Fascismo en israel?

23 julio, 2018

Joseph Hodara

No. Aún no. Múltiples señales e inclinaciones indican este rumbo, pero de momento no se han verificado hechos y decisiones que revelen sin objeciones su carácter irrefrenable.
Recordemos: las últimas disposiciones aprobadas por delgada mayoría en la Knéset en torno al carácter judío del prospectivo régimen constitucional israelí; las disposiciones en contra de los ciudadanos con preferencias homosexuales que incluyen la prohibición de constituir legalmente una red familiar; la elección de jueces como miembros de la Suprema Corte conocidos por sólidas inclinaciones en favor de la anexión de los territorios ocupados; la tolerancia relativa a las milicias que alteran la vida de los palestinos que en ellos habitan; la difusión acrítica de temas bíblicos y nacionalistas en los textos escolares seguida por el cierre del acceso a organizaciones que predican la convivencia entre judíos y palestinos; el rechazo a las mujeres que desean rezar sin restricciones en el jerosolimitano Muro de los Lamentos. Una suma de hechos que sugiere el rumbo indicado.
Las resistencias a estas inclinaciones no escasean, desde las valerosas objeciones emitidas por el Presidente Reuvén Rivlin pasando por los medios de comunicación- excepto el canal 20 que refleja las aspiraciones de los judíos que habitan Judea y Samaria- hasta las manifestaciones callejeras en las principales ciudades del país.
A quien solicite evidencias de estas inquietantes inclinaciones se le recomienda la serie televisiva que se presenta en VOD en torno al movimiento clandestino que en su momento pretendió destruir a la mezquita jerosolimitana. Se presentan allí a las personas que entonces alentaron crímenes a la vez que conspiraron para urdir un hecho que, si no hubiera sido neutralizado por los servicios policiales del país, habría implicado la condena internacional – si no el colapso – de Israel. Sin embargo, los autores de estos delitos son hoy altos asesores de ministros y se pasean como nobles señores en el Parlamento jerosolimitano.
Si los inspiradores de estas tendencias cuasi fascistas fueran personas modestas, carentes de tendencia alguna a aprovechar las oportunidades que el mundo de los goym ofrece, quizás el disolvente discurso que ayer y hoy ellos emiten tendría algún valor ético. No es así. Sus principales abanderados han hecho millones de dólares en ese mundo en transacciones cibernéticas – es el caso de Nir Barkat, alcalde de Jerusalén y de Naftalí Bennet (Forbes estima sus fortunas en 100 y 50 millones de dólares respectivamente) sin excluir a Netanyahu que se enriqueció en su momento con dramáticos discursos en las diásporas que de hecho hoy margina.
Estas actitudes favorables a inclinaciones neofascistas no se limitan a la escena israelí, aunque aquí se asocian con un fundamentalismo religioso excluyente que falta en otros lugares. Por ejemplo, la acrítica vinculación con el presidente Trump, el resuelto acercamiento a regímenes intolerantes en Polonia, Hungría y a algunos africanos y centroamericanos, bien reflejan este rumbo.
De momento las resistencias de la sociedad civil israelí a estas inclinaciones son precarias y dispersas. Como líder nacional y político Netanyahu ha logrado un sólido liderazgo; la oposición es débil e incoherente, y no se vislumbran figuras capaces de amenazarle tanto en su partido como entre sus rivales. Más aún: es probable que las evidencias reunidas por la Policía en torno a su torcida conducta personal habrán de diluirse en trámites sin fin.
De aquí el papel que le corresponde hoy a las diásporas judías e israelíes sin excluir a los medios nacionales: frenar las inclinaciones autoritarias y discriminantes que hoy se perfilan en nuestro país. Actitud que las diásporas deben asumir no sólo por convicciones doctrinarias; también para autoprotegerse.
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