De asignaturas pendientes se trata

1 noviembre, 2017

Benito Roitman

Hace poco menos de dos semanas, el Banco Central de Israel hizo públicos sus pronósticos sobre las perspectivas económicas para el presente año y para 2018, estimando un crecimiento del PIB de 3.1% para el 2017 y de 3.3% para el 2018.
En ambos casos, se espera un aumento sensible en las exportaciones (de 4.5% en 2017 y 4.0% en 2018, frente al cuasi estancamiento de los años recientes) y un aumento menor del consumo privado, del orden del 3% (muy poco por encima del crecimiento poblacional y muy por debajo del 6.1% que alcanzara en el año anterior).
Como se recordará, en una nota anterior señalaba precisamente que en una economía como la israelí, cuyo dinamismo descansa en el comportamiento de sus exportaciones, un crecimiento basado esencialmente en el aumento del consumo privado resulta insostenible en el largo plazo. Es de esperar que estos pronósticos del Banco de Israel se vayan cumpliendo, aunque el entorno económico internacional -pese al “cauto optimismo” que habría caracterizado la reciente reunión anual del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, según las declaraciones de la Dra. Karnit Flug, Presidenta del Banco de Israel- no parece demasiado promisorio, en el marco de la agitación política que está presente a lo largo del panorama mundial.
Sin embargo, lo que continúa brillando por su ausencia es un planteamiento de largo plazo que, partiendo de un proyecto nacional ampliamente consensuado, contenga el diseño de lo que es preciso continuar construyendo para que esta sociedad alcance verdaderos niveles de bienestar (no los segundos o terceros puestos de una competencia internacional sobre quien se precia de ser más feliz, como se jactara recientemente el Primer Ministro de Israel, Biniamín Netanyahu, en su intervención en la sesión inaugural de las actividades de invierno de la Knéset.)
Y con relación a lo que es preciso continuar construyendo, me parece oportuno citar lo que mencionara en una oportunidad similar el Presidente de Israel, Reuven Rivlin.
Ciertamente, la opinión pública israelí ha estado agitada últimamente, atacando o elogiando (según se forme parte de la coalición de gobierno o de la oposición) el discurso pronunciado por el Presidente Rivlin hace pocos días en la misma sesión inaugural de la Knéset en la que participara el Primer Ministro; en esa oportunidad el Presidente Rivlin dio a conocer con toda claridad su opinión y sus puntos de vista, sobre cómo Israel está inclinándose hacia comportamientos cada vez más alejados de una verdadera democracia.
Pero me parece importante hacer mención aquí a otro discurso; el que fuera pronunciado por el Presidente Rivlin en ocasión de la apertura de las sesiones de invierno de la Knéset hace un año, en octubre de 2016. En esa ocasión y ya finalizando su presentación, el Presidente Rivlin enumeró: “A diferencia de otras democracias, el Estado de Israel, que ha alcanzado grandes cosas en muchos campos, no ha definido aún sus fronteras. No tenemos una Constitución que regule con claridad las reglas de juego. Estamos luchando por el reconocimiento internacional de la legitimidad de nuestra existencia como una nación que ha vuelto a su hogar nacional, aún contra resoluciones absurdas de cuerpos internacionales que tiran abajo la legítima base de nuestra existencia. Nuestro sistema social, en Israel, no está dividido solamente entre derecha e izquierda, está dividido en cuatro agrupamientos separados, entre cuatro “tribus” que están divididas por ley en cuatro sistemas separados de educación: secular, religioso, haredí y árabe”. (traducción propia, a partir del texto que aparece en la página de Internet de la Presidencia de Israel).
Esta enumeración está lejos de ser taxativa, pero constituye sin embargo una muestra de lo que falta por construir y podría quizás formar parte de la larga lista de asignaturas pendientes -en las áreas, políticas, sociales, económicas- que deberían desarrollarse en el proyecto nacional antes mencionado, pero quisiera detenerme aquí en la última parte del párrafo citado del Presidente Rivlin, referida a los cuatro sistemas separados de educación, que cubren desde jardín de infantes hasta el bachillerato. Esta situación se remonta a los comienzos del Estado, y persiste hasta el presente, sin que tropiece con ninguna oposición seria.
De hecho, lo que parece prevalecer es más bien una rara coincidencia -entre lo que se conoce como derecha e izquierda en Israel- sobre la imposibilidad o (digámoslo de manera más elegante) las enormes dificultades que impedirían modificar esta situación. En el mejor de los casos, se aceptaría la necesidad de mejorar y profundizar los elementos comunes que deberían de contener los diferentes sistemas, sin amenazar la existencia de esa división.
Pero es difícil dejar de pensar -aún sin ninguna calificación en el campo de la pedagogía- que educar de manera separada a contingentes de niños y adolescentes entre los 3 y los 18 años de edad, no es la mejor manera de construir una conciencia de unidad nacional, de generar elementos comunes en toda la población alrededor de sentimientos y valores compartidos (además de no ser la mejor manera de asegurar una base común de conocimientos y ni que hablar de la posibilidad de generar un pensamiento crítico que permita analizar la realidad tal como es y no tal como nos la presentan). Y sin embargo, la separación de los sistemas educativos en Israel, todos ellos financiados por el Estado, permanece y parece perpetuarse, quizás como parte del precio a pagar para alcanzar y mantener coaliciones de gobierno en las que los partidos religiosos están presentes en la gran mayoría de los casos.
Cabe además recordar que una de las funciones de los sistemas educativos es su contribución a la formación de la fuerza de trabajo del país. Y de la calidad y de los niveles de esa formación depende en gran medida la capacidad de la futura mano de obra para ubicarse en ocupaciones con mayor sofisticación y para alcanzar mayores niveles de productividad y por ende mejores niveles salariales. Por el contrario, el mantenimiento de sistemas educativos separados tiende a perpetuar -en los mercados de trabajo- la existencia de dos economías diferenciadas, con su inevitable repercusión en la distribución del ingreso, pero también en culturas y hasta sociedades diferenciadas…y distanciadas. A todo eso se refería seguramente el Presidente Rivlin en su discurso de octubre del 2016 ante la Knéset; y todo eso continúa, hoy por hoy, tal como era entonces.
Pero volviendo al comienzo de esta nota y a su referencia al crecimiento económico estimado para el corto plazo -es decir, para éste y el próximo año- esas estimaciones no se verán afectadas por el sistema educativo vigente. Es sin embargo en el futuro que la sociedad habrá de pagar el precio de mantener corrientes de educación públicas separadas. Y quizás entonces sea demasiado tarde, o demasiado costoso, corregir esta anomalía, que atenta tanto contra la eficiencia económica como especialmente contra la conformación de una conciencia nacional compartida. ■

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