¿Estamos ante una sociedad anestesiada?

25 enero, 2017
Protestas en Israel en 2011. Foto: Wikipedia

Temas y problemas que van quedando atrás
Benito Roitman
En una reciente discusión sobre los avances de Israel en materia de crecimiento económico, que lo están llevando a ubicarse entre el privilegiado grupo de los países desarrollados, se citaban también los problemas económicos y sociales que afectan a la población de Israel pese a esos avances, o quizás como producto de la forma en que esos avances se han ido produciendo. En esa oportunidad se destacó también la persistencia de esos problemas, y la virtual carencia de políticas sistemáticas para enfrentarlos. Y es así que en el curso de esa discusión, y a la luz de esos planteamientos, se formuló una pregunta que intentaba resumir todas las dudas presentes: ¿No será que la sociedad israelí está anestesiada?
Mi primera reacción fue negativa. La sociedad israelí es dinámica, nerviosa incluso en sus reacciones, dispuesta a adoptar de inmediato todas las modas, inmersa en una intensa y diversificada vida cultural. La misma heterogeneidad de esta sociedad, con integrantes venidos de tan distintas culturas, parecería negar la posibilidad de un comportamiento anestesiado. Por otra parte, se requerirían fuertes conocimientos sociológicos -y aún de psicología social- para corroborar o para descartar ese intento de diagnóstico de la conducta de una sociedad.
Y sin embargo lo que habría llevado a establecer, aún como hipótesis, la posibilidad de que la sociedad israelí estuviera anestesiada -en principio ante la problemática económica y social pero no sólo frente a ella- es la constatación de una carencia de reacciones del grueso de esta sociedad ante la continuidad de esos problemas y de la pasividad con que se acepta la falta de iniciativas reales para resolverlos, más allá de promesas electorales incumplidas una y otra vez (las manifestaciones del 2011, antiguas de más de cinco años, serían la excepción que confirma la regla).
El olvido de la pobreza y la situación de los territorios
Un rápido listado del tipo de problemas referidos abarca los persistentes niveles de pobreza y en especial el porcentaje de niños incluidos en esos niveles (el hablar de porcentajes no hace sino esconder el drama detrás de ellos); el creciente fenómeno de la desigualdad en los ingresos y la forma en que esa desigualdad afecta diferencialmente tanto a grupos etarios como a poblaciones minoritarias dentro del país; el desigual desarrollo regional, en un país que se precia de estar entre los más avanzados económicamente; una tendencia a disminuir el gasto público por habitante en los servicios sociales; la permanencia de divisiones curriculares en los diferentes  sistemas de educación financiados por el Estado, con consecuencias negativas tanto sobre los niveles de eficiencia educativos como en el nivel de integración social; el sistema -socialmente aceptado- de puertas giratorias entre el sector público y el sector privado, de modo que el regulador pasa a ser el regulado, sin solución de continuidad.
La carencia de reacciones arriba referida no se limita al ámbito económico-social; es notoria la forma en que se da la espalda a lo que ocurre en los territorios ocupados. Y esto abarca no sólo a la población palestina en los territorios sino también a los asentamientos israelíes en ellos; parecería que ignorar esa realidad ayudaría a alejar y a olvidar que esa situación existe y persiste.
Este tipo de consideraciones podría explicar porqué, habiendo rechazado inicialmente la imagen de una sociedad anestesiada, una reflexión y recapacitación podría llevar poco a poco y con todos los “caveats” que se quiera, a aceptar la posibilidad de que -al menos en algunos aspectos cruciales- esa caracterización de la sociedad israelí no estaría demasiado alejada de la verdad.

¿Se acuerdan de los yacimientos de gas?
Un ejemplo reciente, referido a las existencias de gas natural en el país, podría ilustrar lo anterior. Después de muchos años de búsquedas infructuosas, se encontraron yacimientos de gas natural en Israel, en sus aguas territoriales. El volumen de las reservas explotables de esos yacimientos (me refiero a los campos de Tamar y Leviathan; se han encontrado otros campos cuya capacidad es sensiblemente menor) sería suficiente para cubrir las necesidades energéticas de Israel durante los próximos 50 años (en algún momento se habló de 100 años). Tamar se encuentra ya en explotación y se estima que Israel ya cubre alrededor de mitad de sus necesidades de generación de energía con gas natural propio. Leviathan entrará en producción a finales del 2019, orientándose básicamente a la exportación de gas natural, que en el próximo futuro se sumaría al total de las exportaciones del país.  Ni que decir tiene que alrededor del descubrimiento de estos yacimientos abundaron las buenas noticias proclamando el fin de nuestra dependencia energética y el inminente ingreso de nuevos y abundantes recursos como producto de esa explotación, a ser utilizados para elevar los niveles y la calidad de vida de toda población.
Pero el desarrollo de todo este proceso, que no ha terminado, es bastante más tortuoso de lo que aquí se presenta. Los principales titulares de la concesión de Tamar y de Leviathan (y de otros yacimientos menores) son los mismos (Nobel Energy, una empresa estadounidense, y Delek, una corporación israelí), y podrían constituir un conglomerado que podría fijar precios y condiciones abusivas. Esta situación condujo en su momento a exigir a los concesionarios, por parte de la autoridad antimonopolio de Israel, el cumplimiento de ciertas condiciones que limitaran el riesgo de acuerdos leoninos. Sin embargo, desde el gobierno se desautorizó ese dictamen de la autoridad antimonopolio (lo que condujo a la renuncia de su titular, a mediados de 2015), y se comenzó una negociación entre los concesionarios y las autoridades para alcanzar un acuerdo de explotación de largo plazo, en el que se establecía que futuros gobiernos no podrían modificar los términos de ese acuerdo. En marzo de 2016 la Suprema Corte ordenó cancelar ese acuerdo, y otorgó el plazo de un año para presentar un nuevo texto de acuerdo, sin la cláusula de estabilidad, que se firmó en mayo de 2016
Lo anterior no es sino una muy breve e incompleta relación de la saga del gas natural en Israel, que ha pasado sucesivamente de despertar expectativas de mejoras sustantivas en los niveles de vida de toda la población (tanto por la disminución interna de los costos de energía como por los fabulosos ingresos adicionales que entrarían a las arcas del Estado), a contemplar con sospecha muchas de las maniobras a su alrededor, sin una clara visión de cómo esos nuevos recursos se van a reflejar en una mejor calidad de vida.
Pero lo que es destacable es la facilidad y la rapidez con que este tema de la explotación del gas, de haber estado hace poco más de un año en el centro de las discusiones, ha prácticamente desaparecido de los escenarios públicos. Y así como hace poco más de un año se produjeron manifestaciones criticando la forma en que el gobierno llevaba a cabo las negociaciones sobre la producción del gas (que al fin y al cabo es un recurso natural que pertenece a la nación), en los últimos tiempos ese tema pasa desapercibido, aún cuando pocos meses atrás se firmara un acuerdo de exportación de gas natural de Leviathan a Jordania durante los próximos 15 años.
En todo caso, lo que se pretende discutir es en qué medida las reacciones y/o falta de reacciones- de la sociedad (en este caso con el ejemplo del problema del gas) constituyen o bien un síntoma de la aparente anestesia a la que se hace referencia más arriba, o bien son el producto  de la forma en que los medios manipularían a la opinión, eligiendo de manera selectiva las temáticas que se comunican con mayor o menor asiduidad y énfasis.  Claro está que estas hipótesis no abarcan el moderno fenómeno de las redes sociales, uno de cuyos efectos podría ser precisamente el de despejar a la sociedad de eventuales efectos anestésicos. Y sin embargo, en el país donde tanto se ha avanzado en la técnica de las comunicaciones, la extensión de las redes sociales no parece revertir -al menos hasta ahora- la escasa participación directa de la sociedad en la manifestación de sus reacciones frente a la permanencia de los problemas que la aquejan.
La creciente incertidumbre sobre el futuro, tanto en materia económica como política, que deriva de los resultados de las elecciones en los Estados Unidos y de la nueva administración encabezada por Donald Trump, puede verse como un ominoso telón de fondo de todo lo anterior. Pero son notorias las reacciones a nivel internacional que se manifiestan contra los desplantes y la agresividad que se teme continúen caracterizando a esa nueva administración; y quizás los clamores de esas manifestaciones despierten ecos similares en Israel. Los efectos de la anestesia, es de esperar, suelen ser pasajeros.

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