo; enemigos de nuestros países comunistas, lo eran también de los judíos, ¿no deberíamos ser aliados de los judíos? Respuesta pendiente.

A muchos nos pasa, que no solo crecemos de tamaño, sino también de conciencia. Es cuando plantamos luz al oscurantismo y buscamos respuestas a las interrogantes.  Me contó mi madre, simpatizante de Israel en secreto, que era la patria de los judíos su tierra prometida, hecha realidad. Y que eran odiados por casi todo el mundo, sin razón lógica. Seguí buscando respuestas.

Llegó el momento que me fui a vivir a España. En la España, cuyo ADN social estaba marcado por un dominio árabe de 800 años, una inquisición de 350, un franquismo de 40, con católicos dominantes, y bajo el poder oculto del Opus Dei a la sombra, era comprensible el antisemitismo radical.  La derecha seguía los principios franco-hitlerianos antisemitas, y la izquierda, tendencias pro árabe-palestinas. Ser judío es casi delito. Pero… y en el resto del mundo, y en todas las épocas… ¿Por qué?

Ciertas religiones justifican dicho odio, porque “los judíos habían matado a Cristo”. Eso lo pude desmentir fácil. Me referí al Nuevo Testamento, y comprobé que Cristo fue ejecutado por ¡Los romanos! Irónicamente, 2 o 3 siglos después de matar a Cristo, inventaron la religión católica y lo convirtieron a aquel judío en su mesías. Cabe destacar, la aclaración del Papa Benedicto XVI, que reconoció el error dos milenios después. (Algo es algo)

Otros alegan que los judíos son los dueños de la economía mundial.  Quien dice esto ha confundido a Israel con Suiza, desconoce el poder de los jeques del petróleo, y no tiene ni idea de las riquezas del Vaticano. Pero profundicé, y pude ver que entre los hombres más ricos del mundo, destacaban judíos. Pero algo les diferenciaba del resto. Estos lo han conseguido gracias a la sabiduría, la persistencia, el esfuerzo. Así aparecen en la lista Forbes, judíos ricos por crear Apple, Dell, Oracle, y un largo etcétera. Hay “no judíos” más ricos. Algunos, dueños del petróleo mundial, mientras su plebe se muere en la miseria, Otros ricos vendiendo artículos de moda en Europa a precio de lujo, fabricada por cadenas de esclavos, niños incluidos, en países paupérrimos y sin controles legales. ¿Diferencias? Obvias.

Porque son guerreristas y asesinos, sostenían algunos. Otra búsqueda con resultados inesperados.  Israel no es miembro de la OTAN, no ha participado en ninguna contienda militar contra países por motivos financieros, o sospechas surrealistas. En tantos siglos de guerras mundiales por la supremacía del poder mundial, los judíos han sido solo los perseguidos. No han hecho cruzadas, ni exterminado civilizaciones enteras, para expoliarle  sus riquezas. No habían matado ni torturado a nadie para imponerles su religión. Así, lo de asesinos, se quedaba pendiente.

Llegó el momento que me habían profetizado: Mi visita a Israel. Allí pude ver la realidad escondida. Tel Aviv era una ciudad cosmopolita y multirracial. Donde eran libres las prácticas de todas religiones. Era un imperio construido sobre un inhóspito desierto en menos de un siglo. Allí consiguieron desarrollar agricultura, ganadería, ciencia, medicina, y todo aquello que en mi Cuba me habían enseñado que era bueno, y debía ser nuestra meta. Allí se premia al que se esfuerza, al que aporta a la sociedad, al trabajador, al científico, al campesino y al intelectual. En los hospitales se sana al enfermo, sin importar religión. Tal como me enseñaron en Cuba que debía ser.

Allí fui acogido fraternalmente y recibí cuanto me pudieron dar. Sentí tristeza por aquellos refugiados judíos, a bordo del Saint Louis, a quienes en 1939 se les negó la entrada en mi Cuba, en los Estados Unidos y en Canadá, que huían de la carnicería nazi. Pero ellos ni recordaban esa anécdota. El estudio les ocupa más que el rencor.

Como en cada templo hay un guardián, allí también los tienen, y se castiga al malvado, al tirano, al agresor. Muy similar a lo que me inculcaron de niño en Cuba, “Nunca te dejes pegar” “Defiéndete. Y si no puedes con las manos, coges un palo y le rajas la cabeza”.

Vi con tristeza como ratas “no-judías” emergían de las alcantarillas para acuchillar personas. Sin distinción. Turistas, mujeres, niños. Según su alegato, cuantos más, mejor. Aunque tengan que morir en el intento. Y cada vez que una de esas ratas era exterminada, repercutía en la prensa internacional cien veces más, que los exterminios masivos en países africanos, que ocurren hoy, y ocurrirán mañana. Y contra ese salvajismo, los cubanos luchamos en Angola, hasta que mandamos a los racistas a su madriguera, y hasta Mandela nos dio las gracias.

A pesar de estos alegatos, fanáticos diseminados por el espacio-tiempo insisten que a los judíos hay que odiarlos “porque Sí”. ¿Cómo iba a odiar a mi tío abuelo Pedro, aquel polaco judío que emigró a Cuba, ya jubilado, que lo recuerdo estudiando la Kabalah, y que me llevaba a la sinagoga los sábados? Aquel lugar donde la gente cantaba y reía, mientras que los de fuera, se quejaban y se maldecían.

A mi regreso de Israel, le digo a mi madre que me sentía identificado con el pueblo judío, y me confiesa, orgullosa, que somos judíos por línea materna. ¿Cómo? Mi bisabuela María emigró a Cuba desde Galicia por tal motivo. Comprendí el significado de muchas costumbres familiares, de nombres, y porqué cantábamos, desde niño, junto a mi tía Judith, mi madre y Pedro, el “Hava Nagila” cuando queríamos llamar la felicidad.

Según mi madre, como las raíces venían por línea materna, yo también era judío. Así que… debía odiar a mi familia, y a mí mismo, Pero… prefiero amar a mi familia y mantener alta mi autoestima, porque quien no lo haga, acaba atentando contra la vida de los demás y la suya propia. Ya profundizando, empiezo a entender el odio contra nosotros, los judíos. Está bien explicado en un pensamiento del Maestro cubano José Martí, quien sentenció:

“Triste cosa es no tener amigos, pero más triste debe ser no tener enemigos; porque aquel, que enemigos no tenga, señal es que no tiene: ni talento que haga sombra, ni valor temido, ni honra que le murmuren, ni bienes que le codicien, ni cosa buena que se le envidie”

Esa es la respuesta que buscaba. ¡Reto a los lectores a que me digáis la vuestra!

Contacto: [email protected]

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