El desaliento -y la esperanza-ante un futuro incierto

11 enero, 2017

Benito Roitman
Los eventos políticos en Israel parecen acumularse en estos días. El tribunal militar que juzgaba la acusación de homicidio contra el soldado que disparó y mató a un terrorista que yacía herido, acaba de dar a conocer su veredicto de culpabilidad. El rechazo a ese veredicto por una parte de la población -encabezado por grupos violentos de extrema derecha- se ha canalizado como una muy fuerte protesta contra las autoridades militares, lo que resulta paradójico en una sociedad donde se supone que el ejército retiene el mayor índice de credibilidad entre todas las instituciones nacionales. Y ello ocurre mientras el Primer Ministro Netanyahu está siendo interrogado bajo caución por investigadores de la Policía -lo que equivale a decir que puede eventualmente  ser acusado criminalmente- en relación con una serie de eventos que, algunos, son calificados como presuntos sobornos, mientras que otros puede que hasta lleguen a probar el grado de cinismo con que se maneja este gobierno.  En el interín, los miembros de la coalición en el Gabinete y en la Knéset no ocultan demasiado el entusiasmo que les despierta la inminente toma de posesión de Donald Trump como presidente de los EEUU, de quien esperan un amplio apoyo para la continuidad del estatus quo actual (y quizás para su profundización; el respaldo de todo el gabinete a una ley-mordaza, que impida a organizaciones civiles de oposición expresar su opinión en las escuelas, es una prueba de ello).
Esto y mucho más -podría por ejemplo mencionarse la incertidumbre sobre el futuro de las relaciones y alianzas políticas internacionales, pendientes de la impredecible dirección que tomará la nueva administración estadounidense a partir del 20 de este mes- constituyen razones más que suficientes para relegar a un segundo plano el análisis y las perspectivas de la economía israelí. Y sin embargo, aunque bien se dice que no sólo de pan vive el hombre, ello no hace sino reconocer la importancia del pan como el componente material de la vida. Y hete aquí que el año que acaba de terminar se despide -quizás para compensar en alguna medida los nubarrones que se ciernen en el escenario político-  con una proyección bastante optimista del panorama económico futuro de Israel.
Se trata de las proyecciones macroeconómicas del Banco de Israel hacia finales del año pasado (presentadas como pronóstico del equipo del Dpto. de Investigación del Banco de Israel, en Boletín de prensa del 26/12/2016). En esas proyecciones destacan dos elementos: En primer lugar, se estima que el crecimiento del PIB para el año 2016 habría sido superior a lo previsto inicialmente (en estas proyecciones la tasa de crecimiento del PIB para 2016 se sitúa en 3,5%, cuando la estimación anterior lo ubicaba en 2,8%), y se proyecta el crecimiento del PIB para 2017 y 2018 en 3.1%  para cada uno de esos años. En segundo término, se espera un cambio significativo en el comportamiento de las variables que explican ese crecimiento, en relación con el que se ha venido dando recientemente. Mientras que en el año 2016 -y en los años inmediatamente anteriores- el dinamismo de la economía derivó de un alto crecimiento del consumo y especialmente del consumo privado (éste habría aumentado en un 5,9% en 2016), se espera que en los próximos dos años se vaya revirtiendo esa situación, de manera que las exportaciones -y en particular las exportaciones de bienes y servicios de alta tecnología- vuelvan a recuperar su dinamismo. Es así que en las proyecciones del Banco de Israel, las exportaciones pasan de un magro 2.2% de aumento en 2016 (y eso gracias al comportamiento de las exportaciones de servicios, porque las exportaciones de bienes decrecieron ese año), a niveles de crecimiento de 2,9% en 2017 y de 4,3% en 2018.
Ahora bien, esta forma de visualizar el crecimiento futuro parece lógica. Tal como señalara en notas anteriores, “el mantenimiento de un cierto ritmo positivo del PIB basado sólo o principalmente en el crecimiento de la demanda interna es insostenible en el mediano y largo plazo, en particular en el caso de una economía pequeña como la israelí, con escasos recursos naturales. Para que ese crecimiento sea viable, debe estar acompañado de un sostenido avance en sus exportaciones, que puedan financiar las crecientes importaciones de insumos y de bienes de producción y de consumo que se requieren para satisfacer la demanda interna”.
Pero para que esas proyecciones dejen de ser una mera expresión de deseos y muestren un sustento realista, es preciso explicitar las medidas de política económica que se tomarían para ayudar a alcanzar esos resultados, así como los instrumentos a poner en práctica en el caso de que las circunstancias externas resulten desfavorables. El Banco de Israel es consciente de esas necesidades, y quizás por ello es que su Presidenta aprovechara su intervención en la Conferencia de Pronósticos del periódico Calcalist (el 28/12/2016) para explicar los alcances y las limitaciones de las proyecciones preparadas por el Dpto. de Investigación del Banco, comentadas más arriba. En particular, enfatizó en esa oportunidad las incertidumbres derivadas del incierto panorama internacional, advirtiendo incluso de la posibilidad de que la orientación de las políticas económicas de los EEUU y de la Unión Europea difieran de manera significativa en el próximo futuro, lo que aumentaría aún más las incertidumbres actuales.
Y sin embargo, lo que no se explicita, lo que parece ser demasiado heterodoxo para ser siquiera puesto sobre la mesa de discusión, es la necesidad de revisar a fondo el modelo de funcionamiento de la economía, que es lo mismo que decir el modelo de funcionamiento de la sociedad. Porque con la revisión de ese modelo se corre el riesgo de poner en descubierto, más de lo que  ya comienza a ocurrir, el grado de compromisos (¿complicidad no sería un mejor término?) existentes entre el gobierno y los grandes intereses económicos y financieros.
Mientras esos compromisos continúen, buscar soluciones para garantizar un proceso de crecimiento económico sustentable e inclusivo (es decir, que respete el medio ambiente y que haga del combate a la pobreza y a la desigualdad en el ingreso sus objetivos centrales) serán solo parches en las heridas de la sociedad, porque esos objetivos se contradicen, en la práctica, con el mantenimiento de alianzas y privilegios que se aseguran mutuamente la permanencia en el poder y la desigual acumulación de riquezas.
Ciertamente, todos aceptan -al menos de labios para afuera- la necesidad de elevar sustantivamente la calidad de la educación en todos sus niveles, así como la de mejorar los servicios de salud y ampliar su infraestructura. Sin embargo, el propósito de cumplir con estas necesidades ha de ir más allá del hecho de que éstas puedan contribuir al aumento de la productividad, aún reconociendo la importancia de esto. Porque una mejora generalizada de la educación y de la salud, en una sociedad que se precia de situarse entre las desarrolladas, es la condición central posible y necesaria para alcanzar mejores y más generalizados niveles de bienestar para toda su población.
Pero para que esto fuera posible se requeriría una voluntad política diferente a la actual, lo que no parece fácilmente alcanzable. La opinión pública estaría más bien inclinada a priorizar los temas de seguridad, y los medios de comunicación se encargan de mantener viva esa prioridad, que de alguna manera se vincula con el mantenimiento del estatus quo. Y en este ambiente la posibilidad de un cambio de rumbo, sea en el ámbito económico-social, sea en el ámbito estrictamente político, aparece por ahora -y mientras no aparezcan verdaderos liderazgos alternativos- poco probable. Aún así, vale la pena pensar que las incertidumbres que necesariamente rodean los futuros posibles puedan traer reacciones inesperadas de parte de una sociedad que finalmente se disponga a recapacitar sobre el camino a seguir para retomar la solidaridad, el bien común y la paz permanente como prioridades esenciales. En la historia, cosas más raras han sucedido.

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