Emmanuel Levinas entre Atenas y Jerusalén

22 noviembre, 2017

Joseph Hodara

A Sócrates le corresponde el mérito de haber articulado las principales preguntas correspondientes a la epistemología, es decir, la teoría y las posibilidades del conocimiento. Fueron sus clásicas preguntas: ¿Es posible descifrar nuestro entorno humano, físico y social? ¿Tenemos recursos para probar la solidez de lo así identificado? ¿Y cuál es la utilidad de este saber?
Interrogantes que, según el ateniense, regularmente reciben respuestas falsas o parciales pues el ser humano está condenado, desde su nacimiento, a vivir prisionero en un oscuro túnel. Y aquí éste confunde sin treguas las sombras con la realidad. Sólo si es capaz de abandonar la caverna podrá ver fracciones y algunos datos de ella, y con la condición de percibir que las luces que están en el exterior también opacan y reducen el acertado conocimiento.
A través del diálogo callejero Sócrates ensayó averiguar qué saben los ingenuos ciudadanos de Atenas, y por esta vía revelar claramente los alcances de la pública ignorancia. Muy poco le interesaba cómo viven y cómo interpretan los interrogados su propia realidad, y cuáles son los efectos del diálogo en los temas tratados. Asuntos que pertenecen a otra esfera de la filosofía que Sócrates -al menos según la memoria platónica- descuidó. Se alude a la ontología, es decir, la índole y sustancia de la realidad física, estética, social.
Se trata de una visión que el texto bíblico, en sus primeros capítulos, abordó planteando preguntas de otro carácter: ¿cómo y por qué el mundo fue creado? ¿Cuáles fueron las reflexiones de Dios y de Adán en sus primeros pasos? ¿Qué llevó al primero a crear a la mujer de dos modos desiguales? ¿Y qué cálculo condujo a la original pareja a violar la exigencia divina?
Violación creativa fue aquella pues trajo la aparición y reproducción de la humanidad y de lo humano. Es decir, la formación de realidades que ponen a prueba la capacidad personal de conocer.
Temas y visión que inquietaron vivamente a un pensador judío que en las últimas décadas suscita puntual atención. Se trata de Emmanuel Levinas. Nació en Lituania en 1906, la I Guerra obligó a la familia a refugiarse en Ucrania y conocer las revoluciones rusas de febrero y octubre, y pocos años más tarde se embarcó en la reflexión filosófica con los alemanes Husserl y Heidegger. En 1930 se instala en Paris, y desde allí en el idioma francés comenzará a enhebrar reflexiones que han enriquecido a la filosofía, a la teología y a la psicología.
Sólo un ejemplo: sus miradas al rostro, al otro, y a la otredad. Levinas distingue entre nuestra percepción del rostro propio -el nuestro- y cómo éste se dibuja y proyecta en un otro. Cuando ambos se encuentran establecen un diálogo y en este intercambio nuestra apariencia causa impresiones al mismo tiempo iguales y adversas a lo que esperamos. El Otro nos mira e interpreta en su propio lenguaje, a veces revelando hostil sorpresa, a veces cercanía y familiaridad.
En la primera actitud, Levinas identifica el origen de una percepción que distancia y que explica el odio y las guerras, en tanto que la segunda aproxima y acentúa la afinidad y la humana comprensión.
Así, nace y se enriquece la reflexión pero con resultados desiguales: a veces nos descubrimos al bien conocer al Otro y a la otredad, pero a veces los traicionamos por la incapacidad de comprenderlos. Ocurre que el yo se traslada al Otro para pensarse y mirarse de nuevo, con resultados desiguales: cercana identificación en un caso, odiosa rivalidad en los demás.
Estas reflexiones levinasianas conocen deudas con las filosofías de Rosenzweig y Buber. Al difundirse influyeron en un Sartre cuando escribió “es judío quien es mirado como tal”, y en un Derrida para quien la ética fue y es superior al saber.
Desde su fallecimiento en 1995, Levinas es considerado como uno de los más importantes filósofos del siglo XX. Al poner en duda la existencia de Dios como el Otro increado e indescifrable, obviamente suscita en Israel y en la ortodoxia de algunos credos dispares opiniones. ■

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