Amona: algunas intranquilas reflexiones

11 diciembre, 2016
Foto Wikimedia

Joseph Hodara

Las posturas de un sector militante del público israelí respecto a Amona (tema que atenderé en particular en otro momento) conducen a preguntar cuál es el carácter del régimen político y social que gobierna al país.

En torno a este asunto pienso que una combinación singular de teocracia y neoliberalismo lo preside y, por tal razón, amenaza con desmantelarlo. En efecto: no cabe encontrar en el mundo contemporáneo un régimen similar al vigente en Israel donde una economía secular y competitiva cohabita con un credo celestial y autoritario.

Me explicaré. Sistemas teocráticos han abundado en la historia; con algunas diferencias por continentes y países se desmantelaron a partir del siglo XVIII como resultado de la Ilustración y de la revolución industrial. No obstante, algunos de sus principales rasgos sobreviven hoy en regímenes musulmanes como Arabia Saudita e Irán y en células religiosas fundamentalistas que se declaran fieles a alguna presunta versión del judaísmo o del cristianismo. Se trata en cualquier caso de excepciones que la moderna secularidad desalienta cuando no logra desmantelarlas.

Por otra parte, desde la segunda mitad del siglo XX las doctrinas neoliberales en materia económica han ganado terreno. La presunta sabiduría del mercado y su «invisible mano», la libre iniciativa empresarial, la competencia en y entre los agentes empresariales: postulados que conducen no sólo a la prosperidad material; garantizan además que tanto la creencia en Dios como su radical negación son derechos inapelables de cualquier individuo. Y sin discusión: no pueden ni deben afectar la benéfica fluidez de los mercados.

De aquí la distancia radical entre la teocracia y el neoliberalismo que se conoce en la sociedad contemporánea. Sin embargo, Israel es excepción. En este caso, valores religiosos reconocidos por el Estado regulan la vida del ciudadano judío desde su nacimiento, matrimonio, divorcio y muerte; las posibilidades de eludir estas normas son estrechas, y el infractor debe anticipar que sufrirá sanciones de diferente género si no las acata. Por supuesto, el judío-israelí encontrará superiores márgenes de elección en el extranjero si le anima otra preferencia; pero al retornar al país lidiará con algunas dificultades personales y administrativas.

Por otra parte, desde hace tres décadas la economía de Israel se rige conforme al credo neoliberal que alienta y legitima el holgado juego de la oferta y de la demanda con un mínimo de intervención pública y estatal. Los resultados de este rumbo son ambivalentes: por un lado, ritmos de crecimiento razonables con feliz inserción en los mercados internacionales, y, por otro, reparto absolutamente regresivo e injusto del ingreso nacional. No faltan estudios e investigadores que lo prueban.

En este contexto, el régimen teocrático dominante acentúa las distorsiones del sistema israelí. La necesidad de contar con vigilantes de la kashrut (se estiman en veinte mil), los gastos inherentes a la sanción rabínica de bodas, divorcios y entierros, el calendario laboral y escolar que se ajusta a criterios religiosos: factores que pretenden coexistir con el sistema neoliberal. En rigor, lo legitiman y degradan al mismo tiempo.

Esta singular coexistencia de ideologías y regímenes aún no ha merecido satisfactorio estudio entre los politólogos. Anticipo que tendrá dramática expresión en Amona si sus moradores se inclinan a resistir con afiebrada violencia la decisión de los tres independientes poderes que hoy garantizan la democracia israelí. Me complacerá ser desmentido.

www.josephodara.com

 

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