Camille Pissarro, la vigente modernidad de un artista del XIX

Camille Pissarro Autorretrato The Worck Project Wikimedia Dominio Público

Han pasado 115 años desde su muerte y la importancia de Jacob Abraham Camille Pissarro se ha reivindicado con numerosas exposiciones y estudios que han resituado la figura de un artista que hizo posible el movimiento del impresionismo y que tuvo y tiene una importancia directa e indirecta sobre la historia del arte.
«Se puede decir que sin Pissarro no habría habido Cezanne, Gauguin ni Seurat» porque fue el motor intelectual del grupo, el que obligó a esos artistas a tomar conciencia de que podían constituir un grupo, y lo hizo desde una posición extremadamente moderna para su época y para la actualidad.
Así lo asegura el director del Museo Camille Pissarro de Pontoise (al norte de París), Christophe Duvivier, que participó esta semana en una conferencia sobre el artista en el Centro Sefarad-Israel de Madrid.
Nacido en las Antillas danesas en 1830 en una familia judía, tenía una «visión política alucinante», que iba mucho más allá que la del resto de artistas de su época, dominados por un entorno academicista.
«Era el único políglota -hablaba francés, inglés y español-, tenía una visión internacional del arte y una reflexión muy clara sobre el mercado del arte y su evolución, era extremadamente moderno», afirma Duvivier, para quien en realidad el grupo del impresionismo «era él».
Estuvo en el origen y en el fin del movimiento, supo apartarse con la llegada de una nueva generación de artistas y logró que muchos de sus contemporáneos desafiaran al arte establecido con exposiciones individuales que fueron tan criticadas como poco rentables.
«Decimos que era el patriarca, pero intelectualmente era el más joven porque se pone constantemente en cuestión», resalta el experto de un artista conocido por sus estampas parisinas, como su serie sobre el «Boulevard Montmartre» o sobre la «Rue Saint-Honoré», así como sus paisajes campesinos o su famoso autorretrato.
Frente al auge de la figura de Pierre-Auguste Renoir en el periodo entre las dos grandes guerras y la recuperación de Claude Monet como el gran representante del impresionismo tras la Segunda Guerra Mundial, el nombre de Pissarro tardó más en ser reivindicado.
La publicación de su correspondencia completa en los años noventa fue el impulso para entender que fue él la voz del impresionismo, era el que ayudaba a sus compañeros a ser conscientes de su talento y era a quien recurrían cuando necesitaban ayuda.
A partir de ahí se multiplicaron exposiciones sobre su obra, en el Museo Thyssen de Madrid, en Jerusalén, Australia, Japón o Alemania, pero también, aunque más lentamente, en Francia.
Estuvo apartado probablemente porque era el más radical en su posicionamiento contra lo establecido, sobre la posición del artista en la sociedad, su relación con el mercado del arte y su individualismo, conceptos válidos en la actualidad.
«El ser moderno, la actitud ética y filosófica del artista nace con Pissarro y con (Paul) Cézanne especialmente. Inventan sus reglas estéticas, se definen respecto al contexto cultural y a su propia relectura personal, niegan la perfección para valorizar la afirmación del individuo», resalta Duvivier.
Y todo ello está impulsado por la mirada más compleja de un Pissarro que era un poco el extranjero en Francia, que tenía la nacionalidad danesa pero no hablaba la lengua, que era de una familia judía practicante y él era ateo y anticlerical.
«Siempre mantuvo una posición crítica contra todo lo que era nacionalista, académico, oficial…Fue Pissarro el que constituyó esa forma anarquista de defender el artista como una individualidad frente a la historia» y eso es lo que persiste hoy en día.
Porque en la actualidad en el mundo del arte todo es posible, resalta Duvivier, que pone como ejemplo a Jeff Koons, un artista que nace de la percepción, lo que le convierte en «un anti moderno». EFE  y Aurora

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