El desconcierto que no cede

Foto: Facebook

La pasividad de la población ante los hechos
Benito Roitman (en recuerdo de Jorge Cesar Cohen, z’l)
El desconcierto en el cual estamos sumergidos parece excluir cualquier explicación racional.
El ambiente político que se respira (si es que puede hablarse de aire cuando casi nos estamos asfixiando) viene cargado de eventos, cada uno de los cuales sería suficiente para inspirar la trama de una buena telenovela.
Así, el Primer Ministro viene siendo investigado hace más de dos años por sospechas de aceptación impropia de regalos a cambio de favores por un lado y de acuerdos con algunos órganos de prensa para influir en las elecciones por el otro, además de juicios vinculados con el funcionamiento interno de la residencia oficial. En ese contexto se anotan también las investigaciones -morosamente conducidas- alrededor de la compra de tres nuevos submarinos a Alemania y de naves de superficie para la defensa de los yacimientos de gas.
Respecto a ese último tema -la explotación del gas natural- parece superfluo recordar que el obstinado empeño del gobierno por concluir acuerdos con los concesionarios en los términos dictados por estos últimos  (lo que costó varias sonadas renuncias) nos lleva a pagar hoy precios más caros que el gas importado, mientras que un velo poco transparente cubre todo el tema del desarrollo futuro de ese recurso natural. Y pese a todo ello, no pasa nada.
Por otra parte, cada día se abre un  nuevo capítulo en la historia del auge y la caída de los llamados tycoons (empresarios poderosos) y su (infausta) vinculación con el sistema financiero nacional; y en cada capítulo se constata la estrecha vinculación entre los grandes bancos del país y esos tycoons y la ligereza con que éstos han venido siendo financiados una y otra vez. Y pese a ello, (y a pesar de las multas que les llueven en el exterior) esos bancos continúan gozando de certificados de buena conducta financiera (¿será que las ganancias que obtienen de las comisiones e intereses de sus préstamos corrientes -cuyo control por parte de las autoridades monetarias no parece ser demasiado severo- más que compensan las pérdidas acumuladas de sus operaciones con los tycoons?).
En estos días cabe sumar  a lo anterior la obcecación del gobierno -y del Primer Ministro- por mantener el statu quo, que en el terreno religioso acaba de mostrar cómo, en aras del sostenimiento de la coalición con los partidos ultraortodoxos, no ha vacilado en poner en alto riesgo las relaciones con gran parte de la diáspora judía, en especial en los EEUU, (congelando el estatuto del Muro de los Lamentos y manteniendo el monopolio de las conversiones al judaísmo en manos del Rabinato).
También en el ámbito político continúa el proceso de limitación de las libertades de enfrentamiento y de denuncia de las acciones del gobierno (con razón o sin ella, porque en ambos casos lo que ha de privilegiarse es la libertad de expresión); y aunque ese proceso sea condenado por los aliados más cercanos -las protestas de Alemania frente a las disposiciones que limitan el financiamiento externo de las ONG es el ejemplo más reciente- este gobierno (y quizás también una parte significativa de la sociedad) no parece darse por aludido.
Mientras tanto, las conmemoraciones de los 50 años de la Guerra de los Seis Días han puesto de manifiesto la voluntad de las autoridades actuales por continuar con las tendencias a establecer –de facto o de jure- un solo Estado entre el Jordán y el Mediterráneo, con la activa colaboración de los colonos de los asentamientos (algunos dirían con la activa conducción de esos colonos) y la pasiva aceptación de gran parte de la población del país.
No se puede tampoco pasar por alto que Israel está ubicado al borde de un sangriento conflicto bélico regional que ya cumple más de 6 años y cuyo carácter multidimensional -que incluye elementos étnicos, religiosos, así como redefinición de áreas de influencia, mantenimiento o redefinición de fronteras nacionales, redefinición de poderes regionales- no admite soluciones sencillas y además amenaza, en ocasiones, con extenderse e involucrar a países como Jordania y el propio Israel.
Con estas pinceladas referidas al marco político interno y externo dentro del cual se mueve Israel,  el desconcierto no puede menos que manifestarse, en particular al analizar -con ese telón de fondo- el funcionamiento de la economía israelí. Porque en materia económica y sobre todo si se toman en consideración las variables macroeconómicas, todo parece funcionar bien. El desempleo se encuentra en sus niveles más bajos:  en mayo de este año se situó  en 4.5%, y si se toma en cuenta la fuerza de trabajo entre 25 y 64 años, el desempleo es aún menor (3.9%); el Producto Bruto Interno (PBI) creció en el año 2016 en un 4%; la inflación se mantiene dentro de los límites establecidos por el Banco Central de Israel; el déficit del gobierno general se situó por debajo del 2% en el 2016; y lo que se ha dado en llamar “la fortaleza del shekel” se manifiesta en un tipo de cambio por debajo de 3,5 shekel por dólar.
Y el desconcierto se traduce en preguntas. ¿En qué  país se está viviendo? ¿En el que se constata día con día una creciente tendencia a imponer a la población formas de pensar cada vez más uniformes,  en el que se acepta cada vez más la posibilidad de aceptar ciudadanos de primera y de segunda clase? ¿O en un país que se sitúa orgullosamente entre los de mayor desarrollo económico, con audaces avances tecnológicos, con universidades que se codean con las mejores del mundo?  ¿El crecimiento de la economía es experimentado por toda la población y los frutos de ese crecimiento se distribuyen equitativamente entre sus habitantes?  Porque a pesar de que obviamente se trata del mismo país, lo que difiere, y difiere de manera brutal, es la forma en que esas diversas y hasta contradictorias visiones se manifiestan en los diferentes grupos y capas sociales que constituyen esta sociedad.
Aún si se habla sólo de economía, y se profundiza más allá de las variables macroeconómicas, los contrastes comienzan a ser notorios. Tanto es así que el  Banco de Israel, en la persona de su Presidenta, la Dra. Karnit Flug, no ha tenido empacho en referirse, en la Conferencia Eli Hurvitz sobre Economía y Sociedad en junio de este año,  a “Una sociedad -dos economías”, criticando  la forma dual en que funciona la economía israelí, y postulando la necesidad de cambios de fondo en ese funcionamiento- aunque sin referencias a las vinculaciones de éste con el contexto político-social de Israel.
Pero es precisamente ese desencuentro el que genera ese tan mentado desconcierto. Se nos dice que los fundamentos económicos están bien y garantizan un crecimiento estable, pero se mantiene y se amplía la injusta distribución de los frutos de ese crecimiento; la “fortaleza” del shekel preocupa algo al Banco de Israel (por alguna razón continúa comprando dólares para impedir quizás una revaluación más violenta) pero sirve también para abaratar las importaciones:
El desempleo está en sus niveles más bajos y casi se puede hablar de pleno empleo, pero la teoría nos enseña que en ese caso deberían aumentar los salarios reales, y sin embargo eso está lejos de concretarse.
La población acepta estas medias verdades y no reclama siquiera una discusión abierta para entender lo que está pasando. Y mucho menos vincula el funcionamiento de la economía –y de la sociedad toda-  con las formas en que el gobierno se financia y con el destino de los recursos públicos. Basta con mencionar las necesidades de seguridad para acallar cualquier eventual inquietud por saber más de lo que está pasando en éste o aquel ámbito. Y además, con la eterna cantinela de que no hay nadie que pueda substituir a la actual dirigencia, nos vamos conformando. Pero el desconcierto no cede.

Compartir
Subscribirse
Notificarme de
guest
22 Comentarios
Inline Feedbacks
Ver todos los comentarios