Boris Gurevich, un campeón olímpico inmortalizado en las Naciones Unidas

Escultura de Yevgeny Vuchetich Foto: Neptuul Wikimedia CC BY-SA 3.0

«Convertirán sus espadas en arados y sus lanzas en hoces» (Isaías 2, 3-4).

Para relacionar esta frase bíblica con los Juegos Olímpicos de México ’68 hay que dar solo tres pasos, los que conducen al escultor soviético Yevgeny Vuchetich, al mandatario Nikita Khrushchev y al luchador del mismo origen Boris Gurevich.

Vuchetich, nacido en 1908 en el entonces Imperio Ruso, en la actual Dnipró (Ucrania), fue un destacado representante del Realismo Socialista, la corriente artística oficial que acompañó a los gobiernos resultantes de la revolución de 1917.

Entre sus obras más conocidas figura la escultura alegórica ‘Convirtamos las espadas en arados’. Representa a un hombre desnudo, de soberbia musculatura, que sostiene un martillo en alto antes de golpear una espada que se hunde en la tierra a modo de arado. Las armas de la guerra al servicio de las necesidades del hombre.

Cuando esculpió su obra, Vuchetich buscó un modelo que exhibiese una gran fortaleza física. Un deportista sería lo más idóneo. Así fue como pensó en el joven judío Boris Gurevich, una promesa de la lucha libre al que sus grandes éxitos internacionales le tardarían aún varios años en llegar.

El líder soviético Khrushchev, entonces primer secretario del Partido Comunista y deseoso de poner distancia con la política de su antecesor, Josef Stalin, quiso tener un gesto amable con Naciones Unidas y en 1959 regaló al organismo la escultura de Vuchetich. Un símbolo de los nuevos tiempos que él quería representar.

La obra fue instalada en los jardines de la sede de la ONU, en Manhattan, y allí permanece actualmente, 61 años después.

El deportista que sirvió como modelo continuó prosperando en la alta competición. Gurevich, nacido en Kiev en 1937, logró el primer gran éxito internacional a los 24 años al proclamarse subcampeón mundial de lucha libre en la categoría de 87 kilos. Seis años después, en 1967, subió el peldaño que le faltaba y se hizo con el título mundial.

En 1968, cuando se celebraron en México los Juegos Olímpicos que festejan ahora su quincuagésimo aniversario, Gurevich cumplió con su papel de favorito y ganó la medalla de oro en la categoría del peso medio (84 kg).

Aún prolongó sus éxitos una temporada más y repitió como campeón mundial en 1969, esta vez en los 90 kg.

Su figura, reconocida en los anales olímpicos, brilla también de forma anónima en los jardines de Naciones Unidas y en muchos otros lugares que cuentan con una copia de ‘Convirtamos las espadas en arados’, entre ellos la Galería Tetriakov en Moscú. De la obra se hicieron reproducciones a pequeña escala que obran en manos de coleccionistas de todo el mundo.

«El Señor juzgará entre las naciones y decidirá los pleitos de pueblos numerosos. Ellos convertirán sus espadas en arados y sus lanzas en hoces. Ningún pueblo volverá a tomar las armas contra otro ni a recibir instrucción para la guerra». Eso dijo el profeta Isaías en el siglo VIII antes de la era común. En el año 1968 de nuestra era un luchador, un campeón olímpico en ciernes, puso su cuerpo de atleta al servicio de ese deseo de paz. EFE y Aurora

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