Ciro Alegría: El mundo es de los otros

11 enero, 2017

Letras y Letrillas – De Aquí y de Allá
Joseph Hodara

Tenemos por hábito pensar que el apartheid fue un fenómeno que tuvo singular expresión sólo en África del Sur hasta concluir en la segunda mitad del siglo XX. Desafortunadamente, no es así. Se presenta aún hoy en no pocos países post-industriales -en Estados Unidos como en Europa- aunque con matices moderados que combinan la marginalidad étnica con la económica.
Y no cabe olvidar que con superior acento caracteriza el pasado e incluso la vida cotidiana en no pocos países latinoamericanos. Algunos de ellos destruyeron en el siglo XIX amplias colectividades de nativos e indígenas por considerarlos extraños u hostiles a la nueva cultura que las clases dominantes resolvieron imponer. Y en pocos casos estas clases procedieron con alguna tolerancia, marginando a los indeseados -territorial y socialmente- de la geografía y de la cultura nacional. En este marco, los relatos del peruano Ciro Alegría (1909-1967) ensayaron describir estructuras y episodios que nos revelan esta cruel segregación racial y social que hoy los gobiernos y las clases dominantes se empeñan en olvidar.
Como no pocos líderes y personajes que aspiraron a moderar las injusticias étnicas y sociales -desde el propio Marx y Engels hasta Fidel Castro- Ciro Alegría fue un hijo de hacendados blancos y ricos, dueños de tierras y fincas en el departamento peruano de La Libertad, extensiones que apenas conocían límites.
Pero al revelar poca inclinación a adherir a las pautas de vida de sus padres, Ciro fue enviado al hogar de sus abuelos en Trujillo, en el norte peruano. Allí cursó estudios primarios; uno de sus maestros fue César Vallejo, personaje que ulteriormente ganará fama como poeta y narrador. Y desde entonces Alegría adhirió a planteamientos ideológicos que aspiraban a modernizar y a democratizar su país; el movimiento aprista, fundado por el también blanco y aburguesado Haya de la Torre, fue una de sus primeras militancias.
21josephCiro conoció la cárcel y el destierro. Circunstancias que pusieron en jaque su salud física y explican sus plurales experiencias maritales. Su última esposa -la cubana Dora Varona- tomó como misión estudiar y difundir las peripecias literarias del escritor. Tuvo con ella cuatro hijos.
La editorial Aguilar reunió en un volumen sus tres novelas: La serpiente de oro, Los perros hambrientos, y El mundo es ancho y ajeno. Esta última mereció un primer premio literario que lo condujo a Estados Unidos en la década de los cuarenta; desde allí se desplazó a Puerto Rico y a Cuba, islas en las que ejerció funciones académicas sin claudicar a sus aficiones literarias.
Escribió su primer relato en 1935. El jurado en el concurso donde La serpiente de oro se presentó sentenció: “Después de minuciosa lectura, llegamos a la conclusión… que le corresponde el premio. Aunque la obra se desarrolla en un ambiente extraño al nuestro, su belleza, vigor y originalidad la acreditan como digna de recompensa”.
En efecto, esta narración tiene como escenario el río Marañón en la sierra peruana. Describe la vida de los cholos balseros del valle del Calemar; vida dura y trágica en combate contra los caprichos del río. Y allí llegan ingenieros y gendarmes que corrompen y desvirtúan la vida de los nativos.
Los perros hambrientos –su segunda novela- tiene un origen singular. Afectado por una amnesia parcial que le privó de la vista y el habla, el médico le prescribió escribir a fin de readquirir sus habilidades. El aullido de perros en el hospital chileno le hizo recordar los ladridos que escuchara como niño en la sierra. Perros que se convierten en los principales protagonistas de esta novela. Son buenos y fieles hasta la aparición de una sequía y la consiguiente hambruna que trastorna el buen equililibrio de los campesinos y de los animales.
Y en estas circunstancias la fiel Wanka, ciega y encegada por el hambre, mata a las ovejas que en un periodo anterior había protegido. Una áspera ética darwiniana se apodera de hombres y animales. Sólo cuando termina la sequía y llega la “lluvia güena”, el campesino Simón Robles recibe con equilibrada comprensión a los perros que en días anteriores mataron y se mataron para sobrevivir.
Áspera dialéctica que toma celebrada expresión en El mundo es ancho y ajeno, un título que anticipa la filosofía del autor. En estas páginas narra la vida y la destrucción de Rumi, comunidad de indios que el Perú oficial y militarizado aplasta y margina. Cinco millones de indios sólo desean vivir y reproducir sus hábitos; pero el poder central, representado por un déspota hacendado con respaldo de fuerzas económicas locales e internacionales, esterilizan sus vidas. Aquí el sombrío pesimismo de Ciro Alegría toma vertical altura. Un relato que mereció múltiples traducciones y que merece ser releído.

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