¿Adiós al trabajo hebreo?

26 febrero, 2017
Foto Archivo Wikipedia

Daniel Liberman *

Cuando los pioneros de la Segunda Aliá cobraban su sueldo en las plantaciones de Petaj Tikva y sus alrededores a comienzos del siglo XX no querían que les pagaran más que a los trabajadores árabes por el solo hecho de que ellos eran judíos.

Tal era la moral y el orgullo de una generación para la que el destino tenía deparado desafíos enormes y el privilegio de convertirse en los primeros líderes del Estado de Israel. El estado hebreo se forjó en base a esta templanza y gracias al aporte humano de sucesivas olas inmigratorias que permitieron, lentamente, ir levantando y convirtiendo en realidad el sueño de sus fundadores.

En el año del centenario de la Declaración Balfour, los logros a los que ha llegado Israel no podrían siquiera haber sido imaginados en aquel tiempo. El estado judío ha podido ir superando todos los desafíos que le surgieron a lo largo de su joven historia y ha logrado desarrollarse con éxito: absorbió e integró a los sobrevivientes de la Shoá llegados de Europa y también a los refugiados judíos expulsados de los países musulmanes; combatió contra poderosos ejércitos de países árabes que intentaron conquistarlo; desarrolló una economía floreciente, una educación ejemplar y tecnologías originales que hoy en día son vanguardia internacional.

Israel se ha convertido en una potencia regional con proyección mundial en muchos campos desde lo militar hasta la medicina, pasando por supuesto por la computación, la robótica, la agroindustria y tantas otras disciplinas.

La fortaleza del país es incuestionable. Sin embargo, existen todavía algunos fantasmas que no han podido desvanecerse del horizonte: el peligro de un Irán nuclear o el de un ataque masivo con misiles sigue siendo un problema, al menos potencialmente a largo plazo, pero no es el único. Existen peligros menores, más cercanos, que por lo cotidiano pueden pasar desapercibidos.

En un encuentro que tuve hace poco con un importante constructor israelí le pregunté cómo estaba compuesta la mano de obra que levantaba sus edificios.

– ¡Los árabes! – me respondió con toda naturalidad –. Algunos chinos también, los judíos no quieren hacer ese trabajo –dijo para concluir.

No pude evitar pensar en los pioneros que, a pesar de tantos obstáculos y adversidades, lucharon para construir el Estado de Israel secando pantanos y haciendo florecer al desierto.

–El gobierno se queda con un 50% en impuestos de todo lo que gano –agregó para hacerme notar que tampoco es sencillo estar de su lado del escritorio.

Y yo me pregunto: ¿No se podría utilizar una parte de esos impuestos para incentivar a los olim recién llegados, a los más jóvenes a tomar algunos de esos empleos, aunque sea temporalmente mientras estudian o se capacitan para otras tareas?

Todavía existen miles de judíos en el mundo que desean vivir en Israel y muchos hacen aliá cada año, pero muy pocos se convierten en trabajadores manuales.

La mano de obra sigue siendo preponderantemente árabe en muchos oficios con una participación cada vez mayor de trabajadores extranjeros no judíos.

Si analizamos estos datos a la luz de las recientes conversaciones políticas y la posibilidad de que ya no se siga buscando una solución de dos estados sino de uno solo, no es descabellado preguntarse con preocupación cuál será la composición demográfica de Israel en las próximas décadas.

Cuando los pioneros de la Segunda Aliá trabajaban en Petaj Tikva o Zijrón Yaakov no les molestaba tanto que les pagaran de más por “lástima” sino por ver a los Hovevei Zion de la Primera Aliá convertidos en patrones envejecidos que preferían la mano de obra más especializada y más barata de los árabes locales a la de sus hermanos judíos recién llegados.

El trabajo manual era terapéutico para A. D. Gordon y él a su vez, era un ejemplo de vida y coherencia para los jóvenes pioneros de hace un siglo atrás.

Quizás hoy no sería tan mala idea para los políticos venidos a menos ante la opinión pública, que dejen de concurrir a los gimnasios para bajar de peso y se den mejor una vueltita por las obras en construcción, las fábricas y demás espacios de trabajo que han dejado de tener una presencia judía predominante, para incentivar de este modo, una actividad física sana, ecológica y que puede volver a “ponerse de moda” con el objetivo estratégico de reconquistar una conciencia nacional que no se resigne a enajenar su fuerza productiva.

No se trata de una cuestión meramente económica ni partidaria pues, en un país tan pequeño como Israel, el decidir quién hace el trabajo manual, es una cuestión de seguridad nacional. Esto debería ser tan obvio ahora como lo fue hace cien años. Existen demasiados ejemplos históricos de países y hasta de civilizaciones enteras muy florecientes que comenzaron su decadencia al perder su mano de obra propia. Israel no puede dormirse en los laureles ni dejar su futuro librado a las fuerzas del mercado.

Si a esta tendencia, le sumamos otros factores que juegan en contra de la demografía israelí, como el alto costo de la vivienda, la tendencia de muchos israelíes a vivir un tiempo en el extranjero o a quedarse a vivir en el exterior por tiempo indeterminado se profundizan más todavía las señales de alerta.

Por el momento, Israel sigue teniendo una tasa de natalidad y una afluencia inmigratoria judía muy positiva y es por eso que es el mejor momento para actuar eficazmente corrigiendo los factores que actúan en detrimento de la soberanía demográfica.

Parafraseando a Vladimir Zeev Jabotinsky, podremos de ese modo seguir discutiendo qué clase de estado podrá ser el estado judío en el futuro, pero hay una cuestión que no tiene discusión posible: o se es la mayoría de la población

o no se es. Asegurarse el predominio judío en todas las áreas de trabajo no es hoy un imperativo menor de lo que fue hace cien años atrás, no importa cuánto hayan cambiado las cosas para mejor, pues podrían volver a cambiar.

Garantizarle a las futuras generaciones de israelíes un país abierto, generoso y tolerante pero profundamente comprometido con la protección de sus fuentes laborales como base para el predominio demográfico es quizás el mensaje más lúcido para el Israel actual. Ese sería el mejor homenaje que la sociedad podría hacerle a los fundadores del estado en el año del centenario de la Declaración Balfour.

 

* Antropólogo social, Universidad de Buenos Aires

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