El sefardí que se salvó en el Holocausto por hablar ladino

Moris Albahari en "Salvado por el idioma" Foto Youtube

La variante del castellano conservada desde el siglo XV por los judíos expulsados de España, el ladino, salvó durante el Holocausto la vida de Moris Albahari, un sefardí de Sarajevo que protagoniza el documental ‘Salvado por el idioma’, estrenado en 2015 y disponible desde ayer en YouTube.

Con sólo diez años, Albahari vivió el estallido de la Segunda Guerra Mundial en los Balcanes, tuvo que separarse de su familia para escapar del ejército nazi y, en varias ocasiones, empleó el ladino, su lengua materna, para comunicarse con soldados de otras nacionalidades y obtener así su ayuda.

La lúcida memoria del octogenario guía ‘Salvado por el idioma’, cinta realizada por la lingüista estadounidense Susanna Zaraysky, que acaba de asistir a una proyección del documental en el Instituto Cervantes de Casablanca.

Zaraysky explicó que descubrió la historia de Albahari en 2001, cuando ella se instaló en Sarajevo y comenzó a frecuentar la única sinagoga que sigue abierta en la capital bosnia, antaño apodada ‘la pequeña Jerusalén’ por su floreciente comunidad judía.

«Cuando fui a la sinagoga escuché a la gente rezar en un idioma que me pareció similar al castellano», apuntó Zaraysky, que describe el ladino como «el español de hace 500 años mezclado con palabras turcas y bosnias».

A lo largo de cinco siglos, los sefardíes repartidos por el mundo han perpetuado la lengua de sus antepasados, aderezada con matices y vocablos locales, por lo que algunos lingüistas engloban con el término «judeoespañol» distintas variantes, como el propio ladino o la «haquetía» de influencia árabe practicada en el norte de Marruecos.

Durante un almuerzo en la sinagoga, Zaraysky conoció a Albahari, que le contó la historia de cómo sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial, un relato que no había revelado ni siquiera a sus propios hijos, como averiguaría la estadounidense más adelante.

La lingüista incubó la idea de hacer un documental durante un tiempo hasta que en 2010, con un presupuesto muy modesto, se puso manos a la obra con su colega Bryan Kirschen.

Ninguno de los dos tenía experiencia previa en el mundo del cine, por lo que tuvieron que ir «aprendiendo sobre la marcha» para ensamblar una cinta que orbita en torno a una serie de entrevistas con Albahari.

«Para él fue difícil», afirmó la directora del documental: «si uno tiene un trauma, no lo quiere contar cinco veces», y por eso las tomas que Moris tuvo que repetir las recuerda como lo más difícil del proyecto.

El propio Albahari declara, en el documental, que «si pudiera olvidarlo todo, lo haría».

En 1941, el joven sefardí escapó de un tren que transportaba un grupo de judíos de Sarajevo a un campo de concentración, dejando atrás a su familia.

Solo y perdido, su lengua ladina permitió a Albahari comunicarse con unos soldados italianos, que al descubrir su condición de judío le aconsejaron que utilizara un nombre falso eslavo.

Con la ayuda de los italianos, sobrevivió durante varios meses desplazándose entre distintas ciudades del norte de Bosnia y ocultándose en las montañas cuando acechaban las patrullas nazis.

El ladino volvería a salvarle en 1943, cuando huyó de una batalla gracias a que pudo hablar con un piloto estadounidense de origen hispano llamado David Gariño.

Aunque las guerras del siglo XXI cambiaron radicalmente el paisaje urbano de Sarajevo, Albahari es capaz de señalar, en el documental, dónde se levantaba su casa o dónde estaba la fábrica de chocolate de dueños sefardíes a la que iba con sus amigos judíos a pedir dulces diciendo «écham una bonbonica para mí».

Otros recuerdos le ensombrecen el rostro, y es que casi ninguno de aquellos amigos volvió a Sarajevo tras la guerra; entre asesinados, desaparecidos y exiliados, la comunidad judía de la ciudad quedó extremadamente mermada.

Por fortuna, la familia de Moris también sobrevivió al Holocausto, aunque él tardaría años en reencontrarse con ella.

A día de hoy, en Sarajevo sólo quedan cuatro sefardíes que hablan ladino, todos ellos de avanzada edad, una situación que se reproduce en otros lugares y que pone en peligro la subsistencia del idioma.

Zaraysky no opina así, y asegura que el apoyo institucional al judeoespañol está al alza y que algunas universidades estadounidenses lo han incorporado recientemente a sus ofertas de estudios. El ladino salvó la vida de un ser humano; ¿podrán los humanos salvar al ladino? EFE

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