Amanecer de la psiquiatría en Israel

10 octubre, 2016
El Directorio de Ezrath-Nashim. Archivos Hospital Herzog_1

Guido Liebermann
Cuando Napoleón Bonaparte invade la Palestina en 1799, debe afrontar un enemigo aún más temible que los aguerridos mamelucos otomanos: la peste.
Un célebre cuadro de Antoin-Jean Gros expuesto en el Louvre, inmortaliza la visita del general Bonaparte al hospital de Iafo desafiando – en nombre de la ciencia, y de los valores laicos de la Revolución de 1789 – a la peste, a la muerte, y a Dios.
Fue gracias a Dominique Larrey, su cirujano de guerra que, por un breve lapso de tiempo, los habitantes de Palestina se beneficiaron de algunos servicios médicos modernos, nos cuenta Nisim Levy, historiador de la medicina en Israel.
Sin embargo, tras la derrota de San Juan de Acre y la consecuente retirada de las fuerzas napoleónicas de Tierra Santa, las esperanzas de contemplar el desarrollo de una medicina moderna en ese país, se esfuman.
Olvidada por los pachás de Estambul y por las potencias europeas, esta pobrísima e insalubre provincia del Imperio otomano solo conoce miseria, hambre, enfermedad y la muerte. La malaria, el tifus, el glaucoma, y otras tantas enfermedades endémicas causan estragos en la población del país.
Habrá que esperar la llegada de los distinguidos galenos de la «London Jewish Society», una asociación de misioneros protestantes, para asistir, a mediados del siglo XIX, al amanecer de la medicina moderna en Palestina.
Con el propósito de convertir al cristianismo los miembros de la muy vieja, pobre y piadosa comunidad judía de Palestina, los proselitistas británicos les ofrecerán servicios médicos de excelencia gratuitos.
¡Peligro!, exclaman los rabinos; la «peste misionera» ya llegaba a Eretz Ha-Kódesh, la Tierra Santa. Y alertan al barón inglés Moisés Montefiori, quién les manda a Shimon Frankel, el «doctor anti misionero», el primer médico de la comunidad judía de Palestina.
Advertidos de las intenciones proselitistas de los misioneros (sostenidos por la Corona Británica), las otras comunidades étnico-religiosas del país – musulmana, católica, ortodoxa, copta, etc.-, auspiciadas por filántropos o por potencias extranjeras interesadas en asentar su poder en Palestina, se movilizan para crear nuevos hospitales y frenar la acción misionera.
Frankel abre las puertas del Hospital judío el 12 de diciembre de 1844, unos días antes que el Hospital de los misioneros. Francia funda en 1852 el Hospital San Luis. Los rusos ortodoxos abren en 1858 el hospital más grande del país, recibiendo pacientes de toda confesión, excepto judíos. Las Diaconisas alemanas los reciben en su hospital, y les ofrecen, además, comida casher.
Los judíos de Vilna fundan en 1867 el hospital Bikur Jolím; las grandes familias sefaradíes el Misgáv Ladáj, en 1879, y los alemanes ortodoxos el Shaarey-Tzédek, en 1890.
Al cabo de pocos años, se ofrecen en Palestina servicios médicos que cubren prácticamente todas las áreas de la medicina, excepto una: la de la enfermedad mental.
¿Cómo se la trataba la enfermedad mental?
El Gobierno turco ya había promulgado, en 1892, leyes relativas al cuidado de pacientes presentando problemas psicológicos leves y graves. Pero la pesadez de la burocracia, y la corrupción de los funcionarios estatales, impidieron que estas leyes se apliquen.
El tratamiento de los tormentos del alma quedaba exclusivamente en manos de imanes, curas, rabinos y curanderos de toda suerte, que proponían remedios concebidos a partir de la farmacopea ancestral, o terapias ajenas a la ciencia y a los derechos humanos.
Así por ejemplo, la sabiduría popular árabe proponía el helecho Adiantum capillus-veneris para curar todo tipo de angustias. Los padres Carmelitas Descalzos prescribían el «Agua de Melisa»‘, muy eficaz contra la histeria y las convulsiones.
A los locos agitados se les proponía tratamientos mucho menos simpáticos…
A los de la comunidad cristiana se los encadenaba en los portones de la Iglesia de San Jorge, o en el Monasterio Saint John de Belén, esperando que San Jorge (quien había vencido al dragón), venga a liberar la pobre alma afligida de los espíritus demoniacos que la habían poseído. El Gobierno Británico de Palestina prohibirá estos rituales salvajes y abrirá, en 1922, el Asilo de lunáticos de Belén, que recibe mayoritariamente pacientes de la comunidad árabe cristiana.
La comunidad judía no carecía de rabinos y curanderos reputados por sus capacidades para curar las afecciones del espíritu.
Además de sobresalir en el tratamiento de inflamaciones, dolores de cuello y de dientes, el rabino Israel Mohaliver se destacaba en el arte de liberar a sus pacientes del «Dybbúk», de los espíritus malignos.
Tampoco faltaban grutas y tumbas de «tzadikím» (justos) a donde se solía acudir para aliviar penas del alma. A los locos agitados se los llevaba a la gruta del Rabi Elisha, en el Monte Carmel. Allí, se los ataba de pie y manos durante varias horas, e incluso días, mientras que, postrado a su lado, un miembro de la familia debía recitar rezos especialmente concebidos para estos casos.
Sucedió que a fines del siglo XIX, las grandes familias sefaradíes y ashkenazíes del país (los Pines, los Rivlin, los Meiujas, etc.) conjugan sus esfuerzos para encontrar una solución al problema de la locura. Confían a un grupo de mujeres «tzadikót» la tarea de proveer ayuda a los locos de la comunidad, cuyo primer caso fue el de una mujer que había perdido la razón después de dar luz a un hijo, y que deambulaba delirando por las calles de la vieja Jerusalén.

Fundación del asilo «Ezrath-Nashim»
Fue durante las festividades de Jánuca del año 1894 que, con la bendición del gran rabino de la comunidad sefaradí, Samuel Salant, se inaugura «Ezrath-Nashim», el primer asilo de lunáticos de todo el Medio Oriente, administrado primero por la tenaz Haia Tzippe Pines, y luego por su hija mayor Ita Yellin, quién dirigirá el establecimiento con mano de hierro.
Tal había sido el éxito y el reconocimiento internacional que conoció Ezrath-Nashim que en 1905, con el sostén financiero de filántropos extranjeros, se construye en las afueras de la ciudad un nuevo edificio. A partir de 1909, se reciben allí pacientes de los dos sexos pertenecientes a todas las comunidades étnico-religiosas del país y de Medio Oriente: judíos religiosos y laicos; árabes cristianos y musulmanes; cristianos y coptos; ciudadanos turcos, egipcios, sudaneses etc.
En aquel principio de siglo, acuden de más en más judíos llegados de Europa Central y Oriental, traumatizados por las persecuciones antisemitas y en particular por los pogromos en Rusia. A partir de 1933, Ezrath-Nashim recibirá judíos europeos trastornados por los horrores del nazismo.
La fama de Ezrath-Nashim rebalsa las fronteras del Imperio. Merece los elogios de grandes figuras del mundo judío y sionista internacional: los del Rabino Kook, el gran rabino de Palestina, los de Evelyne de Rothschild, Henrietta Szold, Judah Magnes y muchos otros.
Cuando la Primera Guerra Mundial estalla, las autoridades militares turcas requisicionan los establecimientos de salud, y esto con el fin de transformarlos en hospitales militares o en depósitos de municiones. Ita Yellin rehúsa. Cuando el oficial otomano de alto mando se aproxima a ella para reclamarles las llaves del local, Ita se las arroja a los pies despreciativamente, y le dice: «¡recójalas usted!».
Ita y su marido, el célebre pedagogo David Yellin, son expulsados del país y condenados a arresto domiciliario en Damasco. Ezrath-Nashim, sin embargo, no cierra sus puertas. Ita seguirá dirigiéndolo desde Damasco, mandándole instrucciones a su hermana Margalith, quien la remplaza hasta su regreso, en 1918.
Con la llegada de los británicos ese mismo año, y de los dirigentes sionistas (encargados de administrar los asuntos de la comunidad judía de Palestina, según las preceptos de la Declaración Balfour), prohíben todos aquellos métodos obscurantistas utilizados para curar los males del alma, y se exige que, en adelante, los hospitales sean dirigidos por médicos y no por representantes de las asociaciones filantrópicas que los financiaban.
Quien en nombre del Ejecutivo sionista se encarga de reorganizar las infraestructuras sanitarias del país, fue el psicoanalista británico Montague David Eder, mano derecha de Haim Weizmann, un discípulo de Herzl y de Freud.
Gran figura del racionalismo y de la modernidad en Inglaterra, Eder ya había obrado en favor de los derechos civiles de personas padeciendo de enfermedad mental: combatió con ardor la discriminación y el racismo propagados por la filosofía de la eugenesia del psicólogo Francis Galton, el primo de Darwin.
En Palestina, Eder se mostró intratable en todo lo que respecta al cuidado de personas presentado perturbaciones psicológicas. Clausuró orfelinatos dirigidos por organizaciones religiosas que, según él, habían transformado bebés y niños normales en adolescentes y adultos retardados e incapaces de afrontar la vida. «¡Váyanse a leer la Torá, en vez de ocuparse de niños!», les lanzó Eder coléricamente, quién él mismo procedió a la evacuación de sus pensionarios, y a ponerlos bajo responsabilidad de manos profesionales.
En Jerusalén, Eder se encontró con otra gran figura del racionalismo judío: con el doctor austriaco Arieh Feigenbaum, un admirador de Freud, yerno de Margalith Meiujas, hermana de Ita Yellin.
Juntos, deciden convocar al joven psiquiatra y psicoanalista Dorian Feigenbaum, hermano menor de Arieh, quién llega a Jerusalén para dirigir Ezrath-Nashim.
Entre 1921 y 1923, Dorian Feigenbaum organiza los servicios del establecimiento con sumo profesionalismo. Capacita a las enfermeras de Ezrath-Nashim a la psicopatología clásica y al psicoanálisis; introduce métodos modernos e innovadores de tratamiento, de diagnóstico y de investigación. Aplica el test de Rorschach, utiliza las artes plásticas como método psicoterapéutico en el tratamiento de sujetos psicóticos; interpreta sus dibujos y modelajes a la luz de la teoría freudiana…

Resistencia a las innovaciones del psicoanálisis
En apariencia, todo andaba bien. No obstante, los «fanáticos» de Jerusalén (así los apodó Dorian Feigenbaum), e Ita Yellin, no toleraron que el psicoanalista profane la sagrada institución con sus abominables teorías sobre la sexualidad infantil de Freud. Se empeñaron entonces a destruir su carrera con el arma mortal habitualmente esgrimidas por las comunidades religiosas: la calumnia. Así como en el pasado habían destruido la carrera de Shimon Frankel, acusándolo de colaborar con los misioneros, de maltratar a sus pacientes, etc., condenándolo a la miseria y al olvido, en el verano 1923 harán correr el rumor que Feigenbaum era un espía bolchevique operando al servicio del Kremlin.
Despojado de su puesto de director de Ezrath-Nashim, Dorian Feigenbaum, harto de tanta calumnia y oprobio, deja el país en 1924. Emigra a New York, en donde hace una brillantísima carrera psicoanalítica y psiquiátrica.
Es inmediatamente remplazado por el neuropsiquiatra alemán Heinz Hermann, quien se limita a utilizar los métodos convencionales de la psiquiatría alienista.
Bajo la sombra imponente de Ita Yellin, Hermann dirige durante largos años Ezrath-Nashim, que seguirá siendo el más importante hospital psiquiátrico del país, bautizado en 1972 Hospital Herzog (en nombre de la esposa del primer rabino de Israel), funcionando hasta el día de hoy en la entrada de Jerusalén.
Los locos de Tel-Aviv tendrán que esperar el año 1934 para que el primer establecimiento psiquiátrico abra sus puertas, precisamente en Bnei Brak. Cuando se propone la candidatura del famosísimo neuropsiquiatra austriaco Martin Pappenheim (otro viejo discípulo de Freud, y reputado militante social-demócrata), las calumnias y los llamados al «jérem» (boicot), no tardaran en alcanzar las oficinas de Meir Dizengoff, el fundador y alcalde de Tel-Aviv. Se lo acusa a Pappenheim de haber «traicionado al pueblo judío» convirtiéndose al catolicismo, y de colaborar con los comunistas de Moscú…
Ahora bien, Tel-Aviv, y la Palestina británica de los años treinta, ya habían emprendido la ruta hacia la modernidad. Gracias a la intervención del Rabino Kook, del poeta Haim Nahman Bialik, y de otras figuras del mundo político e intelectual del país, Pappenheim volcará toda su sabiduría y experiencia en el desarrollo del Hospital psiquiátrico de Tel-Aviv, y en la Sociedad de Higiene Mental de Eretz-Israel, conocida hasta el día de hoy con el nombre de Sociedad de Psiquiatría de Israel.

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