Las ambivalencias de la derecha política: Edmund Burke

15 junio, 2017

Joseph Hodara
Los recientes resultados del torneo electoral en Estados Unidos, así como las tendencias ideológicas que hoy se vislumbran en no pocos países europeos incluyendo Israel, indican el firme avance de la derecha como orientación política, económica y cultural. Lamentablemente, no abundan las entidades y personas que en verdad conocen las premisas que este rumbo ideológico auspicia ni los costos sociales que puede ocasionar. De aquí la necesidad de dirigir la atención a uno de los pensadores que puso las bases de esta orientación que hoy merece la preferencia de múltiples sectores de la pública opinión.
El irlandés Edmund Burke (1729-1797) formuló las premisas fundamentales que hoy nutren a gobiernos y partidos que adhieren a la derecha política. Justo recordar que la distinción entre ésta y la izquierda se origina en la Revolución francesa: los diputados que se inclinaban a defender los principios y valores de la Monarquía ocupaban los asientos localizados a la derecha del parlamento, en tanto que los críticos y censores preferían ubicarse en el lado opuesto. En las páginas de Reflexiones sobre la revolución francesa (noviembre 1790), Burke arremete enérgicamente contra los enunciados que constituyeron la base de este evento histórico: la disolución de la monarquía, el declive de la nobleza  y de la Iglesia y el ascenso de la burguesía y de la democracia parlamentaria.
Eventos que se antojaron entonces inadmisibles para un personaje que tenía en alta estima a la monarquía británica a la que sirvió durante más de treinta años como parlamentario. En este papel y como escritor difundió juicios que readquieren validez en estos días, aunque con términos desiguales. Entre ellos: Dios (al menos el protestante) modela y regula la Historia; ningún orden social es factible sin Su culto; el Pecado original es irreparable y, por lo tanto, cabe considerar constantemente la humana debilidad y su inclinación al pecado; la economía es gobernada por una mano invisible orientada por Dios y, por consiguiente, las desigualdades que se gestan en su seno son legítimas.
De estas premisas se derivaron otras: cualquier intento de cambiar o innovar antiguas tradiciones debe ser repudiado; la familia monogámica es el fundamento de toda sociedad y cualquier ensayo de reformarla es inaceptable. Con el afán de preservar las instituciones tal como fueron fundadas en el pasado, Burke se opuso a cualquier cambio en el número de legisladores en el Parlamento y, por cierto, al ingreso de representantes de sectores populares con el argumento de que éstos carecían de equilibrados criterios para asumir decisiones.
Estas posturas de Burke sustentan las corrientes conservadoras en nuestro tiempo que objetan el alcance de cambios fundamentales en el orden social y sexual. Recuérdese por ejemplo el libro del economista F. Hayek -El camino a la esclavitud- que desde su publicación en 1944 es considerado el texto rector del conservadurismo económico. Entre las tesis que propone: el libre juego de los mercados, el valor cardinal de la libertad individual, y la oposición a las teorías marxistas. Lamentablemente, las tensiones que a menudo se gestan entre estos principios no fue apreciada por Hayek y sus discípulos. Por ejemplo, si los mercados funcionan conforme a su lógica, sin la intervención moderadora o correctora del Estado, conducen necesariamente a una injusta distribución del ingreso que a su turno invalida o cancela el juego democrático y el ajuste equilibrado de los poderes.
Por otra parte, la preservación de valores religiosos y su gravitación en las relaciones sociales que Burke abanderó conducen a la institución de un liderazgo religioso o rabínico absolutamente insensible a las necesidades populares y a las innovaciones aparejadas por la labor científica.
De aquí que las tendencias que hoy profesan el alejamiento de las izquierdas presuntamente revolucionarias y revoltosas deben reconsiderar constantemente sus principios a fin de no conducir a las sociedades que regulan a profundas lesiones de la justicia social.
En otras palabras, tal vez Burke acertó en su momento al censurar la violencia arbitraria que acompañó a la revolución francesa hasta el ascenso napoleónico; pero desconsideró que el libre juego de los mercados y la aceptación de los principios religiosos por parte de un clero que santifica este mercado, conduce a distorsiones que, al paso del tiempo, se tornan insoportables y acentúan los desequilibrios sociales.
De aquí la necesidad de proyectar algunas de sus posturas a los escenarios de hoy en los que derecha e izquierda -que son posturas doctrinarias que merecen cuidadosa reflexión- se han transformado en vocablos que se utilizan para maldecir o caricaturizar al rival de turno. Cabe reconsiderar y corregir esta postura.

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