En el reino del Twitter desaparece el conocimiento y fluye la apariencia

7 abril, 2017

Fernando Yurman

La verdad como “espectáculo”

La verdad siempre ha sido trabajosa, compleja, “si fuera simple había sostenido H. Arendt- todo lo que tendríamos que hacer es dar vuelta de cabeza la mentira, y ya está, pero eso no resulta”. Ahora parece que resulta mucho menos, y el reciente neologismo “Post-verdad” fue acuñado sobre este vacío de las causas.

Antes, la ambigüedad, la incertidumbre, la distancia, refractaban los acontecimientos, ahora la información los traduce en tiempo real pero a una lengua preformada que los aplana. Los grupos que la reciben por Internet, se informan mediante sus “propios” sitios, y cultivan su certeza sin cotejar con otros. Así cuadriculada, la amplitud informativa es rebajada por un rutinario desconocimiento.

El twitter es un ejemplo de esta “jaula” conceptual que procura solo confirmación desde un poder previo que la red posee.

Atrapada en una veloz multiplicidad, la noticia acompaña e incluso gesta el acontecimiento, pero su rapidez acaba por ahogar todo concepto. El pensamiento respira a un ritmo que requiere, cuando es riguroso, marchas y contramarchas, cambios de ángulo, perspectivas inversas, panorama y meditación, pero la noticia circula en un carrusel que se alimenta de su propio vértigo. La relación entre los acontecimientos y sus versiones fue enrarecida, el desciframiento cambió sus reglas y la esfera de rumores que llamamos mundo es más densa y no ordena jerarquías.

Hace pocos años, un documental bélico sobre el siglo XX presentó, con lúcido realismo crítico, una amalgama de escenas actuadas en películas de guerra. Excluyendo lo real, trataba de ilustrar que la memoria fue forjada por ellas (esas ficciones se habían inspirado en noticieros). Mucho antes hubo historiadores que creyeron más cierto contar la historia de las retóricas que configuraron la historia, en vez de la historia misma.

La diferencia entre Michelet y Tucídides o Flavio Josefo y Gibbon, para ellos sería solo literaria. Ese relativismo, que atravesó la academia, invadió también los medios.

El cine documental, que tomó su adjetivo por el prestigio del testimonio, creyó en su tiempo que atesoraba la realidad, misión heredada de la fotografía. Su desarrollo, como en la pintura, muestra sin embargo que la luz, el encuadre, el montaje o el color, también narran distintas versiones de la “realidad”. La verdad es un tipo de vínculo fragmentado con eso real en curso, una indicación sin acabar. Por eso Merleau Ponty, al referirse a la puntual fotografía sobre el movimiento real de las patas de los caballos en el aire, decía irritado “la fotografía miente, y las pinturas de caballos de Gericault dicen la verdad, porque es parte del galope ir de aquí para allá”.

El documental “Shoah” de Lanzmann muestra con el mismo criterio la “Verdad”, aunque no aparezcan las fotos y captaciones materiales que mostró Alain Resnais en “Noche y Niebla”. La verdad no es la inasible realidad, sino su inquietante revelación de sentido.

En la profusa corriente de imágenes que pasaron bajo las cámaras, y hacen raro actualmente un paisaje o incluso un acontecimiento no fotografiado, llegó a fundirse el cine documental con la ficción modificando la visión de ambos. “El hijo de Saul” es una ficción plena de “verdad” y de lenguaje documental, así como también “Patterson”, un film en el otro extremo de la experiencia humana, también ocurrió con  “Tana” o “La cinta blanca”, los cruces de estilo abundan y se necesitan. El blanco y negro, clásico código del documental, es signo de “realismo” que aprovecharon films como “Nebraska”. En estos cruces de estratos imaginarios y reales, emergió la visión cómica y satírica del documental como género.

El caso quizás más festejado es un cinéfilo film uruguayo sobre un clásico de Orson Welles.

Utiliza un enfático estilo documental en la investigación sobre el protagonista infantil de Citizen Kane, apenas entrevistó al comenzar el film con el mítico trineo que lleva escrito Rosebud.

Según estos acuciosos investigadores, ese niño sería ahora un señor mayor y acriollado, del provinciano interior uruguayo. La comicidad de estas entrevistas en un almacén de campo, entre mate y mate, sobre la obra del “amigo Orson”, destila una inteligente ironía.

El humor “serio” de este documental sobre las pretensiones de “verdad” afianzó un género original que se extendió entre aficionados. También suele verse confundido con algunas producciones desastrosas, cuya comicidad es involuntaria, como las de Ed Wood. Es un ejemplo el film reciente sobre una de las mafias de la prostitución, controlada por judíos polacos en Argentina de principios del siglo XX.

Un improvisado reportero extranjero, que masticaba un español muy pobre, trataba de “sacar a luz” esa historia a partir del “descubrimiento”  de un edificio casi folklórico de la calle Córdoba, y del relato familiar sobre una tía abuela que había sido “Madama”.

Al parecer, ignoraba los muchos ensayos historiográficos que se habían hecho sobre el tema, como asimismo sus derivaciones literarias en Roberto Arlt, Edgardo Cozarinsky, Humberto Constantini, José Bianco, Sholem Ash, Cesar Tiempo, etc, y los numerosos estudios sobre su relación con el tango y el teatro ídish.

Empujado por un entusiasmo periodístico al que ninguna ignorancia le era ajena, y acompañado por una ex prostituta en militante protesta, el cronista empezó a recorrer la estantería morbosa para extraer “La verdad”. Su ayudante, que desconocía olímpicamente esa historia del judaísmo porteño, tenía su propio guión feminista con referencias al presente, y rememoró entre lágrimas su propio abuso por un hombre; por otra parte, una tía del reportero contaba cada tanto sobre la migración de hace cien años, y una “experta” sostenía, con clásica lógica antisemita, que los “otros” judíos le vendían los jabones y toallas a los rufianes.

Por un golpe de suerte, uno de los últimos entrevistados preguntó irritado sobre el motivo turbio de esa indagación, y exhortó que “dejasen descansar en paz esas pobres mujeres”. La breve indignación iluminó el film, lo hizo un auténtico “documental” sobre la necedad informativa.

La falta de rigor, el equívoco, la anacrónica analogía, están alentadas por el dato digital. La gran masa informativa suscita una ignorancia igualmente enciclopédica por falta de elaboración. La tecnología nos determina más de lo que creemos, y muchos expertos creen que la “realidad” digital nos piensa.

La mezcla de información, mito y leyenda, hace de la gran aldea global que profetizaba Mac Luhan, un auténtico infierno chico de mentiras y rumores. Curiosamente, estos emprendimientos engañosos procuran el sortilegio de la “Verdad”. Se sabe que la ciencia busca el conocimiento, provisorio y cambiante, mientras que la verdad es anhelo metafísico o religioso. Un indicio sin contexto entrega siempre la versión falsa como “Verdad”. En las universidades norteamericanas, y en conferencias filmadas, se difunde hoy un presuntuoso antisemitismo afroamericano: los judíos implicados financieramente en la esclavitud.

En efecto, la esclavitud era parte del comercio mundial hasta entrado el siglo XIX, los judíos no hubieran podido evitarla, como tampoco los ingleses, holandeses, portugueses, árabes, chinos, y las mismas etnias africanas tramadas con traficantes árabes.

Distinguir a los judíos sugiere una revelación histórica falsa, pero contundente y difícil de aclarar: las tesis conspirativas son adoradas por la estupidez social. La brevedad del Twitter prescinde de argumentos, convoca el anhelo constante por la “verdad” revelada. Las redes sociales esperan esos estallidos de luz artificial. Cuando Goebbels sostenía que una mentira dicha cien veces se convierte en verdad, existía en esa misma manipulación la idea de que eran diferentes. Actualmente, la diferencia se ha disuelto en un desencanto, ese artificio llamado la postverdad. ■

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