Análisis: Liberman se precipita y mueve ficha en el tablero electoral israelí

15 noviembre, 2018 ,
Foto: Mark Neyman / GPO

Ofer Laszewicki Rubin
Como si fuera un caballo en una partida de ajedrez, el ya ex ministro de defensa de Israel, Avigdor Liberman (aunque su renuncia entre en vigor solo en unas horas), se precipitó en un salto adelante y anunció ayer su renuncia al cargo.
La renuncia del líder de Yisrael Beitenu –formación de derecha nacionalista secular con fuerte base entre el electorado procedente de las ex repúblicas soviéticas- deja a la coalición de gobierno de Netanyahu en una frágil minoría de 61 diputados, en una Knesset de 120 escaños. La alarma roja electoral se encendió, las cábalas sobre un avance electoral toman fuerza, y de inmediato ha empezado el tradicional toma y daca en el juego de alianzas que caracteriza la siempre imprevisible política israelí.
La crisis de gobierno vino inmediatamente después a la última explosión en la frontera de Gaza. Tras una fallida incursión de un comando especial de las FDI en la franja, que un ex general describió como “operaciones de infiltración habituales en las filas enemigas para recabar información”, los soldados fueron sorprendidos por efectivos de Hamás en la urbe de Khan Younes. Se produjo un intenso choque, que culminó con 6 integrantes del movimiento terroristas y un coronel israelí muertos.
Hamás y la Yihad Islámica lanzaron más de 400 cohetes y morteros a las comunidades israelíes fronterizas, causando un muerto –un palestino residente en Ashkelon-, más de 60 heridos, impactos directos en viviendas, y las habituales corredizas y pánico de miles de familias corriendo a los refugios. Los cazas del ejército volvían a bombardear objetivos terroristas en la franja, causando tres muertos.
Fue el mayor estallido de la olla a presión del sur desde 2014. Hamás amenazaba con extender los lanzamientos a Ashdod o Beer Sheva. El ejército movilizaba efectivos. Pocos creían que esta erupción pudiera contenerse mediante la ya tradicional mediación egipcia y de otros actores internacionales. Todo apuntaba al inminente inicio de la cuarta guerra de Gaza en diez años. Pero para sorpresa de muchos, sobretodo en la derecha, Netanyahu movió ficha y aceptó otro delicado acuerdo de tregua temporal con Hamás. Apagar las llamas sin extinguir el incendio. Probablemente, el ya indisimulado acercamiento de Israel con el mundo árabe suní, escenificado en la reciente visita del premier a Omán, es un factor que explica la reticencia de Bibi a abocarse a la guerra.
Esa misma noche, manifestantes de derecha salieron a las calles de Sderot para protestar contra Netanyahu por “no acabar de una vez por todas con el problema”. Le pedían arrasar Gaza. Liberman, a quien los analistas coinciden en describir como un mero figurante, ya que las decisiones sobre seguridad recaían en el primer ministro, leyó esa frustración en sectores derechistas como una suculenta oportunidad para capitalizar votantes cabreados y tratar de aumentar así su minoritario grupo parlamentario de cinco diputados, a sabiendas de que en unos próximos comicios corría el riesgo de no recabar el mínimo de votos exigido para obtener representación en la Knesset.
“Es una victoria política para Hamás. No se les disuadió militarmente, y se generó confusión política”, afirmó Liberman en la rueda de prensa de su renuncia. Sobre esta idea hay cierto consenso, pero bajo diferentes ópticas: tanto las formaciones más a la derecha del Likud de Netanyahu, como la desperdigada oposición de centro e izquierda, coinciden en que Hamás ha logrado imponer sus reglas del juego. Los tempos y las condiciones de cuándo y cómo empieza y termina una escalada de violencia.
Mientras que formaciones opositoras, como el laborismo de Avi Gabbai o el centrista Yair Lapid, critican al gobierno por no tener una estrategia a largo plazo para devolver la calma al sur de Israel –que en su criterio pasa por un golpe militar duro a Hamás acompañado por una iniciativa diplomática para mejorar las condiciones de vida de la castigada Franja de Gaza-, en la derecha dura se pide arrasar con todo y borrar a Hamás del mapa, aunque las tres guerras anteriores no lograran dicho objetivo.
Ante esta disyuntiva, Liberman optó por apretar el acelerador electoral. Según revela el analista militar de Haaretz Amos Harel, las discrepancias del ministro saliente con Netanyahu empezaron al término del verano, cuando el establishment de seguridad recomendó al premier promover un acuerdo a largo plazo para Gaza. Liberman, primero entre bambalinas y luego aireándolo a la prensa, mostró sus objeciones a permitir la entrada de combustible y efectivo al territorio bajo dominio de Hamás, aun a sabiendas que el citado movimiento podría aliviar la delicada situación de los dos millones de gazatíes, que viven bajo una alarmante falta de suministros humanitarios, energéticos y sanitarios.
A pesar de la presión pública, Netanyahu impuso su decisión unilateral en el tenso y largo conclave del gabinete de seguridad tras el estallido en Gaza, y Liberman, que recientemente admitió que no tenía influencia alguna sobre la toma de decisiones sobre la seguridad en el sur, calculó que ir a elecciones mientras seguían lloviendo los misiles podría dejarle escasas opciones de revalidar su mandato.
El ex titular de defensa, antes de sumarse al actual ejecutivo, era reconocido por sus postulados populistas e incendiarios. Envuelto en un caso de corrupción, tuvo que dejar la política un año, pero en 2012 regresó a la primera fila tras darse carpetazo al caso. En los últimos años, soltó afirmaciones como “a los árabes desleales al estado se les debería cortar la cabeza con un hacha”. En la cúpula militar era considerado un outsider: tan solo cumplió su servicio militar obligatorio, y no contaba con experiencia en altos rangos del ejército. Básicamente, lo veían como una marioneta sin poder de decisión. Para Ron Ben Yishai, analista en Yediot Aharonot, el máximo responsable de defensa debe ser “un influyente y preparado político, que sea capaz de pasar decisiones en la coalición y el gabinete, que tanto él como el establishment de defensa crean necesarias”, y defiende que la influencia de Liberman en estos asuntos era residual.
La gran incógnita en el aire es qué ficha del tablero moverá Netanyahu. Si hará un jaque-mate avanzando las elecciones, o si aguantará hasta el final de la legislatura –que termina en noviembre de 2019- sostenido por una frágil coalición. Para más inri, su socio Naftali Bennett, del partido “Casa Judía”, le puso otro ultimátum sobre la mesa: o le entrega la cartera de defensa, o abandona la coalición, dejándola en minoría y forzando el adelante electoral.
Netanyahu, que ejerce a la vez de primer ministro y ministro de exteriores, querría retener en sus manos también la cartera de defensa. Si toma esta vía, algo que confirman varios integrantes de la coalición por la reticencia de Bibi de convertir a Bennett en ministro de defensa, no le quedará más remedio que disolver el gobierno y convocar elecciones en los próximos 90 días.
En una encuesta publicada ayer en televisión, Netanyahu sacaría 29 escaños, tan solo 1 menos que en 2015. Liberman subiría solamente de 5 a 7. El resto del tablero político quedaría, a gran escala, muy similar al de los anteriores comicios, quitando un eventual desplome del laborismo –integrado en la “Unión Sionista”-, que bajaría de 24 a 11, cuyos votos capitalizaría el centrista Yesh Atid, con un ascenso de 11 a 18 parlamentarios.
Aunque Liberman efectuó ayer el primer movimiento, Netanyahu será quien marque definitivamente los tempos de la próxima contienda electoral. Como todo en Israel, el desarrollo de la partida será imprevisible hasta el último minuto.

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